Fue en 1981 cuando cerró sus puertas. Tres años más tarde, empezaron las especulaciones sobre su futuro. Cuarenta años después, han comenzado su derribo interior. Todo un ejemplo de incompetencia, ineficacia, irresponsabilidad de las administraciones públicas.
Cuarenta años que ha estado la Cárcel Vieja ahí, como un alma en pena deambulando por las calles de nuestra memoria. Recordándonos cada día nuestra desidia y nuestra falta de proyecto.
Ahora, cuarenta años después, un puñado de hombres están por fin rompiendo sus arrugas, sus paredes están llenas de canas y abandono, de torturas y mentiras, de polvo y dictadura.
Me imagino por un momento, que tras cerrarse en el año 1981, se hubiese reconvertido en un Parador Nacional, que sin duda se hubiera significado como un símbolo turístico de la Región, comparable al Parador de Sigüenza o San Marcos en León, y veo un lugar de encuentro y memoria, de riqueza y empleo, de calidad y sosiego, con sus restaurante y sus patios sirviendo de refugi
Pero mi sueño dura apenas unos segundos, el tiempo que un amigo me dice lo que hay dentro, a pesar de su vejez, aún hoy hay gente que revenderá su sangre derramada y sus ladrillos de antaño.
Mientras estos días PP y Ciudadanos consultan con sus abogados y jefes, sobre el coste del divorcio, o si es mejor seguir viviendo bajo el mismo techo, pero con vidas paralelas y diferentes, la cárcel vieja quiere convertirse en un sueño tras cuarenta años de pesadillas, todavía tardaremos unos cuantos meses en cambiarle el traje, maquillarla, peinarla, alisar sus arrugas, que por culpa de la clase política dejaron de ser bellas, y darle una nueva identidad.
Le darán un nuevo DNI, quizás alguien pretenda borrar sus huellas, quemar su pasado, o quien sabe, borrarle la memoria. Pero ya es tarde, cuarenta años dándole la espalda, despreciando sus muros y silenciando su futuro, tiene un precio.
La llamen como la llamen, la vistan de seda o terciopelo, o la maquillen los mejores arquitectos o interioristas, siempre será la Cárcel Vieja, un símbolo de la incompetencia y el olvido.
Si tengo la suerte de volver a entrar, lo primero que le diré será: “Yo a ti te conozco”.
Fue en 1981 cuando cerró sus puertas. Tres años más tarde, empezaron las especulaciones sobre su futuro. Cuarenta años después, han comenzado su derribo interior. Todo un ejemplo de incompetencia, ineficacia, irresponsabilidad de las administraciones públicas.
Cuarenta años que ha estado la Cárcel Vieja ahí, como un alma en pena deambulando por las calles de nuestra memoria. Recordándonos cada día nuestra desidia y nuestra falta de proyecto.