Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.
Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.
El pasado 24 de mayo, el panorama político español dejó de ser el que era. Las nuevas formaciones pasaron a ocupar escaños que parecían reservados a los de siempre y para siempre. Se presentaban por delante jornadas interminables de negociaciones. De cambio. Había que buscar apoyos dentro de las filas enemigas. El concepto de ‘coalición’ dejó de sonarnos a escandinavo y tiñó el mapa de las autonomías de multicolor. Esto trajo la esperanza a unos, el miedo a otros. Llegué a oír en una conversación ajena: “a ver si diera un golde de Estado el Ejército”.
Al final, como en las buenas historias, hubo ganadores y perdedores, y el país no se sumió en la inestabilidad comunista a la que temían los más agoreros. Quizá pactar no sea tan malo al fin y al cabo.
Paradojas de la vida, lo que en España daba vértigo y parecía anunciar el fin del sistema, en otros países es la solución que muchos ansían. Unos cuantos miles de kilómetros al este de esta España poli-política, Turquía acaba de dejar pasar una oportunidad de oro para el pacto.
Tras no lograr la mayoría en las pasadas elecciones generales del 7 de junio, el partido islamista moderado de Erdogan –AKP- ha mantenido reuniones con las diferentes fuerzas políticas con las que podría formar un gobierno de coalición. Finalmente, el lunes 17 de agosto se quemaron todos los cartuchos y se anunció que las conversaciones no habían sido fructíferas, lo que pone en el horizonte unas más que probables elecciones generales anticipadas en noviembre. En este caso, es la falta de coalición la que augura una inestabilidad que puede ser fatal para el país.
Y la verdadera raíz del problema no son las ideologías. La raíz del problema es que Erdogan quiere ser sultán.
Cuando Mustafa Kemal Atatürk proclamó la moderna República de Turquía en 1923, depuso al sultán Mehmet y acabó con la autoridad religiosa que había controlado el Imperio Otomano durante siglos, llegando a abolir el califato en 1926. A esto le siguieron una serie de reformas dirigidas a la occidentalización de la sociedad, instaurando una ‘dictadura laica’ que, por ejemplo, desmanteló las escuelas coránicas y prohibió el uso del velo.
En sus años al frente del país, Erdogan ha querido romper con este pasado laico y ha enfocado Turquía hacia una nueva islamización, revirtiendo las medidas de Atatürk. Pero el ahora presidente de la República no ha parado ahí. Cierres esporádicos de redes sociales como Twitter y Facebook, arresto de periodistas, uso de gases lacrimógenos y represión policial en las manifestaciones... Por si fuera poco, su objetivo inmediato es reformar la Constitución para abandonar el parlamentarismo e instaurar una república presidencialista que le otorgaría plenos poderes ejecutivos. Pero los malos resultados obtenidos por su partido en las elecciones generales alejaron esta posibilidad.
Y he ahí el porqué de la ausencia de acuerdo para gobernar en coalición.
Erdogan quiere ser el nuevo sultán del siglo XXI que haga y deshaga a su antojo en un país que lleva ya un tiempo notando los síntomas de un gobierno cada vez más autoritario. Quiere mirar a sus súbditos desde su palacio de Ankara y alimentar su ego.
Para ello, ha dado por terminado el proceso de paz con los kurdos y ha iniciado los bombardeos contra las bases del PKK –Partido de los Trabajadores del Kurdistán, considerado organización terrorista- en el sur de Turquía. Todo bajo la excusa de proteger a los turcos frente a una supuesta escalada de violencia kurda. Si recordamos que el principal culpable de que el AKP no alcanzara la mayoría absoluta fue el HDP, partido pro-kurdo de izquierdas, ‘blanco y en botella’.
El país navega ahora en medio de una tormenta política, social y económica. Ante la falta de coalición, unas elecciones anticipadas podrían restar votos al HDP como represalia ante el conflicto kurdo. Mientras tanto, Erdogan se muestra como el salvador de Turquía ante sus archi-enemigos históricos.
Unos delirios de grandeza que se traducen en:
-Incertidumbre económica. La lira ha alcanzado ya mínimos históricos en su cotización frente al dólar, los tipos de interés suben y se empieza a temer que las agencias de rating puedan bajar la nota de Turquía.
-Desde que se anunciara el inicio de la operación turca contra ISIS y kurdos, los episodios de violencia son casi diarios en Turquía. El martes 18 de agosto, ISIS llamaba en un vídeo a los ciudadanos turcos a rebelarse contra Erdogan y recuperar Constantinopla. El último ataque ha tenido lugar este miércoles 19 de agosto en el icónico Palacio de Dolmabahçe, uno de los principales atractivos turísticos de Estambul.
Quedan cerca de tres meses para que se celebren las elecciones anticipadas tan ansiadas por Erdogan, y nada parece indicar que vayan a ser tranquilos. Ser sultán conlleva ciertos sacrificios. Está en juego que su pueblo sea o no uno de ellos.
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