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Ciencia y política en contexto: muerte de peces en el Mar Menor y el efecto observador

Peces muertos hallados en el Mar Menor. EFE/ANSE
21 de agosto de 2021 07:01 h

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El pasado día 16 y en días sucesivos de agosto se ha vuelto a dar el episodio de  muerte de peces en el Mar Menor, se cuentan por miles y de varias especies. Ante la gran alarma social que ha producido este nuevo incidente, de los ya numerosos episodios de muerte en nuestro Mar Menor, el aparato político-institucional se ha puesto a funcionar de inmediato.

El objetivo parece que no es otro que generar un relato de lo ocurrido que evite que la sociedad pueda dirigir cualquier sospecha hacia la gestión del gobierno regional en lo referente a la pasividad y la falta de control de las actividades productivas, manifiestamente perjudiciales, que se han generalizado en el Campo de Cartagena, un relato que, además, se  apoya en una parte de la comunidad científica que lo legitima.

Estas personas que hablan en nombre de la ciencia, como reconocidos y prestigiosos científicos de nuestra región niegan que el nuevo incidente de muerte de animales esté producido por un episodio de anoxia, un fenómeno asociado a vertidos masivos de nitratos y otros productos tóxicos en la laguna salada que proceden en su mayoría, según gran parte de la comunidad científica de la tecnología de producción agroindustrial inserta en el modelo productivo agro-extractivista que se ha generalizado en la cuenca del Mar Menor desde los años 90 del siglo pasado.

Por el contrario, afirman que, según sus mediciones, es decir, los datos empíricos que están “construyendo”, quiero decir, “recogiendo”, la muerte de peces se debe a una subida de temperatura de las aguas. Como en el anterior episodio de anoxia, que culpaban a la DANA, esta vez culpan a la subida de temperaturas, es decir, todo lo que ocurre en el Mar Menor está relacionado con la climatología y, claro, los fenómenos climatológicos no son responsabilidad de la gestión de las autoridades y son ajenos a las instituciones, la climatología no es un asunto político, es más bien, un asunto de los dioses que son caprichosos, últimos responsables de lo que ocurre.

Estas prácticas científicas mediadas por intereses políticos que,  a su vez, se encuentran mediados por los intereses de las élites económicas, me recuerdan a aquel científico que adaptaba la realidad a sus hipótesis y para esto debe hacer un esfuerzo, ya no en conocer una realidad que va a cambiar en función de sus intereses, sino, para ajustar los datos con el calzador que otorga la falta de ética profesional y esto, con el objetivo de construir una realidad bizarra que le confirme sus hipótesis y legitime sus afirmaciones, “si la hipótesis no cuadra, cambiemos la realidad”. No está mal, volviendo otra vez a los dioses.

Por otra parte, responsables del Instituto Español de Oceanografía (IEO), y otras personas científicas relevantes en la región con sus propias mediciones y por lo tanto, con sus propios datos empíricos sobre la mesa, al menos igual de empíricos que los anteriores aseguran que las causas de este nuevo episodio de muerte masiva de peces son muy diferentes a las señaladas por las personas expertas del Comité científico dependiente de la Comunidad Autónoma.

Estas personas científicas independientes señalan que, efectivamente, la temperatura tiene relación con los episodios de anoxia, pero que este fenómeno es complejo y que no se pueden reducir a una sola causa, sino que, por el contrario, obedece a causas múltiples relacionadas con los vertidos continuos de nitratos y otros agrotóxicos en la laguna, unidos a factores ambientales: como la temperatura de las aguas, los vientos y la transparencia entre otros factores, pero todos ellos relacionados en una explicación que, reconozco, suena más a explicación científica, en su complejidad, que la explicación reduccionista que aportan los técnicos del Comité científico mediado por el Gobierno de la Región.

Es precisamente por esta discrepancia en el diagnóstico que, por cierto, no es una discrepancia en pequeños matices basados en sutilezas de la ciencia  ecológica, sino, más bien, es una oposición en las conclusiones. Que me surge la pregunta: ¿cómo es posible que las conclusiones que aportan las personas científicas, según su dependencia institucional, es decir, según para quién trabajen sean contradictorias? Estas contradicciones inducen la pregunta: ¿Es la ciencia objetiva? Mejor, para no alarmar, pues la objetividad es una asunto crucial, una cualidad crítica de la práctica científica ¿Son objetivas las personas científicas en sus investigaciones?

En situaciones de conflicto ecosocial, como las que nos encontramos en el Mar Menor que ocasionan invariablemente una polarización de actores: ¿de quiénes podemos fiarnos si las personas científicas y técnicas entran en contradicciones? ¿Es conocimiento científico, es ideología o es opinión lo que producen estas personas? En otras palabras, ¿el lugar desde dónde se realizan estas afirmaciones es ciencia pura o estamos ante una práctica científica mezclada con la política? En este sentido, escribe Miguel Ángel Esteve, catedrático de Ecología de la Universidad de Murcia “Dejemos de establecer teorías simples e interesadas en las que no encajan los hechos. Resulta tedioso e inútil”. En el mismo sentido, me permito añadir aquí: dejemos de legitimar discursos basados en afirmaciones pseudocientíficas dirigidas al objetivo ideológico de mantener el status quo de lo que está ocurriendo en el Mar Menor.

Personalmente, como diría Bruno Latour, profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París, me resulta muy difícil separar al científico del contexto desde donde trabaja, pues este contexto determina no solo las miradas, sino también los objetos de estudio y los objetivos de las investigaciones y esto, a su vez, influye de manera determinante en las conclusiones de los esfuerzos investigativos. Los metodologistas insisten en que formular la pregunta es mucho más difícil que aproximar las respuestas y las respuestas están siempre determinadas por el lugar desde el que se formula la pregunta.

Si es así, estas contradicciones que se están produciendo en los diagnósticos científicos, según de dónde procedan, me recuerdan al famoso 'efecto observador' formulado por Heisenberg, como un componente de su famoso “Principio de Incertidumbre”, que viene a anunciar que el objeto, “observado”,  es modificado por el observador, esta característica nos muestra un cierto perspectivismo, pues, según desde el lugar desde el que miren estas personas científicas verán una cosa u otra, unas causas u otras, en este caso, acerca de lo que está ocurriendo en el Mar Menor y esto, cuando reducen eventos complejos a causas simples produce efectos sobre la validez de los conocimientos, pues, en el mejor de los casos estarán dotados de una “validez débil”. Reproduzco aquí: “la muerte de peces se debe a un aumento de temperatura del agua”.

Por último, estas reflexiones suscitan las siguientes preguntas: ¿no es esto lo que está ocurriendo con las conclusiones de los científicos que están mediados por las instituciones políticas y las élites económicas de la Región? ¿Es esto poner la ciencia y los conocimientos que produce al servicio de la persecución del bien particular, en oposición a las personas científicas independientes que ponen sus conocimientos y su trabajo al servicio del bien común?

Si esto es así, propongo, desde aquí, un ejercicio hermenéutico que consiste en no contemplar solamente el discurso que emiten las instituciones políticas, sino también las acciones, así como la dependencia económica e institucional de las personas científicas que están produciendo estos relatos que legitiman las prácticas agro-extractivistas que están acabando con los recursos, contaminando de manera masiva y alterando el equilibrio de los ecosistemas. Se trata de un ejercicio que trata de responder a la pregunta ¿Quién dice qué cosa y por qué lo dice? Y de esta manera poder advertir quiénes son los actores que están construyendo el territorio que enmarca el Mar Menor como un vertedero tóxico.

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