Hay algunos dogmas supuestamente intocables del capitalismo que empiezan a tambalearse o que, al menos, están siendo cuestionados por un número creciente de expertos. Uno de esos dogmas fue planteado por uno de los creadores del invento capitalista, Adam Smith, quien en pleno siglo XVIII aludía a una “mano invisible”, una metáfora por la que afirmaba que la búsqueda del interés individual es beneficioso para el conjunto de la sociedad, merced a las leyes del mercado, que actuarían como una mano invisible que regularía espontáneamente ese mercado, haciendo que permaneciera lo mejor y permitiendo que lo malo desapareciera de modo “natural”. Esta fue la base de la tendencia neoliberal de la economía, desarrollada en los años 40 del pasado siglo por la llamada escuela de Chicago, con Milton Friedman a la cabeza, que propugnaba que la economía debe estar dominada por el mercado, aplicando un “laissez faire” sin ninguna intervención del Estado.
Sin embargo, esta teoría se ha visto desmentida en multitud de ocasiones. Precisamente los estados que más han puesto en práctica las teorías neoliberales son los que impulsan un mayor proteccionismo desde los gobiernos, como estamos comprobando con la aplicación de aranceles por parte de Donald Trump a las importaciones de acero y aluminio, o a las aceitunas negras procedentes del campo andaluz. También es notorio que el supuesto bienestar que el beneficio de unos pocos redundaría en la mayoría se ha revelado una falacia: en la sociedad capitalista en la que vivimos las desigualdades van en aumento, los ricos son cada vez más ricos y aumenta el porcentaje de personas que rozan o superan el umbral de la pobreza.
El otro dogma que se está desmoronando es el del crecimiento económico. En la sociedad occidental, poner en entredicho este sacrosanto dogma es una herejía digna de los peores tiempos de la inquisición. Según ese dogma, el crecimiento económico medido por el aumento del PIB nos trae empleo, felicidad y un futuro próspero. Sin embargo, es bien sabido que no es posible mantener un crecimiento infinito en un planeta como el nuestro que cuenta con recursos finitos. El pasado 1 de agosto agotamos nuestro “crédito ecológico”, en forma de agua, suelos fértiles y aire limpio, por lo que estamos viviendo con una “deuda ecológica” el resto del año. Y cada año que pasa el crédito se nos agota antes.
Pero en la UE ya se está cuestionando esta afirmación que tantas veces nos han repetido que el crecimiento económico es la solución a todos los problemas. Los pasados días 18 y 19 de septiembre tuvo lugar en Bruselas la Conferencia Post-Crecimiento, organizada por el grupo de Los Verdes y el colectivo internacional del Decrecimiento, en la que se debatió sobre cómo se desarrollaría la sociedad a partir del momento en que abandonáramos este dogma, en aspectos como la economía, el medio ambiente o las políticas monetarias. Ese momento llegará, nos guste o no, y debemos estar preparados para ello.
Así, se espera que la economía poscrecimiento será la que realice un mejor reparto de la riqueza, la que promueva actividades con un débil impacto ambiental y social y en la que no solamente se produzca menos, sino mejor. Además, en ese escenario se prevé una mayor eficiencia energética en la producción y una reducción en la emisión de residuos, ya sean sólidos, con una menor producción de basura, o gaseosos, en forma de una menor cantidad de gases de efecto invernadero soltados a la atmósfera, lo que se conseguiría con el abandono de los combustibles fósiles. Por último, se espera sustituir el actual modelo financiero basado en la deuda, tanto privada como pública, tan proclive a las crisis, por un mayor papel de las economías locales, así como una mayor y más transparente regulación financiera.
La sociedad poscrecimiento no será incompatible con el buen vivir, sino que deberá incluir aspectos que ya han sido propuestos como el reparto del trabajo, la renta básica, la consecución de la igualdad entre hombres y mujeres o la reducción de nuestro consumo de bienes. Sólo así llegaremos a lo que todos aspiramos, una sociedad justa que conserve el planeta para las generaciones futuras. Debemos empezar a dar los pasos necesarios para cumplir ese objetivo, el tiempo se agota.
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