La situación del Mar Menor es fiel reflejo de esta Región que lo circunda y que, a la postre, lo ha dejado morir. Lo ha ahogado en las miserias del afán de enriquecimiento sin límites de quienes solo alcanza a ver el interés bastardo de los poderosos.
Como el corrupto justifica su cobardía ante la vida y su afán de atesorar por su partido, o incluso por la seguridad de sus hijos, la muerte anunciada de la principal joya natural de nuestra Región y el patrimonio de los hijos de todos se justifica con peregrinos argumentos, como el de dar trabajo, y me pregunto: ¿Qué trabajo?, ¿el del que muere en los campos por golpe de calor?, ¿de quién sobrevive? Porque vivir es otra cosa…
Hace algún tiempo un señor concejal me espetó: “Armando, tú todo lo ves blanco o negro, también existe el gris”. A lo que contesté: “El blanco son las personas honradas, el negro son los sinvergüenzas y el gris son los cómplices encubridores y colaboradores necesarios para que esto ocurra”.
El gris es precisamente lo que ha teñido de marrón las aguas de la laguna. La agonía de nuestro Mar Menor es otra más de las descomposiciones endémicas que vive nuestra Región y a la que, como a nuestra joya natural, tampoco se le adivina ni cura ni alivio.
A esta hora el ciudadano de a pie ya no cree en la política ni en las soluciones que ésta pueda aportar a los desmanes que han ocasionado y siguen formando nuestro funesto devenir. Esto resulta peligroso pues la política es el sustento de la democracia, y la falta de ésta sería el viaje al pasado que algunos quieren realizar, a ese pasado fuera de Europa que es la que nos mantiene de puntillas, a ese pasado donde la seguridad de algunos prima sobre la libertad de todos.
No es de antisistema querer recuperar un sistema que ha fallado y pedir que se enciendan las alarmas para que los desastres no pasen; en vez de eso, tenemos un guirigay que solo genera más incertidumbre para nuestro futuro. No hay capitán al timón y, lo peor de todo, es que tampoco tenemos recambio.
La capacidad de los que deben mandar ha sido sustituida por la lealtad sin límites a tal o cual líder, partido o incluso corriente, dejando la capacidad de gestionar a los mediocres que medran por todas las instituciones.
Pena me da la desilusión sistémica que tenemos los murcianos, fruto del engaño en el que nos mantienen, y de la falta de pensar y reflexionar sobre nuestro futuro por atisbarlo negro, por mucho que nos intenten vender la burra.
Miedo me dan los que venden el odio como solución. Quizás lo único que nos queda es lo que decía mi bisabuela: intentar de manera individual mejorar nuestro entorno y a los que nos rodea en la medida de nuestra responsabilidad.
La situación del Mar Menor es fiel reflejo de esta Región que lo circunda y que, a la postre, lo ha dejado morir. Lo ha ahogado en las miserias del afán de enriquecimiento sin límites de quienes solo alcanza a ver el interés bastardo de los poderosos.
Como el corrupto justifica su cobardía ante la vida y su afán de atesorar por su partido, o incluso por la seguridad de sus hijos, la muerte anunciada de la principal joya natural de nuestra Región y el patrimonio de los hijos de todos se justifica con peregrinos argumentos, como el de dar trabajo, y me pregunto: ¿Qué trabajo?, ¿el del que muere en los campos por golpe de calor?, ¿de quién sobrevive? Porque vivir es otra cosa…