Nuestro país es una anomalía en Europa. En Alemania, Francia o Bélgica, Los Verdes (Die Grünen, Europe Ecologie-Les Verts y Ecolo, respectivamente) obtienen resultados espectaculares en las elecciones europeas, y siguen demostrando ser el mejor cortafuegos a la extrema derecha frente a los partidos de corte más clásico (socialdemócratas, conservadores y la izquierda tradicional). Así, los verdes alemanes se sitúan justo detrás del partido de Merkel, muy por delante de los socialdemócratas; en Francia, EE-LV va en tercer lugar tras la ultraderecha y el macronismo, dándose la circunstancia de que la cuarta parte de la juventud francesa de entre 18 y 35 años ha elegido a la opción verde; en Bélgica obtienen un 21% de los votos, mientras que en otros países europeos los distintos partidos verdes sacan buenos resultados, un 15% en Irlanda y un 12% en el Reino Unido. El conjunto de la familia verde europea ha conseguido el 9,19% de los votos al Parlamento Europeo, con 69 diputados, 17 más que en 2014, situándose como la cuarta fuerza de la eurocámara. Se habla de la “Ola Verde” que recorre Europa, azuzada por las manifestaciones de la juventud europea que, desde hace meses, y liderada por la activista sueca Greta Thurnberg, reclama acciones directas contra el cambio climático.
Sin embargo, en nuestro país la opción verde no acaba de cuajar, a pesar de que los primeros partidos verdes en España vieron la luz en la década de los 80, y de la existencia de EQUO desde 2011, referente del Partido Verde Europeo en España, junto a ICV. Las razones hay que buscarlas, en mi opinión, en primer lugar, en la escasa conciencia ecologista de la sociedad española, tal vez porque España alberga el mayor número de especies de vertebrados y de plantas vasculares de todos los países europeos, registrando la mayor biodiversidad del continente, y aún creemos que la naturaleza no está en tan mal estado como nos lo pintan. Otra razón es la existencia de una cultura política heredada de la Transición, en la que se confrontan dos bloques antagonistas, izquierda y derecha, que tal vez sea insuficiente para responder a los retos y la complejidad que nos plantea el siglo XXI, principalmente como resultado del cambio climático. La prueba es que en el resto de Europa, esos bloques tradicionales o clásicos están en franco retroceso. La izquierda francesa atraviesa una crisis sin precedentes, habiendo obtenido solamente el 6% de los votos, mientras que los “republicanos” derechistas se quedan con poco más del 8%. En Alemania, el SPD se queda en el 15% mientras que Die Linke (los antiguos comunistas) apenas superan el 5%.
Los partidos verdes españoles se han caracterizado desde su fundación por aliarse con otros partidos del espectro de la izquierda, ya sea el PSOE, ya sea IU o, más recientemente, con Podemos, conscientes de su poca implantación social y esa escasa concienciación ecologista de la sociedad. En todo este tiempo se han perdido años preciosos, en mi opinión, para conseguir el apoyo social al que todo partido debe aspirar para tener éxito, apostando por el contrario por la estrategia de conseguir una mínima representación institucional que pueda colar las ideas ecologistas, aunque sea en un entorno político a menudo contrario a esas ideas. Pero no valen proyectos personalistas, con “lideres” mesiánicos que dicen representar a todo un movimiento, pero que, en realidad, se representan a sí mismos y lo único que pretenden es perpetuarse en esto de la política, a toda costa, aunque signifique el fin del partido. Al contrario, es necesaria la existencia de un partido verde fuerte e independiente que represente los postulados de la ecología política, que cuente con una base social suficiente como para caminar libre de ataduras.
En 2010, el aún eurodiputado de EQUO Florent Marcellesi, en su ensayo “Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde” definía a esta ideología como antiproductivista, proponiendo “una visión global de la sociedad, de su futuro, de las relaciones entre seres humanos, de las relaciones entre éstos y su entorno natural y de las actividades productivas humanas”, más allá del mero ambientalismo al que algunos quieren limitarla. La ecología política tiene todo un conjunto de propuestas que son diferentes a los demás partidos al uso, ya que, al contrario de otras opciones políticas, tiene en cuenta los límites biofísicos del planeta, y esa premisa afecta a todos los ámbitos, desde el modelo productivo, la economía y los servicios públicos, hasta las relaciones interpersonales y la distribución del tiempo del trabajo, entre otros. España debe subirse a la “ola verde” que recorre Europa, y debe hacerlo no sólo por medio de las manifestaciones de los jóvenes en las calles, sino que se tiene que traducir en un activismo político que siente las bases de un partido verde fuerte y autónomo que dé respuesta a los retos del siglo XXI.
Nuestro país es una anomalía en Europa. En Alemania, Francia o Bélgica, Los Verdes (Die Grünen, Europe Ecologie-Les Verts y Ecolo, respectivamente) obtienen resultados espectaculares en las elecciones europeas, y siguen demostrando ser el mejor cortafuegos a la extrema derecha frente a los partidos de corte más clásico (socialdemócratas, conservadores y la izquierda tradicional). Así, los verdes alemanes se sitúan justo detrás del partido de Merkel, muy por delante de los socialdemócratas; en Francia, EE-LV va en tercer lugar tras la ultraderecha y el macronismo, dándose la circunstancia de que la cuarta parte de la juventud francesa de entre 18 y 35 años ha elegido a la opción verde; en Bélgica obtienen un 21% de los votos, mientras que en otros países europeos los distintos partidos verdes sacan buenos resultados, un 15% en Irlanda y un 12% en el Reino Unido. El conjunto de la familia verde europea ha conseguido el 9,19% de los votos al Parlamento Europeo, con 69 diputados, 17 más que en 2014, situándose como la cuarta fuerza de la eurocámara. Se habla de la “Ola Verde” que recorre Europa, azuzada por las manifestaciones de la juventud europea que, desde hace meses, y liderada por la activista sueca Greta Thurnberg, reclama acciones directas contra el cambio climático.
Sin embargo, en nuestro país la opción verde no acaba de cuajar, a pesar de que los primeros partidos verdes en España vieron la luz en la década de los 80, y de la existencia de EQUO desde 2011, referente del Partido Verde Europeo en España, junto a ICV. Las razones hay que buscarlas, en mi opinión, en primer lugar, en la escasa conciencia ecologista de la sociedad española, tal vez porque España alberga el mayor número de especies de vertebrados y de plantas vasculares de todos los países europeos, registrando la mayor biodiversidad del continente, y aún creemos que la naturaleza no está en tan mal estado como nos lo pintan. Otra razón es la existencia de una cultura política heredada de la Transición, en la que se confrontan dos bloques antagonistas, izquierda y derecha, que tal vez sea insuficiente para responder a los retos y la complejidad que nos plantea el siglo XXI, principalmente como resultado del cambio climático. La prueba es que en el resto de Europa, esos bloques tradicionales o clásicos están en franco retroceso. La izquierda francesa atraviesa una crisis sin precedentes, habiendo obtenido solamente el 6% de los votos, mientras que los “republicanos” derechistas se quedan con poco más del 8%. En Alemania, el SPD se queda en el 15% mientras que Die Linke (los antiguos comunistas) apenas superan el 5%.