Faraón era el título dado a los reyes en el antiguo Egipto, con la particularidad de que los faraones eran considerados seres cuasi divinos. Identificados con el dios Horus.
Algo parecido lleva pasando en la última década en la política nacional. Al amparo de la nueva política, y con el hastío del bipartidismo como telón de fondo han ido surgiendo una retahíla de partidos hiper personalistas, cuyo común denominador es el culto al líder.
Normalmente suelen ser personajes con atracción y carisma. Incluso me atrevería a decir que en sus comienzos son personas humildes y cercanas. Con vocación de hacer las cosas bien y de cambiar los turbios modos de la política patria. Regeneración le llaman. Algunos más que otros, eso sí. Pero la bandera del cambio, de alguna u otra manera, la han enarbolado todos.
Estos partidos, con sus líderes a la cabeza, también suelen crecer muy rápido. Sin duda por lo atractivo de sus mensajes, pero conforme van subiendo en votos y en popularidad, estos nuevos faraones se vuelven inaccesibles y pierden el contacto con la realidad.
Otra de las características que se da sin excepción, es que estos faraones de la nueva política se suelen rodear de un equipo de pelotas, de palmeros y de aduladores. La autocrítica de la cúpula brilla por su ausencia. También al crítico bien intencionado -normalmente el más brillante, que no necesita la política para vivir- y que se sale del guion. Se le suele llamar tóxico, y se le persigue hasta que se aburre y se va, o en su defecto se le acaba expulsando.
Estos líderes, y su pléyade de paniaguados, una vez que prueban las mieles del papa móvil, ya no se quieren bajar, por muy grave que sea el error. Nadie lo reconocerá, y si es que alguien del entorno lo detecta, cerrará filas con el Faraón. El: “Jefe has estado cumbre”, se convierte en el discurso oficial en lo interno.
Esta foto fija se ha repetido sin excepción en los últimos años en UPyD, Ciudadanos, Podemos, y ahora se empieza a vislumbrar en Vox. Parece mentira, viendo los precedentes, que la historia se repita una y otra vez de manera prácticamente idéntica. Pues el resultado final todos sabemos el que es.
Y al final, al sufrido votante no le queda otra que volver al bipartidismo. Votando con la nariz tapada al menos malo. Desprovisto de la ilusión que le generaron estos nuevos partidos, quienes después de que se bajara el suflé han resultado decepcionantes. Y no precisamente por los programas, por las políticas o por su aire fresco que algunos, no todos, suponían, sino tristemente por el endiosamiento de sus líderes, y por el búnker en el que se refugian de todo y de todos.
Para terminar, solo me remitiré -por no cansar al lector- a los tristísimos ejemplos para mí, aunque se pueden hacer extensibles, de Albert Rivera o de Rosa Díez. Hoy convertidos en sendos memes de sí mismos. Por eso, y por la sabiduría que da la experiencia, quiero acabar con un punto de optimismo. También porque no me queda otra. Mi humilde recomendación para los nuevos proyectos, que sin duda arribarán, es que cuenten con las bases, pero de verdad: que recojan a todo el talento posible, que no arrinconen a los buenos por miedo a que los muevan del sillón, que hagan procedimientos de primarias sanos, y no elecciones internas de la 'señorita Pepis'. Y desde luego, que no tengan miedo al debate interno y a la sana crítica. Y sobre todo, que sean humildes, el camino de los faraones ya lo conocemos, y sabemos a donde conduce.
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