Ante la irrupción en el panorama político de la extrema derecha 'nostálgica', la izquierda intentó activar una 'alerta antifascista'. En principio, parece una exageración, sobre todo tras los resultados de las elecciones generales; se supone que estamos protegidos por la Constitución de cualquier amenaza involucionista de tinte totalitario. Sin embargo, antes del 28 A, llegamos a temer lo peor.
¿Procede ahora bajar la guardia ? Creo que tal 'alerta' no debe ser coyuntural, sino constante, firme y comprometida; porque la amenaza de involución ha sido, es, y será permanente.
Las derechas, propagandistas de la amnesia, no aprenden la lección: es una perogrullada repetir “España está en peligro”: una nación, igual que un individuo, siempre está en peligro. Si no, ¿por qué gastamos tanto en mantener unas fuerzas armadas?
O hablar de “antiespañoles” y “enemigos de España” como en tiempos del franquismo. Las derechas han reeditado el juego de convertir a los adversarios políticos en “enemigos”; esta vez no les ha dado el resultado que esperaban. Pero seguirán haciéndolo, porque no tienen otro discurso.
Lo que de verdad está en peligro, ahora y siempre, son las libertades y derechos conquistados; y en nuestro caso, como nación, la memoria histórica: apenas quedan testigos supervivientes de la terrible represión de la posguerra.
Defender las conquistas democráticas y las libertades es responsabilidad permanente de todos los demócratas. Y así mismo, dignificar la memoria de quienes dieron lo mejor de la juventud, incluso la vida, en dicha defensa.
El mamotreto y la momia de Cuelgamuros, los miles de calles y plazas con nombres de golpistas, falangistas, y otros elementos antidemocráticos, nos recuerdan constantemente que todavía queda mucho por hacer.
La estrategia de los involucionistas es cultivar la amnesia - y su gran aliada, la mentira-. No es algo nuevo. Franco (que debía tener buena memoria) marcó bien el camino desde los comienzos de su brutal dictadura.
En algunas de sus frecuentes visitas a las obras del Valle de los caídos, el Caudillo encontraba a un compañero de promoción (condenado a muerte, luego a treinta años y trabajos forzados), el coronel de Infantería y diplomado de Estado Mayor, D. Eduardo Saez de Araz, que refiriéndose a Franco decía : “Nos conocíamos mucho…, yo estaba de profesor en la Academia de Infantería…, me ofreció que me fuera con él a Zaragoza…”.
Al parecer Franco apreciaba a su antiguo compañero de Academia, pero en Cuelgamuros nunca le miró a la cara, ni le habló. Solo era un preso político y por tanto invisible. (1)
La calidad humana del dictador queda retratada en esa anécdota. Y su plan represivo. No habría piedad para los vencidos.
Muchos jóvenes, desconocedores programados de nuestra historia reciente, ignoran la dimensión del drama humano sobre el que se asienta la democracia que disfrutamos; y por tanto, tal vez no son conscientes de su fragilidad.
Y no solo los jóvenes. 'Venim d´un silenci antic i molt llarg...', cantaba Raimon en los años 60. La historia se nos ha ocultado a todos.
En 1977, durante la 'modélica transición', el falangista Martín Villa, ministro de la Gobernación en el primer gabinete del falangista Adolfo Suárez, se encargó de hacer desaparecer los archivos del Régimen.
Bajo sus órdenes, la Guardia Civil quemó en el cuartel general de la calle Guzmán el Bueno de Madrid miles de documentos sobre la represión franquista, muy comprometedores para muchos. Martín Villa hizo desaparecer también la mayoría de los archivos de Falange y demás organizaciones filo-terroristas del llamado 'Movimiento Nacional'. El historiador Josep Benet habla de “una destrucción masiva de documentos”. Los martillazos a los ordenadores de Bárcenas fueron una broma comparados con aquel intento de borrar 'todo' el pasado a partir de 1936.
Los documentos eran tantos que no pudieron ser destruidos en su totalidad. El juez Garzón logró acceder a algunos de los pocos que se salvaron y así pudo iniciar, por primera vez en España, una causa contra el franquismo. Pecado mortal, que pagó con su vergonzosa inhabilitación. Es más que probable que las escuchas ilegales del caso Gürtel no fueran más que la excusa para neutralizar al incómodo juez.
Aún estamos esperando el reconocimiento que la nación debe a los represaliados, defensores de la II República, la democracia y el orden constitucional contra el golpe de estado de 1936.
En nuestra región hubo once campos de concentración, tan terribles como el de Albatera, el peor de España. Me atrevo a decir que más de la mitad de los murcianos desconocen la mera existencia de dichos campos de hambre, torturas y muerte.
Afortunadamente, hay personas que trabajan y luchan por reparar esta gran injusticia, la mayor que se puede cometer contra nuestros compatriotas, hombres y mujeres, campesinos, profesionales, maestros de escuela, obreros, médicos, soldados, profesores, intelectuales, amas de casa...todos los que tuvieron el coraje de levantarse en armas contra el fascismo y defender la democracia. Fueron derrotados; pero no pueden ser olvidados. Les debemos mucho.
Una concejal de izquierdas del Ayuntamiento de Murcia me comenta que en los plenos, cualquier alusión a la Ley de Memoria Histórica obtiene por respuesta el silencio o un encarnizado rechazo. Sin embargo, aún permanecen demasiados vestigios del franquismo, en la capital, en la comunidad, y en toda España.
Es muy conocida la sentencia: los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.
¿Y bien? Estamos advertidos.
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(1) Daniel Sueiro. La verdadera historia del Valle de los Caídos.
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