Hikikomori es una palabra japonesa que significa literalmente estar recluido o apartarse y viene a designar a una categoría de personas en Japón, la mayoría adolescentes, que se han encerrado en sus casas, aislados de la vida social y de las relaciones personales. En estos momentos, somos una suerte de hikikomori cuyo confinamiento obedece a un mecanismo de precaución y defensa frente a la amenaza del coronavirus que discurre como una lenta película de terror o una serie de ciencia ficción distópica.
En este pulso de la pandemia contra la sociedad civil disponemos de un patrimonio acumulado contra el virus. Son los profesionales sanitarios y todos los colectivos que han servido para garantizar los servicios básicos de nuestra sociedad. Nunca podremos agradecerle demasiado a todos estos colectivos, y a cada una de estas personas, su labor en las primeras líneas de lucha contra el coronavirus y en el mantenimiento de los servicios básicos. Una catástrofe así sólo es posible vencerla con la solidaridad y la colaboración de muchísima y muy buena gente.
La pandemia ha supuesto también romper con el estereotipo de la ciudadanía española como indisciplinada socialmente. A pesar de un pequeño número de gente insolidaria que no atiende las instrucciones del confinamiento, la inmensa mayoría lo ha aceptado. ¿Miedo al virus?, probablemente, pero también sentido común y solidaridad interna de la sociedad. El hecho de que casi 47 millones de personas nos encontremos en aislamiento, la gran mayoría en pisos o casas pequeñas, es sorprendente y dice mucho de la capacidad de disciplina de la sociedad española. También ha supuesto, revalorizar la sanidad pública y los servicios sociales como un patrimonio a mantener y mejorar. Los aplausos a las ocho de la noche es una buena muestra simbólica de ello.
El aislamiento social que supone este tipo de confinamiento provoca impactos psicológicos y sociales pero también supone desarrollar y afianzar las relaciones interpersonales. Se ha desarrollado el miedo como un componente social generalizado con gente con un alto nivel de ansiedad por el temor al contagio. Gestionar e intentar minimizar nuestro miedo es otra forma de luchar contra la pandemia, junto a las pautas de higiene preventiva y precautoria. La idea de no añorar lo que no se puede en este momento es un mecanismo mental para sobrellevar el confinamiento. Un hecho significativo es que el confinamiento no ha supuesto aislamiento personal, al contrario, ha sido un acicate para comunicarnos más y mejor auxiliados por el teléfono o Internet.
Se ha extendido la afirmación de que el virus afecta por igual ya a todo el mundo, ya que ha contagiado a grupos de personas diversos. Esta idea es bastante cuestionable. Cuando pase la pandemia y tengamos todos los datos de las personas contagiadas probablemente haya un sesgo de grupo y clase social en el contagio, también de género e incluso un sesgo territorial y de barrio dentro de las ciudades.
La postura de la Unión Europea ante esta pandemia ha sido de vergüenza pública. Se ha puesto de perfil, de una manera impresentable, evidenciando que es poco más que un amplio mercado. No ha habido hasta ahora una acción mancomunada de los países de la UE frente al virus. Soy un europeísta convencido, pero creo que la falta de respuesta de la comunidad europea desarrollará en el futuro las tendencias centrífugas en Europa cuyo primer eslabón ha sido Gran Bretaña. ¿Para qué nos sirve una Unión Europea que, cuando la asola una crisis, sus dirigentes políticos se comportan de una manera mezquina y mantienen posturas de egoísmo nacional?, ¿Qué está pasando con las personas refugiadas dentro de nuestras fronteras?
Muchos líderes de opinión mediática señalan que las cosas no volverán a ser como hasta ahora. Economistas y políticos neoliberales exponen un mantra que vuelven a repetir estos días: una crisis es una oportunidad. Pero necesitamos que sea un oportunidad para replantearnos qué queremos ser cómo país. Poner el acento y el objetivo en el hecho de que la gobernanza y la política pueden ser una oportunidad para una sociedad más solidaria y altruista, menos fragmentada en la que siga primando el egoísmo y el estrecho interés propio. Necesitamos un cambio de paradigma que no ponga el acento solo en la economía y la tecnología, como entes abstractos, sino en la dignidad humana. Hay que construir una nueva ética social que ponga en el centro a las personas en general y las más vulnerables en particular.
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