Decía en un artículo anterior, en relación con la BBC, que un medio de comunicación tiene el derecho a definir una línea editorial y que sus comunicadores tienen que restringir las ideas que comunican en él a las limitaciones que imponga dicha orientación. Hoy quisiera matizar esa afirmación.
Un medio de comunicación privado tiene un dueño, o dueños, que invierten su dinero para promover una causa cultural: informar, o entretener, y transmitir unos valores, un modelo de sociedad. A lo largo de los siglos se ha derramado mucha sangre con las luchas que algunos han emprendido, con las armas, para impulsar determinadas ideas (religiones, modelos políticos, etc). Otros cambian la espada por la pluma, tratando de construir un mundo mejor. Es algo que me parece legítimo, incluso loable.
En un entorno plural, la colisión en “el ágora” de diferentes discursos hace pasar las ideas por la forja, las clarifica y selecciona, y acaba produciendo una síntesis, un nuevo modelo ideológico que recoge lo mejor de cada una de las propuestas iniciales. En ese proceso vemos en acción la dialéctica de la que hablaba Hegel, que sirve de motor de progreso cultural.
Ese modelo puede fallar en ocasiones. Cuando no hay pluralidad de voces, sino que se impone lo que José María García llamaba “el imperio del monopolio” (del signo que sea) el diálogo y el progreso se paran. Esto no detiene la dialéctica hegeliana. Inevitablemente surgirá un modelo ideológico antitético que, si no se puede expresar abiertamente, discurrirá de forma clandestina, en las catacumbas, hasta provocar su revolución. Si con diálogo las ideas fluyen como la lava de un volcán hawaiano, sin él el modelo volcánico es de tipo estromboliano, explosivo. Cuando se impone un nuevo modelo dominante, sin haberse purificado en el diálogo, puede resultar tan opresivo como el que lo silenciaba. Decía Nietzsche que si pasas demasiado tiempo luchando contra dragones, te acabas convirtiendo en uno. Al final se impone la dialéctica, y la síntesis, pero el modelo estromboliano es más disruptivo, frecuentemente incluso sangriento.
Otro escenario que perturba la “dialéctica hawaiana”, más cercano a la realidad de nuestro entorno, es la polarización autística de las corrientes ideológicas. En Occidente vemos cada vez más cómo conviven en el entorno público distintas orientaciones políticas, cada una con sus partidarios, sus medios de comunicación, sus nichos dentro de las redes sociales, etc. No hay un monopolio, pero tampoco hay diálogo al predicar cada cura para su coro en una dinámica que profundiza el sectarismo y la incomprensión. Así se incuba la división civil que amenaza nuestra estabilidad política.
Cuando los medios de comunicación no son privados, sino públicos, pagados con el dinero de todos, la situación es similar. El medio público asume una línea editorial (estable e independiente o fluctuante con los cambios de gobierno, según el país del que hablemos) y emprende su proceso de evangelización de la sociedad, atrayendo acólitos a su modelo y acumulando fuerzas para el enfrentamiento con otros proyectos culturales.
Echo en falta otra manera de entender el servicio público, tanto en los medios públicos como en los privados. Echo en falta la pluralidad y el diálogo, debates en los que no todos los participantes estén de acuerdo, sino que confronten distintos puntos de vista.
Aprecio mucho miedo a dar pábulo a las ideas del contrario y creo que es un error. Las ideas son peligrosas cuando no se expresan (y entonces se actúan), cuando no pasan por la forja del diálogo y pulen sus aristas, cuando se arrinconan y persiguen provocando una reacción agresiva. Cuando se comparten y revisan, las ideas son enriquecedoras.
Incluso si lo que se pretende es defender un determinado ideario, puede ser útil dar voz al adversario, dejarle desplegar sus argumentos y sus contradicciones, y luego contestarle razonadamente. Además, desde este punto de vista instrumental, el medio que organiza el diálogo tiene las de ganar al jugar en casa. Desde otro punto de vista, hasta se puede aprender algo del que piensa de manera diferente cuando uno se aviene a discutir.
En cualquier caso, y pese a mi búsqueda de un diálogo plural, yo mismo acabo promoviendo mi propio ideario en escritos como éste, donde los comentarios de los lectores que no piensen como yo difícilmente pueden competir con el artículo principal. El sistema se impone, aunque podemos afinar con los matices.
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