Cámaras de seguridad. Rejas. Patios vallados. Literas en jaulas. No, no es un prisión cualquiera. Es el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Sangonera la Verde.
Hace unos días tuve, junto a mis compañeros en el grupo municipal de Cambiemos Murcia, Nacho Tornel y Sergio Ramos, la posibilidad de visitarlo, entrevistarme con el director y hablar de tú a tú con las trabajadoras de la Cruz Roja que hacen allí una gran labor de intermediación entre los internos y la Policía Nacional.
Al acceder al recinto, sentí lo que cualquier ser humano con un mínimo de empatía hubiera experimentado. Un frío que me heló la piel a pesar de que fuera el calor era insoportable. Una sensación que se unió a la rabia y el dolor ante un panorama desolador fruto de una política migratoria que toma forma, de muro, valla y concertina.
¿Qué diferencia hay entre ellos y yo? ¿Un carné? Me pregunté al poner el pié en aquel centro. Yo también soy migrante. También vine a este país, a esta región, buscando una vida digna.
Actualmente, en el CIE de Sangonera se encuentran 97 internos y el tiempo medio de estancia es de unos 20 días. La mayoría de ellos llegan a nuestras costas procedentes de países del norte de África, en patera, tras tomar la dura decisión de abandonar el lugar que les vio nacer, donde están sus seres queridos. Su familia.
Muchas veces un viaje sin retorno, pues sólo en lo que llevamos de año más de 1.000 vidas se han quedado atrapadas en el azul, el Mediterráneo convertido así en fosa común, en depósito de sueños truncados. Y quienes llegan a tierra encuentran una realidad muy diferente a la que habían imaginado. De repente, se les comienza a tratar como a verdaderos delincuentes cuando el único delito que han cometido es nacer en la cara mala del mundo. Así, se les encierra en espacios como ese CIE, donde esperan su hora para el retorno sin haber alcanzado su objetivo. La deportación se convierte en cierre de un ciclo que en ocasiones vuelve a empezar una vez han sido devueltos a su país de origen.
Durante la visita, pude ver cómo la mayoría se concentraba a aquellas horas, mediodía, en los patio del centro. Muchos de los internos nos miraban con ojos vidriosos, sentados, viendo pasar el tiempo sin poder hacer nada tras haberse jugado la vida en el mar. Otros lavaban su ropa, otros la tendían. Algunos hablaban y otros miraban al frente sin decir nada, como quien ve esfumarse un sueño. Ese mismo sueño de la dignidad y de las oportunidades que aparecía representado en dibujos y mensajes en las paredes de una de las salas.
La mayor parte de aquellos internos serán devueltos a sus países de origen. Un hecho bastante paradójico si atendemos a lo que uno de los carteles situados en aquel lugar rezaba: “Financiado con fondos europeos para el asilo, la migración y la integración”. No hay palabras para describir el sentimiento de impotencia que me sobrevino al leerlo. En ese lugar ni hay asilo, ni mucho menos integración.
Pero la hipocresía de Unión Europea no se queda ahí. La última jugada es la modificación hecha en su seno para permitir que parte del dinero dirigido a cooperación al desarrollo se destine a FRONTEX, al control de fronteras o lo que es lo mismo, más vallas, más muros, más concertinas, más deportaciones.
¿Por qué a este mundo desmemoriado se le olvida que en todos los tiempos los seres humanos hemos migrado de un sitio a otro buscando mejores condiciones de vida? ¿Es que acaso este no es un derecho?
Me fui de allí esforzándome en contener las lágrimas, y aún más convencida de que esos espacios oscuros, obras de una política neoliberal para la que el dinero importa más que las vidas humanas, tienen que dejar de existir. Porque vivir dignamente es un derecho humano, es decir, todo lo contrario a muro, a valla, a concertina. Todo lo contrario a CIE.
Margarita Guerrero es concejala de Cambiemos Murcia en el Ayuntamiento de Murcia.