We are family
I got all my sisters with me
We are family
Get up everybody and sing…
Sister Sledge
-El jueves pasado me refugié de la lluvia en mi restaurante favorito, Mamá Teresa, ¿lo conocéis?
Las otras asienten. Se trata de un italiano que descubrí hace un año, gracias a Google maps, mientras trataba de imaginar cómo sería la futura ciudad de Lady Chorima.
-Pedí el menú del día -continúo- y me senté en una mesa individual, en mi rincón preferido, junto al ventanal. Estaba sola, casi todas las mesas estaban ocupadas, cada cual en lo suyo y yo me sentía bastante cómoda con mi plato de ensalada. Al poco llegaron dos tipos y se sentaron en la mesa de delante. Empecé a comer tratando de no establecer contacto visual con ninguno de ellos porque, sin necesidad de levantar la cabeza, gracias a mi potente visión lateral (algo que según he leído por ahí, está demostrado con datos científicos que tenemos más desarrollado las mujeres), me había dado cuenta de que el que estaba justo en frente de mí, no dejaba de mirarme.
-¿Os conocíais? -interviene Ingelina.
-¡Qué va! Pero me observaba sin parar, por encima del hombro de su acompañante, como queriendo establecer una comunicación que yo no quería.
-Fuck! -resopla Louise, la poeta de origen finlandés, en el asiento de atrás.
-Ellos terminaron mucho antes, se levantaron y salieron, pero el tipo volvió a entrar, esta vez con otro hombre, y vino a sentarse al mismo lugar. Yo me estaba tomando el café, me había puesto a chatear y a mirar Twitter. Esta vez, el acompañante, en lugar de sentarse frente a él (lo lógico), se puso en la silla de al lado (la mesa era de cuatro), para que el muy descarado pudiera tener una visión despejada.
-¿Y no dijiste nada? -pregunta Ingelina.
-No. Terminé el café y me marché sin mirarlos una sola vez… Estos episodios son lamentables, que los tíos se imaginen que vaya a sentirme halagada porque me miren con insistencia, o peor, dando por hecho que por estar sola vaya a ser presa fácil, resulta violento.
-Es una vergüenza -comenta Louise.
-Estaría bien que escribieras sobre estas cosas, en lugar de publicar todo lo que nosotras hacemos o decimos -aprovecha para tirarme Lady Chorima.
Venimos de regreso por la E4, después de una escapada de fin de semana a Estocolmo. Son casi ocho horas de viaje, nos hemos puesto hasta arriba de Cuba Cola y de bocadillos de salmón, hemos cantado todos los grandes éxitos de los ochenta con la radio sueca, que es un auténtico túnel del tiempo: Suzanne Vega, Midnight Oil, Madonna o ABBA, entre mucha morralla. También nos hemos dado a la exégesis de algunas letras, desde el 'Hot Stuff' de Donna Summer hasta el 'Ring my bell' de Anita Ward, que según Lady Chorima, es como el 'Ponme la mano aquí, Macorina' de la canción pop. Nosotras levantamos las manos y coreamos con ella 'You can ring my bell' y el 'ohhh' que le sigue.
-En serio, Ron -me dice más tarde Lady Chor-, tendrías que centrarte en estas cosas del día a día. ¿A quién carajo le interesa la historia del hundimiento del Vasa? Estás perdiendo el tiempo con esas crónicas pseudo periodísticas. A la gente no le interesan tus churros culturetas, quiere carnaza servida en bandeja. ¿Por qué no te haces youtuber? ¡Ábrete una cuenta en Tiktok!
-Además, me equivoqué con los datos… Puse que eran 800 las víctimas del naufragio, cuando en realidad fueron una treintena. Y que se había perdido un tesoro que no existía.
-Lógico, ¿cómo iba a cargar un tesoro un buque de guerra?
-Me había documentado, pero las fuentes de internet no son muy de fiar.
-¡Inventa, exagera! -insiste Chori-. La historia del restaurante, amplíala, añade cosas.
-Escribe que encaras al tipo -sugiere Louis-. Y que lo acorralas… ¿Llevaba corbata?
-No.
-¡Lástima, porque ahí tenías de dónde agarrarlo!
Como copiloto, tengo encomendados los mandos de la radio, aunque Chori y cía se cansan rápido de mis discos de Roy Orbison y Stan Getz.
-¡Más cafeína, Ron, más cafeína! -reclama Chori, al volante.
Mucho calor y demasiados kilómetros. A nuestra izquierda queda el Vättern, una inmensidad de agua dulce que se confunde con el cielo del atardecer. Pegada a la autovía, avistamos las ruinas de la abadía de Alvastra. Esta vez no pararemos hasta Jönköpin, a unos 200 kilómetros al sur. Por fin, cuando empieza a sonar 'It’s raining men' de las Weather Girls todas se desmelenan.
-Las primeras veces que escuché esta canción -les comento- pensaba que decía: 'It’s raining in hell… Hallelujah!' Imaginaos: una adolescente murciana, escuchando esto en pleno verano… ¡Como lluvia en el infierno!
Las demás, entusiasmadas, empiezan a corear mi versión.
-Pues claro, es lo mejor que puede pasar -dice Chor-, que llueva en el infierno. ¿Para qué queremos una lluvia de hombres?
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