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El malo de la película

Silvia Nortes Manjavacas

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Cuando en España pensamos en un golpe de Estado, nos viene inevitablemente a la memoria, por haberlo vivido o por haberlo estudiado, el 23 de febrero de 1981.

Consideramos un golpe de Estado casi como una maniobra terrorista, al menos terrorismo contra el orden establecido democráticamente. En aquel 23 de febrero, el país luchaba sin duda alguna por un futuro mejor, por unas instituciones representativas, por el derecho al voto. Luchaba, en definitiva, por la libertad.

Esta predisposición a pensar en el 23-F como el único modelo de golpe de Estado puede llevarnos a una interpretación sesgada de lo que ayer ocurrió en Turquía. Todas las interpretaciones llevan implícito un sesgo, pero el panorama político y social turco tiene demasiadas aristas como para tildar a los unos de malos, y de buenos a los otros.

Durante los últimos días se vienen haciendo valoraciones a la ligera de un conflicto profundo y complejo.

Estos son los puntos de fricción principales entre el Ejército turco y el presidente de la República que deberíamos tener en cuenta a la hora de repartir los papeles en este “culebrón otomano”:

Conflicto de ideologías religiosas

Tradicionalmente, el Ejército turco ha sido una institución laica, defensora de una democracia secular. La deriva del presidente de la república Recep Tayip Erdoğan hacia una política claramente islamista puede haber sido uno de los detonantes de la acción militar.

Como muestra un botón: el “kemalismo”, la ideología del fundador de la República de Turquía –Mustafa Kemal Atatürk-, caracterizada por su rechazo al Islam y al separatismo kurdo, es la base de la enseñanza en las escuelas militares.

Una de las medidas más controvertidas de Atatürk fue la prohibición a las mujeres de llevar velo en instituciones públicas -con la excepción del poder judicial, militar y policial-, una medida revocada por Erdoğan décadas después.

También ha levantado las sospechas de los sectores más seculares el hecho de que el canto del muecín para llamar a la oración volviese a sonar en Santa Sofía por primera vez en 85 años. La antigua mezquita fue convertida en museo laico por Atatürk en 1935.

Además, declaraciones como que el intento de golpe de Estado ha sido un ‘regalo de Dios’, o que ninguna familia musulmana debería utilizar métodos anticonceptivos, contribuyen a alimentar la sensación de que la República de Turquía tiene cada vez menos de secular.

Lo anterior son sólo algunos ejemplos sueltos de la intensificación del clima represivo que se vive en el país.

Lucha de poder

A lo largo de la historia moderna de Turquía, las Fuerzas Armadas han jugado un papel muy activo en política, protagonizando golpes de Estado y forzando la dimisión de líderes políticos. Con la llegada al poder del AKP, el protagonismo del Ejército se debilitó, y Erdoğan comenzó a influir en el nombramiento de comandantes.

Junto con el sesgo islamista del Gobierno, el creciente autoritarismo de Erdoğan también ha generado recelos en el cuerpo militar. Atrás quedan los famosos procesos Ergenekon y Sledgehammer, que acabaron con numerosos generales entre rejas, acusados de conspiración para derrocar al gobierno del AKP. Es curioso que las investigaciones fuesen promovidas por miembros gulenistas del poder judicial, por entonces aliados del Gobierno.

Apoyo civil

La vertiginosa evolución del país en su historia contemporánea ha forjado una conciencia política muy intensa en la sociedad turca. Podría decirse que casi rozando lo radical en sus ideas, tanto para lo bueno como para lo malo. Tomemos el ejemplo de Mustafa Kemal “Atatürk”. Atatürk, general del Ejército en 1911, se levantó contra las órdenes del sultán e hizo frente a los invasores en la Primera Guerra Mundial. Gracias a su intervención, Turquía se libró de ser desmembrada. Atatürk depuso al sultán e instauró un régimen laico, cimentado en un fuerte apoyo civil. Aunque acusado también de autoritarismo, Atatürk sigue siendo un símbolo de libertad, principalmente para la clase media-alta y para los jóvenes. Como decimos entre amigos, “Atatürk es un icono pop”.

El apoyo civil ha sido clave en la resolución del golpe. En 1980, cuando se produjo el golpe de estado más sangriento de la historia del país, el Ejército contó con el apoyo masivo de la ciudadanía. Esta vez, los partidarios del Gobierno del AKP han sido mucho más numerosos. Conviene recordar que, en las últimas elecciones generales, el partido de Erdoğan revalidó su poder con casi un 50% de los votos. Las imágenes de ayer mostrando civiles enfrentándose a los tanques lo dicen todo.

Conflicto kurdo

En los últimos meses, Erdoğan ha dado libertad al Ejército para enfrentarse a los insurgentes kurdos. Los militares siempre habían visto con malos ojos el alto el fuego entre el PKK –Partido de los Trabajadores del Kurdistán- y el Gobierno turco, por lo que el retorno de las hostilidades supuso una mejora en la relación entre los dos poderes.

Sin embargo, corrían rumores de que el Ejército podía sentirse llamado a actuar si la violencia en los núcleos urbanos del Kurdistán se recrudecía. Si la seguridad del país se veía amenazada y la ciudadanía se echaba a la calle a protestar, Erdoğan intensificaría la represión policial, el apoyo al Ejército como guardián de la estabilidad podría verse reforzado. Algo que, visto lo visto, no ha terminado sucediendo.

Todos estos puntos de fricción han ido alimentando la relación entre los poderes que se enfrentaron el pasado viernes.

Sin duda, el intento de deposición de un Gobierno elegido democráticamente es siempre condenable. Pero hay muchas cuestiones que cabe plantearse en el caso turco:

¿Vive el país en democracia, y esta democracia fue puesta en peligro por el intento de golpe?

¿Existe una división de poderes fáctica?

¿Iba a acabar el Ejército con el autoritarismo?

¿Cuáles van a ser las consecuencias de la victoria del Gobierno?

No es prudente, por tanto, asignar el papel de víctima y verdugo a la ligera.

La única víctima clara va a ser la más débil: la sociedad civil. La brecha que se está abriendo entre vecinos, unida al poder reforzado de Erdoğan, es la consecuencia más temible y desestabilizadora.

Citando declaraciones de Selahattin Demirtaş, líder del partido opositor HDP: “Que el golpe de estado haya fracasado no quiere decir que tengamos democracia en Turquía.”

La lucha continúa, me temo, en la calle.

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