En Cuba ejercer el periodismo es casi una entelequia. Aunque hay profesionales que realizan a diario un noble ejercicio de supervivencia, poniendo en riesgo su propia integridad física, el régimen intenta aplastarlos con detenciones y multas cuando considera que sobrepasan el límite. Ese límite no es otro que lo que agrada o no al interés de sus gobernantes. Juan Jesús Aznárez contaba el otro día, en su columna del diario El País, que allí “las plantillas de los medios públicos, no hay otros, trabajan agobiadas por la imprecisión de sus límites, las arbitrariedades de los centinelas del partido y el miedo a meter la pata”.
En la Región de Murcia parece que estamos en esa línea. Bueno, a lo mejor exagero un poco. La hoja de ruta consiste en señalar para luego disparar. La semana pasada, el senador del PP Francisco Bernabé apuntó públicamente en una red social hacia la periodista Rosa Roda, responsable de los informativos regionales en Onda Cero. Lo hizo instando a la dirección de la emisora a “revisar” el trabajo de esta profesional, que destaca por sus críticas minuciosas y documentadas. Bernabé aseguraba verse perseguido por una especie de obsesión, que denunciaba contra su persona, por parte de la mencionada periodista. Algo así como manía persecutoria de la informadora hacia el político.
Lo cierto es que Rosa Roda ya no presenta ni edita el informativo matinal de su emisora, en la franja de mayor audiencia. Es verdad que eso ya ocurría antes de la denuncia de Bernabé, en parte por cuestiones personales y familiares de la propia interesada, si bien esta advertencia apuntalaría el remate final de la faena. En 2018, Rosa Roda publicaba unos extensos artículos en el diario La Opinión de Murcia, que gozaban de un notable seguimiento, en los que desgranaba las contradicciones en las que a menudo incurría el Gobierno regional en temas medioambientales o urbanísticos, sobre todo. Ni que decir tiene que aquellos textos no agradaban demasiado en el entorno de San Esteban. Su línea crítica se remonta a la etapa de Valcárcel en la presidencia, época en la que también padeció las invectivas de turno. Tras varias entregas, aquella colaboración periodística se cortó de raíz, de un domingo para otro, y Roda pasó a escribir tan solo en su blog personal. Lo conté por entonces en un post de mi cuenta de Facebook, tras lo que un responsable del citado periódico contactó conmigo para aclararme que no viera fantasmas tras el asunto, aunque a mí siempre me quedara la mosca detrás de la oreja. Porque las presiones no solo se ejercen de cara a los medios privados desde el poder a través de consignas políticas o colocando opinadores afectos a la causa en sus espacios de debate, sino también a costa de recortar la publicidad institucional, parte consustancial de la cartera comercial de cualquier periódico o emisora de radio.
Otro episodio que aconteció días después, también esta semana, fue cuando a la responsable de prensa de Ciudadanos en la Asamblea Regional, Concha Alcántara, formación cuyos dos diputados leales a la dirección nacional se integran en el grupo mixto, le prohibieron el acceso a la sala de prensa edificio legislativo, amparándose en cierta norma impuesta de forma unilateral para, dicen los malpensados, intentar asfixiar la voz del partido naranja en favor de los tránsfugas del mismo. El presidente del parlamento, Alberto Castillo, argumentó en su día que esta trabajadora “no era de la casa”, aduciendo problemas de espacio en sus dependencias y aclarando que podría seguir entrando a las mismas pero en calidad de visitante. El caso lo denunció la parlamentaria Ana Martínez Vidal en su cuenta de Twitter, al tiempo que el colectivo de mujeres periodistas Colombine exigía que no se coartara el trabajo de esta compañera “porque su labor es esencial para el pluralismo democrático y la libertad de prensa”.
Hace unos días falleció el veterano periodista y cronista político Juan Redondo. Se publicaron diferentes obituarios sobre él, entre ellos el que escribí en una red social. E incluso muchos políticos, a diestra y siniestra, alabaron las excelencias de tan estimado profesional, que ejerció durante años en varios medios regionales. Entre el centenar largo de comentarios a mi post, la mayoría de dolor y pésame, hubo uno que me llamó especialmente la atención: fue el de una mujer que, acertadamente, decía que las lisonjas estaban muy bien, pero que a Juan lo que le hubiera gustado en vida es que, en los últimos años, lo hubieran contratado en algún medio para no tener que malvivir de una exigua pensión. Lo cierto es que Redondo siempre fue un espíritu libre, un outsider que nunca escribió al dictado y quizá por eso lo proscribieron algunos de los que, tras su muerte, lo ensalzaron sin rubor.
De confirmarse lo que intuimos, al periodismo regional se le estaría asestando una puñalada trapera de dimensiones muy bien calculadas desde las terminales y despachos del poder. Como en la Cuba comunista, a los ojos del resto de profesionales quedaría meridianamente diáfano lo que le puede pasar al que se desmadra y se sale del guion preestablecido. Y ello, con la aquiescencia de los propios medios afectados, de las instituciones y organismos públicos, de las asociaciones profesionales que deberían velar por la defensa de los periodistas, independientemente de organizar galas para entregar premios actuando de bienquedas, y de la sociedad en general, anestesiada con el pan y circo al que la tienen acostumbrada desde hace ya demasiado tiempo por estos lares. Y es que está muy bien que todos nos pongamos muy dignos y hablemos mucho de las fake news, de la desinformación que conllevan y de los bots, por ejemplo, pero procuremos además, pisando firme, que los árboles nunca nos impidan ver el bosque.
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