Es probable que cuando Winston Churchill, a quien se le atribuye la frase, dijo aquello de que la democracia era el sistema político menos malo, estuviera pensando en sitios como Alguazas. Ironías anacrónicas al margen, no quiero aseverar con ello que a este pueblo de la Vega Media del Segura el sistema de partidos le haya sentado tan rematadamente mal desde que, en la Transición, se celebraron las primeras elecciones municipales en abril del 79. Pero fue en ese momento, mediatizada por el influjo de quienes manejaban sus destinos, cuando la ciudadanía optó por dividirse y, lo que es peor, provocando en el municipio una nefasta deriva que, a lo largo de todos estos años, ha repercutido indefectiblemente en su capacidad de progreso.
Por poner solo un ejemplo, quizá anecdótico pero que entraña una llamativa paradoja, en la década de los ochenta, este pueblo llegó a contar no con uno, sino con dos equipos de fútbol en primera categoría regional que, casualmente, uno vestía de rojo y el otro, de azul. No faltaba quien dijera que uno era el de los pobres y el otro, el de los ricos. Y aquello no fue una simple casualidad, porque en Alguazas ya existía eso que hemos dado en llamar polarización, antes incluso de que ese término estuviera tan en boga en el resto del país.
Pocas veces se solía ver juntos a los integrantes de las sucesivas corporaciones municipales en los diferentes actos públicos. Unos iban siempre por un lado y otros, por otro. Hasta en los eventos religiosos. Algo así como en un intento de no contaminarse los unos de los otros. Aunque de familiares directos se tratara. Esa división generó a menudo una enorme repercusión en la gestión, ya que escasas veces las fuerzas políticas locales se unieron para reivindicar algo provechoso para la localidad. Difícil de entender para cualquier observador ecuánime que se precie.
Las generaciones más recientes parecen no haber aprendido nada de las anteriores. Y por eso se erigen en dignos sucesores de aquellos vicios pretéritos, de los que tan solo han optado por copiar lo peor de su proceder. Cuanto peor, mejor, parece ser el lema permanente. Cuantos más palos se coloquen en las ruedas del carro del adversario para que este no circule, más alborozo y regocijo.
El capítulo de este miércoles, con el esperpéntico pleno de los sueldos del alcalde y su equipo de gobierno, no es tampoco novedoso. En pleno verano se buscó un ardid que los tribunales invalidaron. No se olvide que ocurrió lo mismo al comienzo de la anterior legislatura por lo que, como se diría tirando de refrán, donde las dan, las toman. En un ejercicio por intentar llevar la asfixia al que gobierna, la oposición se proclama verdugo berlanguiano. Al enemigo, ni agua. Pasó antes y vuelve a pasar ahora. Y, por lógica, el perjudicado sigue siendo el ciudadano de a pie. Lo de que empresarios y comerciantes locales pretendan pagar la nómina al primer edil ya roza el paroxismo.
Por eso, cuando se da algún episodio como este tan reciente, uno echa la vista atrás y tira de memoria. Y colige que de aquellos polvos vienen estos lodos. A todo esto, tampoco es que, por desgracia, en el discurrir del tiempo, hayamos tenido un nivel excelso en lo que a la capacidad diligente de sus gobernantes se refiere. Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance, que dijo un sabio. Y es que hay personas que nacen mediocres, otras que logran mediocridad y otras a las que la mediocridad les cae encima. Tampoco debe ser casualidad que el nombre de Alguazas, que viene del árabe Al Waza, signifique ‘la de en medio’, situada entre dos ríos. Debió de resultar premonitorio para aquellos bereberes que entonces la poblaron.
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