Nunca tengas miedo del día que no has visto, reza un proverbio inglés. Parecidos temores a los que ahora suscita Podemos, aunque muchos no lo recuerden o no lo quieran recordar, se vivían en la España de finales de la década de los setenta del pasado siglo con los socialistas. Como en aquellos días cantaba el grupo onubense Jarcha, la gente que venía de una dictadura y que solo deseaba su pan, su hembra y la fiesta en paz, veía en unos jóvenes ambiciosos, que lucían el pelo largo y vestían de pana, un elenco de peligrosos marxistas que, en cuatro días, acabarían con el país.
Aunque no se trate de los mismos personajes ni las mismas circunstancias, y haya quien considere hasta una insolencia la sola comparación, Felipe González, al que todavía había quien llamaba Isidoro –nombre que adoptaría en la clandestinidad– y su fiel escudero, Alfonso Guerra, serían los Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero de aquellos años en los que, por primera vez tras la Guerra Civil, el PSOE fundado por el homónimo del líder de Podemos, concurría a unas elecciones generales: era 1977. También entonces, esos que damos en llamar poderes fácticos se preguntaban qué sería de España si esos ‘inexpertos’ dirigentes, que apenas tres años atrás se habían hecho con la dirección del partido en el congreso de Suresnes desbancando al histórico Rodolfo Llopis, desalojaban al poder establecido. ¿Convertirían España en una nueva Cuba castrista o Nicaragua sandinista nacionalizándolo todo? Había más que temor entre la banca, la patronal y ya no digamos en el seno del Ejército.
Está más que probado que desde la UCD se hicieron esfuerzos ímprobos por inocular el miedo al pueblo español, temeroso de adentrarse en unos laberintos que pudieran resultar inescrutables. Adolfo Suárez utilizaría todas las artimañas a su alcance, si bien en un principio hubo quien creyó que el auténtico enemigo sería el que más había maniobrado desde el exilio y que con más contundencia combatió al franquismo: el PCE. A tal punto llegaron las cosas que Leopoldo Calvo Sotelo tuvo que reconocer que ellos ayudaron “con bastante dinero” a los propios socialistas ante el miedo de que los comunistas arrasaran en las urnas.
El PSOE no ganaría en 1977, como tampoco lo haría en 1979. Solo la debacle de UCD propiciaría su aplastante triunfo de 1982, con aquella mayoría absoluta tan apabullante que les sorprendió hasta a ellos mismos. Es paradójico que, pasado el tiempo, vuelvan los miedos y que ahora andemos enzarzados con otro tipo de políticos de nuevo cuño, de quienes se asegura que ponen en peligro el sistema edificado en la pretérita Transición que, como todo en esta vida, fue algo manifiestamente mejorable. Aunque ya se sabe que los peores embusteros siempre suelen ser nuestros propios temores, como sentenciara Kipling.
Nunca tengas miedo del día que no has visto, reza un proverbio inglés. Parecidos temores a los que ahora suscita Podemos, aunque muchos no lo recuerden o no lo quieran recordar, se vivían en la España de finales de la década de los setenta del pasado siglo con los socialistas. Como en aquellos días cantaba el grupo onubense Jarcha, la gente que venía de una dictadura y que solo deseaba su pan, su hembra y la fiesta en paz, veía en unos jóvenes ambiciosos, que lucían el pelo largo y vestían de pana, un elenco de peligrosos marxistas que, en cuatro días, acabarían con el país.
Aunque no se trate de los mismos personajes ni las mismas circunstancias, y haya quien considere hasta una insolencia la sola comparación, Felipe González, al que todavía había quien llamaba Isidoro –nombre que adoptaría en la clandestinidad– y su fiel escudero, Alfonso Guerra, serían los Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero de aquellos años en los que, por primera vez tras la Guerra Civil, el PSOE fundado por el homónimo del líder de Podemos, concurría a unas elecciones generales: era 1977. También entonces, esos que damos en llamar poderes fácticos se preguntaban qué sería de España si esos ‘inexpertos’ dirigentes, que apenas tres años atrás se habían hecho con la dirección del partido en el congreso de Suresnes desbancando al histórico Rodolfo Llopis, desalojaban al poder establecido. ¿Convertirían España en una nueva Cuba castrista o Nicaragua sandinista nacionalizándolo todo? Había más que temor entre la banca, la patronal y ya no digamos en el seno del Ejército.