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Narcodemocracia

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El 15 de noviembre de 2022, A. J. Ussía publicó en El Confidencial el artículo titulado “Inhala y sé feliz: la democracia ha muerto, viva la narcodemocracia”.

Éste es un artículo llamativo por su forma provocadora, con la que el autor parece enfatizar la protesta, pero que oscurece un tanto su contenido. Según entiendo, las ideas que expone son las siguientes:

1.   Se ha aprobado en España un nuevo antidepresivo, el spravato, cuya fórmula deriva de la ketamina y que será financiado por la sanidad pública.

2.   El uso de este fármaco es comparable al abuso recreativo de la ketamina u otras drogas.

3.   Esto forma parte de una estrategia de gobiernos y “firmarrecetas” para tratar pacientes con medicamentos psicodélicos.

4.   El resultado de todo ello es el surgimiento de una narcodemocracia en la que el estado calma a la población descontenta y las élites se enriquecen vendiendo el producto.

Entiendo que la aparición de un nuevo fármaco para tratar la depresión (o cualquier otra enfermedad), si es realmente efectivo, es una buena noticia. También entiendo que tiene sentido que en un sistema sanitario tipo Beveridge, como el que tenemos en España, el estado financie los medicamentos, aunque sean necesarios mecanismos para racionalizar el gasto.

Discrepo con que el uso de un medicamento para una enfermedad, prescrito y supervisado por un médico, sea comparable al abuso de sustancias por parte de “yonquis”, tal como expresa el Sr Ussía.

El tratamiento de las enfermedades en general, y de la depresión en particular, requiere de un abordaje complejo que, frecuentemente, no se limita sólo al uso de fármacos. En el origen de una depresión puede haber factores biológicos, pero también sociales, psicológicos, ligados a los hábitos y derivados de posicionamientos vitales, etc, que requieren ir más allá de la farmacología. En esta línea, resulta especialmente importante el recurso a la psicoterapia con psiquiatras, psicólogos u otros profesionales competentes.

Las limitaciones del sistema público de salud son manifiestas en el terreno de la psicoterapia y sería recomendable potenciar este aspecto, pero eso no equivale a rechazar de entrada la farmacoterapia considerando que convierte a la gente en una “panda de zombies”, como considera el autor. Cuantas más herramientas efectivas tengamos para manejar los problemas, mejor los resolveremos.

Es cierto que se están investigando nuevos antidepresivos basados en sustancias psicodélicas. Es probable que estas investigaciones encuentren que algunas moléculas son efectivas y seguras para tratar la depresión, o puede que descubran que los riesgos son superiores a los efectos beneficiosos. Me gustaría conocer los resultados de la ciencia antes de sacar conclusiones, pero entiendo, a priori, que el método científico es adecuado para sacar conclusiones sobre el valor de estos medicamentos. Los gobiernos en general, y la Agencia Española del Medicamento junto a sus homólogas en otros países, en particular, utilizan la ciencia para determinar qué fármacos deben ser utilizados y financiados. Este proceso es el que se utiliza para aprobar los medicamentos, independientemente de que sean opiáceos, psicodélicos o utilicen cualquier otro mecanismo de acción.

Los “firmarrecetas”, entre los que me incluyo, prescribimos los fármacos de acuerdo con la evidencia científica y nuestra experiencia clínica para mejorar la salud de nuestros pacientes. No participamos en una conspiración para acabar con la democracia narcotizando a los descontentos.

En ocasiones los médicos afrontamos un conflicto ético. Tenemos la posibilidad de reducir el padecimiento de un enfermo que está sufriendo maltratos laborales, familiares o sociales. Al reducir su malestar facilitamos que se acomode en vez de afrontar el problema externo, que a veces tiene solución y otras veces no. Con ello, los profesionales corremos el riesgo de convertirnos en una fuerza social homeostática y debemos ser conscientes de ello, pero este problema no debe llevarnos sistemáticamente a desatender el sufrimiento de los enfermos, como parece sugerir el Sr Ussía.

El uso de psicofármacos para tratar las enfermedades mentales no es comparable a la narcotización de la población con soma que describía Aldous Huxley en 'Un Mundo Feliz'. Puede haber factores coincidentes, pero son escenarios completamente diferentes y no me parece adecuado calificar de narcodemocracia la influencia del sistema de salud mental sobre los agentes sociales. 

Las élites económicas, propietarias de la industria farmacéutica, pueden enriquecerse vendiendo medicamentos. También pueden hacerlo vendiendo televisores, combustible o alimentos. Esta es la base de nuestro sistema económico y no me parece algo escandaloso siempre que se respeten las reglas de juego que marcan la sociedad y el estado. Estas reglas pueden y deben ser revisadas para facilitar un modelo social justo e inclusivo, pero esa es una cuestión diferente a la que plantea el Sr Ussía. 

En los comentarios que los lectores realizan al artículo del Sr Ussía en El Confidencial podemos observar múltiples descalificaciones, respuestas airadas a sus provocaciones. Creo que es importante evitar las agresiones verbales que suscitan los desatinos de los demás. Todos los que hablamos decimos tonterías de vez en cuando y un poco de tolerancia hace la vida más agradable. Más aún, en un país partido en dos mitades enfrentadas, abstenernos de descalificar al que piensa distinto a nosotros y esforzarnos en responder de manera respetuosa y argumentada es un buen ejercicio para ir aproximando las dos Españas, trabajando en el entendimiento mutuo y en la construcción de un espacio común. Eso es algo que me gustaría ver más a menudo.

El 15 de noviembre de 2022, A. J. Ussía publicó en El Confidencial el artículo titulado “Inhala y sé feliz: la democracia ha muerto, viva la narcodemocracia”.

Éste es un artículo llamativo por su forma provocadora, con la que el autor parece enfatizar la protesta, pero que oscurece un tanto su contenido. Según entiendo, las ideas que expone son las siguientes: