El neofascismo crece y se afianza en España. Tanta soltura ha cogido que Ayuso dice sin sonrojo que, “cuando te llaman fascista es que estás del lado bueno de la historia”. Tan afianzado que en Murcia el PP les ha ofrecido Cultura y Educación, ¿para que se eduquen ellos? No, ojalá: para que ellos nos eduquen a nosotros.
Cabe preguntarse cómo es posible que una ideología que devastó Europa hace poco más de setenta años, haya podido entrar en el discurso de una sociedad democrática. Una de las claves de esa penetración es la mentira.
Y es que el neofascismo nos arrastra al territorio donde es más fuerte: la mentira. Ahí los demócratas jugamos a la defensiva, estamos en su campo, ellos juegan en casa. El ritmo del debate, por tanto, lo marca la mentira que, dicho sea de paso, no surge por generación espontánea. La mentira es creada, alimentada con mimo, cultivada como se cultiva un virus letal en un laboratorio. Hay think tanks de expertos creadores generando noticias falsas a nivel industrial. Así ocurrió en las campañas de Bolsonaro y de Trump, con Steve Bannon actuando como maestro de ceremonias, el mismo que asesoró a Salvini y a Orbán, el mismo que en nuestro país aleccionó a Vox.
El desgaste que provocan las mentiras es agotador (y con ello cuentan sus creadores), causa un hastío infinito debatir con tontos convencidos por mentirosos, armados hasta los dientes de fake news, que, con mucha frecuencia, cuando ven amenazada su posición se pasan al insulto. Faltan fuerzas para responder a los disparates que se comparten en grupos de WhatsApp poco filtrados. No podemos combatir con las mismas armas porque cuesta mucho trabajo descender a niveles dialécticos que la mayoría de nosotros abandonamos a los diez o doce años.
Vivimos tiempos de súper abundancia de algo que es una caricatura de la información: una mezcla entre el entretenimiento, la noticia, el panfleto y la calumnia, como lo es parte del contenido que circula por redes: las fake news corren por las venas de Twitter, Facebook, Whatsapp, TikTok,… donde contrastar una noticia o una información es de pringados (tú retuitea y si es mentira, a ti qué, te lo ha mandado tu cuñao, que es un cachondo). Pero el peso de lo dicho o escrito queda y con esa falsa información, se vota.
La generación masiva de mentiras tiene un segundo efecto: cuando todo es susceptible de ser mentira, los seres humanos se refugian en sus convicciones más primarias y siguen a ciegas a aquellos que son capaces de alimentar una identidad sin fracturas y esta, junto con la capacidad de generar mentiras, es la especialidad de los partidos más conservadores. El machismo y el nacionalismo son potentes anclajes identitarios: que nadie tenga duda de que soy un macho, que nadie tenga duda de que soy español (o italiano o húngaro), que nadie tenga duda de que me gustan los toros, las mujeres y el vino. Todo ello se puede resumir en un símbolo tan sencillo como una bandera, que colgada en una ventana es una poderosísima declaración identitaria. Todo lo que queda por fuera de estas convicciones básicas resulta amenazante:
La homosexualidad es amenazante, da igual que les argumentes que nadie obliga ni enseña a ser homosexual, da igual porque la sola existencia de una opción sexual no normativa les ofende ya que amenaza su concepción de un mundo monolítico.
Los refugiados son amenazantes, por encima de la evidencia de que son seres humanos desplazados, viviendo en la exclusión, viviendo en el vacío; por encima de la pregunta más sencilla: ¿cómo puede el más débil resultar una amenaza?; por encima del propio sentimiento de compasión, está la mentira.
Las mujeres, en su demanda de igualdad, son amenazantes porque cuestionan la identidad de macho dominante, sobre la que está edificado todo un ideario que arrastramos desde la noche de los tiempos y que se llama patriarcado, pieza indisoluble del fascismo.
El sentimiento de otra patria que no sea la patria asignada por la tradición, resulta amenazante; el uso de otro idioma que no sea el mayoritario, una ofensa.
En esa angustia por reclamar un mundo sólido e inmóvil llegan a negar el desastre ecológico que se cierne sobre el planeta, y con esta negación se alimenta el incendio que amenaza con arrasarlo todo.
La mentira, sus creadores lo saben, se alimenta de los miedos de la población.
Recojo las palabras de Theodor Kallifatides en una de sus últimas entrevistas: “Esta es la única defensa que tenemos frente al fanatismo. Hacer preguntas y dudar”. En efecto, frente a un sentimiento identitario monolítico, frente al fanatismo, frente al fascismo, la única salida es dudar y preguntar, tal y como afirma Kallifatides, para acabar desvelando la mentira que sostiene al caos. La mentira favorece el avance de fuerzas reaccionarias, la mentira es fascista.