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La normalización social del odio

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La sociedad como proyecto de convivencia no vive su mejor momento. Es indudable que se trata de una tendencia global, planetaria, y que no podemos ser tan ingenuos como para limitar los efectos de esta enfermedad a un país o a un territorio menor y específico. Pero en la Región de Murcia el ambiente se está volviendo cada vez más irrespirable y las proyecciones de futuro no auguran una mejoría a medio plazo. Desde la celebración de las elecciones andaluzas, las encuestas ofrecen una caída en intención de voto de la ultraderecha -una buena noticia para la democracia-. Aunque, a decir verdad, y pese al sonado fracaso de Macarena Olona, no dejo de preguntarme durante estos días si Vox ha tocado techo -como se aventuran a predecir muchos analistas- o, por el contrario, ha tocado suelo.

Si se analiza el devenir de la ultraderecha francesa durante las dos últimas décadas, se comprobará cómo su paulatina normalización social ha conocido diversos picos y valles, y no una trayectoria lineal ascendente. Ahora mismo, los estudios demoscópicos describen un PP al alza por el 'efecto Feijóo', y un Vox a la baja por el 'efecto Andalucía'. Este decrecimiento de la ultraderecha parece expresarse en el conjunto de España, y solo la Región de Murcia se singulariza como una excepción a la regla. 

La última entrega del CEMOP ha puesto de manifiesto algo que, desde esta sección, hemos venido advirtiendo desde hace tiempo: López Miras tiene un techo electoral situado en los 18-19 escaños, mientras que Vox no deja de crecer en cada nuevo estudio demoscópico. La Región de Murcia está pasando de ser un territorio sociológicamente conservador para convertirse en un feudo del radicalismo de la ultraderecha. Los mensajes cargados de odio que diariamente lanzan los responsables de Vox en esta comunidad autónoma ya han dejado de ser simples excentricidades de unos ultras venidos a más y que contemplan con nostalgia el orden moral de la España franquista. Tales declaraciones han conseguido desbordar la endogamia de las cúpulas políticas e infiltrarse en las arterias de la sociedad. El odio ya ha sido lo suficientemente alimentado como para que adquiera vida propia, y pueda expandirse por las meras dinámicas sociales. La idea de una 'ultraderecha sociológica' es ya una escalofriante realidad con la que vamos a tener que convivir en esta región.

En el plazo de una semana hemos conocido cómo unos vándalos arrancaban la bandera LGTBIQ+ del Jardín Chino de Murcia, y cómo la placa contra la violencia de género ubicada en la Plaza Bohemia de la capital había sido robada. No son hechos baladís ni accidentales. Y lo peor de estos sucesos es que, tras ser denunciados, el sector de la población que los apoya no disimula su entusiasmo o, simplemente, guarda silencio, sino que reacciona con furia, insultos e histrionismo cuando se reprueba estos ataques contra la diversidad y los derechos fundamentales. Lo que hay detrás del delito es peor que el delito en sí mismo. Un tanto por ciento nada despreciable de la sociedad murciana considera una aberración aquellas políticas que buscan reconocer el derecho de las personas a amar como deseen o que pretenden reducir el número de muertes de mujeres a causa de la violencia machista.

Aunque parezca mentira, en la Región de Murcia, a día de hoy, defender los derechos fundamentales de las personas te convierte en un radical, sectario y mal murciano. Además, sorprende el silencio del PP ante actos delictivos como los referidos que atentan contra la esencia de la democracia. Si te callas cuando la ultraderecha disemina su odio por los espacios públicos, das a entender a tu electorado que, en el fondo, estás de acuerdo con ella. Y, claro está, por omisión y connivencia, el espectro mas moderado de la derecha termina por radicalizarse y entender que Vox es un mal menor cuando se trata de luchar contra el gobierno de Sánchez. Que el estado normal de una sociedad sea el odio constituye la peor enfermedad que puede padecer la democracia. A los que, semana tras semana, denunciamos esta degradación de las libertades, se nos acusa de obsesivos y delirantes, se nos insulta y amenaza. Estamos descartados por tendenciosos. Pero aquí queda la hemeroteca para cuando a los profesionales del poder se les vaya su propio monstruo de las manos, y se echen manos a la cabeza, preguntándose cómo hemos podido llegar hasta aquí.     

La sociedad como proyecto de convivencia no vive su mejor momento. Es indudable que se trata de una tendencia global, planetaria, y que no podemos ser tan ingenuos como para limitar los efectos de esta enfermedad a un país o a un territorio menor y específico. Pero en la Región de Murcia el ambiente se está volviendo cada vez más irrespirable y las proyecciones de futuro no auguran una mejoría a medio plazo. Desde la celebración de las elecciones andaluzas, las encuestas ofrecen una caída en intención de voto de la ultraderecha -una buena noticia para la democracia-. Aunque, a decir verdad, y pese al sonado fracaso de Macarena Olona, no dejo de preguntarme durante estos días si Vox ha tocado techo -como se aventuran a predecir muchos analistas- o, por el contrario, ha tocado suelo.

Si se analiza el devenir de la ultraderecha francesa durante las dos últimas décadas, se comprobará cómo su paulatina normalización social ha conocido diversos picos y valles, y no una trayectoria lineal ascendente. Ahora mismo, los estudios demoscópicos describen un PP al alza por el 'efecto Feijóo', y un Vox a la baja por el 'efecto Andalucía'. Este decrecimiento de la ultraderecha parece expresarse en el conjunto de España, y solo la Región de Murcia se singulariza como una excepción a la regla.