Antonio J. Rodríguez ha publicado el libro 'La nueva masculinidad de siempre' y a raíz de ello ha concedido varias entrevistas, concretamente en The Objective el pasado 4 de septiembre de 2020 y en El Español el día 9. En estas entrevistas habla de su libro, despliega sus ideas contra el modelo tradicional heteropatriarcal (“El punto de partida del libro es que los dos pilares de la masculinidad heterosexual normativa o hegemónica son el estado de guerra con otros hombres y la colonización del cuerpo de la mujer”) y hace propuestas parciales en cuanto a alternativas al modelo. Quisiera reflexionar acerca de lo que plantea, entendiendo que el autor y su mensaje no surgen de la nada, sino que forman parte de un movimiento de búsqueda de referentes en una sociedad en la que los modelos tradicionales están en crisis.
Respecto al estado de guerra permanente de unos hombres (varones) con otros, plantea que las mujeres están desarrollando relaciones de “sororidad” frente a modelos clásicos de enfrentamiento. Si lo tradicional entre las mujeres es enfrentarse entre ellas, no queda justificado que el enfrentamiento entre los hombres sea un pilar de la masculinidad heterosexual, más bien tendríamos que entender que el ser humano tiene una naturaleza agresiva con la que el hombre se enfrenta al hombre, la mujer a la mujer, el hombre a la mujer (lo que el autor desarrolla ampliamente) y la mujer al hombre (aspecto que ni menciona).
Distintos autores, desde Hobbes a Freud, consideran la civilización como el medio de afrontar el problema que la agresividad supone para la convivencia. El autor dice que “mientras los hombres no seamos capaces de besar otro falo, el machismo no desaparecerá”. Propone la homosexualidad como solución para la agresión entre hombres al reeducar el deseo y dejar de ver a otros hombres como competidores para verlos como deseables. El argumento no se sostiene: el batallón sagrado de Tebas era una unidad militar de homosexuales que lejos de reducir su agresividad la canalizaban como acicate bélico contra un enemigo con el que no mantenía relaciones sexuales, ¿o es que lo que el autor propone no es la homosexualidad sino una promiscuidad sin freno haciendo de la vida social una orgía constante en la que todo contacto se sexualice para neutralizar la agresividad? Por otra parte, al considerar que con la homosexualidad se evita el “machismo” ¿considera que el aplacamiento sexual de los hombres les hará más pacíficos de manera que valorarán más a las mujeres o las agredirán menos? ¿Acaso considera que un posicionamiento homosexual acerca al hombre a la mujer? El hecho es que los hombres desde siempre han tenido relaciones sexuales con mujeres y no por ello han dejado de agredirlas.
A lo largo de la historia ha habido distintas propuestas de “hermandad” entre los hombres, desde el amor cristiano a la “fraternité” de la ilustración, con resultados apreciables, aunque inferiores a los deseables. Basar esa unión en las relaciones sexuales como si el deseo sexual bastase para frenar la agresión es desconocer la naturaleza humana.
En cuanto al segundo pilar de la masculinidad heterosexual, la colonización del cuerpo de la mujer, el autor desgrana varios argumentos:
Considera el matrimonio como una relación en la que la mujer se convierte en propiedad del hombre. Existe la relación según la cual un ser humano es propiedad de otro, pero se llama esclavitud, no matrimonio. Un matrimonio es un contrato en el que tanto el hombre como la mujer tienen derechos y obligaciones que, además, desde el punto de vista legal son simétricos, algo muy distinto de un modelo de propiedad en el que uno es sujeto y el otro objeto como en la esclavitud. El hecho de que en la realidad extralegal se produzcan asimetrías en el matrimonio es una cuestión muy diferente a lo que plantea el autor.
Considera que la heterosexualidad es un sistema de control del cuerpo de la mujer, pues hace al hombre posesivo y le lleva al monopolio del cuerpo de ella. ¿No existen celos y posesividad en las relaciones homosexuales? Dejando al margen el uso del término monopolio que insiste en la visión mercantil de las relaciones que despliega el autor, la exclusividad a la que se refiere en la relación ¿es sólo propia de las relaciones heterosexuales?
Coincido con el autor en que en el matrimonio hay una expectativa de fidelidad, de exclusividad para el encuentro sexual, pero no entiendo que eso sea una explotación de la sexualidad de la mujer. La teoría es que la situación es igualitaria y que ambos cónyuges se entregan a una relación monógama. La práctica a veces difiere, lo que el autor expresa como “la infidelidad ha sido históricamente patrimonio masculino”. No hace falta un máster en combinatoria para entender que si el hombre es infiel, y hablamos del ámbito heterosexual, también hay una mujer cometiendo adulterio.
Coincido con el autor en que el matrimonio conlleva problemas, renuncias y sacrificios, en que en la práctica la situación de la mujer es distinta a la del hombre, en que es un tema muy complicado sobre el que hay que pensar, pero discrepo de sus argumentos y, sobre todo, no coincido en las soluciones que plantea:
Por una parte, el poliamor y las relaciones abiertas. Con ello evitamos la renuncia a tener relaciones con otras personas. De hecho, la fluidez de las relaciones en los chimpancés bonobos y, en algunos ámbitos, en la adolescencia humana muestran este perfil. Pero, ¿es este un modelo estable para sostener una familia a largo plazo y criar hijos? Yo creo que no, y al margen de la libertad individual de cada uno para organizar su vida, si lo que se pretende es proponer un modelo social de relación hombre-mujer y sexualidad, hay que tener en cuenta los aspectos procreativos y educativos de la siguiente generación.
Por otra parte, propone a abolición del género, de las expectativas sociales sobre las personas en relación con su sexo, con lo que tampoco estoy de acuerdo. El sexo biológico no se puede abolir (salvo disparates mayúsculos en la línea de un Stalin o un Pol Pot) y divide a la humanidad en dos grupos claramente diferenciados, hombres y mujeres. La sociedad asigna a sus miembros un conjunto de roles, más o menos flexibles, en función de sus características (y de asignaciones arbitrarias). No se espera lo mismo de un niño que de un viejo, de un sano que de un enfermo, de un pobre que de un rico y por lo mismo, no se espera lo mismo de un hombre que de una mujer. El sexo no es una diferencia insignificante que se pueda borrar. Otra cosa muy distinta es que haya que revisar qué atribuciones se hacen a cada persona según su sexo, qué género construimos y busquemos el mejor sistema posible para el desarrollo de las personas, con lo que sí estoy de acuerdo. Abolir el género supone negar la realidad de la diferencia de sexos, lo que como toda negación de la realidad aboca a la locura. De hecho, desde el psicoanálisis se considera que es esta negación específica, la de la realidad de la diferencia de sexos, la que aboca a la locura.
Considero importante el intento del autor (y de tantos otros) por repensar las relaciones interpersonales y el sistema social. Hay algo que no funciona en el modelo actual y merece la pena darle vueltas, buscar soluciones. Sin embargo, quisiera abogar por la cautela y la reflexión. Desde la toma de la Bastilla se han propuesto e implementado muchos desatinos y se ha pagado un precio muy alto por realizar experimentos sociales poco pensados. No dejemos que el malestar social nos lleve a empeorar las cosas aún más.
Además, las ideas del autor se inscriben en una corriente ideológica que tiende a criminalizar al varón, al heterosexual, al blanco y al rico, y que a menudo es expresada de forma dogmática, hasta el punto de que cualquier visión que difiera de ella, basada en valores tradicionales o no, es descalificada como reaccionaria y silenciada o desplazada a ámbitos extremistas. Creo que es fundamental que se puedan expresar las ideas, que se piense y se dialogue, que se depuren los conceptos sin descalificaciones y que podamos progresar en la construcción de paradigmas sociales inclusivos que sean beneficiosos para el ser humano.