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Así se descubrió la mano que ha revolucionado lo que se sabía del euskera: “Me puse a saltar de emoción”

La Mano de Irulegi.

Rodrigo Saiz

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El hallazgo de que la ya conocida como Mano de Irulegi supone una revolución en las investigaciones sobre el euskera porque evidencia que los vascones escribieron en su propia lengua, algo que hasta ahora estaba en entredicho, requirió de un proceso de estudio multidisciplinar que se ha alargado durante más de un año. Desde que fue encontrada por un equipo arqueológico de la Sociedad de Ciencias Aranzadi en el monte Irulegi, en el Valle de Aranguren (Navarra), la pieza ha pasado por diferentes manos de expertos hasta que distinguidos lingüistas han certificado que supone la inscripción en lengua vascónica más antigua encontrada hasta la fecha.

El descubrimiento se remonta a junio de 2021. Un equipo de arqueólogos que estaba excavando en este poblado, habitado entre mediados de la Edad del Bronce (s. XV a XI a.C) y final de la Edad del Hierro (s. I a.C), la encontró con una serie de restos de una vivienda que fue quemada durante las guerras sertorianas (años 83-73 a.C), conflicto civil que enfrentó a los romanos Quinto Sertorio y Lucio Cornelio Sila, y en el que los pobladores autóctonos de este valle tomaron partido. “Al principio no nos sorprendió especialmente más que por la forma de mano que vimos que sí que tenía, pero imaginamos que sería un añadido de un casco”, señala Mattin Aiestaran, director de la excavación. “Creímos que se trataba del aplique de un casco, similar a las alitas que tiene el casco de Asterix”, apunta Berta Balduz, restauradora del Gobierno de Navarra. Como ya se habían encontrado antes otros objetos metálicos y la inscripción todavía estaba tapada por la tierra, pensaron que sería “uno más” y no le dieron mayor importancia.

Sin manipular la pieza, el equipo de arqueología la metió en una bolsa y la envió al departamento de restauración del Gobierno de Navarra. “Llegó en un lote con más piezas y ni siquiera fue la primera que me puse a limpiar. Suelo empezar con las monedas, que son las que más nos ayudan a datar los hallazgos”, cuenta Carmen Usúa, restauradora que trató la mano. “Al comenzar a limpiarla vi que tenía unos puntos, pero imaginé que sería parte de la decoración de un aplique de un casco. Mi sorpresa fue cuando seguí afinando con la limpieza y vi que esa decoración estaba en cuatro filas y tenía forma de letra ibérica. Ahí directamente me puse a saltar de la emoción y eso que no sabía lo que vendría después, pero el hecho de tratarse de una pieza con tantas líneas de inscripción ya la hacía de por sí excepcional”, relata.

“Cuando leí la primera línea me dio un vuelco al corazón”

Tras el descubrimiento, el departamento de restauración se puso en contacto con Javier Velaza, catedrático de Filología Latina en la Universidad de Barcelona y experto en epigrafía. “Me mandan una fotografía y al instante me doy cuenta de que, efectivamente, estaba escrita en un signario que se parecía mucho al ibérico”, afirma Velaza en conversación con este periódico. “Sentí una sensación casi de escalofrío porque fui consciente de que estaba ante una pieza muy singular por el lugar en el que se había encontrado, el soporte en el que se había hecho la inscripción y, sobre todo, por el tipo de escritura y lengua empleada”, apostilla. Y es que hasta la fecha no existía una “certificación absoluta” de que los vascones hubiesen escrito en su propia lengua. “Hay algún texto, pero muy discutido”, añade Velaza, quien afirma que “en esta no hay debate, certifica que los vascones pusieron por escrito su lengua”.

La noticia no tardó en llegar al equipo de arqueólogos. “Me llama Jesús Sesma, el director de mi tesis, y me dice que vaya corriendo a Cordovilla [donde analizaron la pieza] porque ha salido algo muy potente. Al llegar veo que hay una inscripción y me quedo sorprendido”, cuenta Mattin Aiestaran. “Al principio intentábamos leer la pieza del revés, fue Javier Velaza quien nos dijo que la estábamos leyendo mal cuando vino a hacer la autopsia de la pieza”.

Para tener más garantías de que lo que tenían entre las manos realmente se trataba de un hallazgo “extraordinario”, Velaza pidió poder contar con una segunda opinión, la de su compañero de investigación de lenguas paleohispánicas de la Península Ibérica, el catedrático de lingüística indoeuropea por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) Joaquín Gorrochategui. “Cuando leí la primera línea de la inscripción me dio un vuelco al corazón porque hay una palabra que suena a vascónico claramente, tanto que diría que todos los vascos lo entienden”, indica Gorrochategui.

Al vuelco al corazón le siguió un cierto sentimiento de preocupación cuando siguió leyendo la inscripción y se dio cuenta de que no entendía “nada” más. “Es muy curioso lo de la primera línea, pero también lo es que lo de después sea tan oscuro. Es el problema de esta inscripción, es un gran hallazgo desde muchos puntos de vista, pero precisamente el ser tan singular hace que no tenga paralelos, lo que dificulta la explicación lingüística”.

Una larga investigación por delante

Los dos expertos coinciden al apuntar que tras este hallazgo queda ahora por delante una larga investigación por parte de lingüistas para intentar descifrar el resto de la inscripción. “Es una pieza muy buena, no está casi dañada y se puede leer casi la práctica totalidad del texto, pero desde el punto de vista de la lengua es oscuro. Por ahora solo conocemos o creemos conocer la primera línea, que es el 20% del total de la inscripción”, apunta Gorrochategui.

Un “problema” que puede surgir durante la investigación, apunta Gorrochategui, son las relaciones del vascón con el ibérico, que podrían dificultar la traducción del texto. “No conocemos el ibérico”, lamenta. “Se añade el problema de que es una pieza singular y no hay con qué compararla”.

La mano no solo atestigua que los vascones escribieron en su propia lengua, como apunta Javier Velaza. También permite conocer el contexto en el que se encontraba la pieza. Por los análisis se sabe que estaba clavada a una estructura de madera, “posiblemente a una puerta” por el significado de la primera palabra: “sorioneku”, similar a la palabra actual en euskera “zorioneko”, de buena fortuna en castellano. “Ahora sabemos que escribían en su idioma, pero no sabíamos si llevaban 100 años escribiendo o 20, ni si eran una sociedad que escribía mucho o poco. Tampoco sabemos si colgar una mano de bronce en la puerta de una casa era un hábito o si fue puesta por el contexto de guerra que vivió ese poblado”, añade.

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