Pamplona estalla en fiestas con la ikurriña a pie de calle
¡Viva San Fermín, gora San Fermín! Miles de gargantas al unísono han abierto las fiestas más internacionales, los Sanfermines, en un ambiente de alegría y ganas de juerga completamente alejado de los líos políticos que en los últimos días han acaparado al Ayuntamiento. No hubo estrategias secretas para que ondease la ikurriña. Simplemente, se llevó al centro de la plaza consistorial y se desplegó junto a otras. Los navarros que sienten esta bandera como propia la tuvieron junto a ellos. Y quienes vigilaban para que el Ayuntamiento cumpliera la sentencia judicial que prohibía ondear la enseña vasca desde el balcón del consistorio, también tuvieron un chupinazo en paz: el alcalde Joseba Asirón (Bildu) no ejerció de insumiso, tal y como había anunciado.
En el balcón de izquierda a derecha, las banderas de Pamplona, Navarra, España y Europa, quedaban huérfanas de la enseña vasca, ausente del mástil este año por sentencia judicial. Sin embargo, la presencia de la ikurriña forma ya parte del paisaje del chupinazo, no desde los mástiles oficiales, sino a pie de calle. Una gran bandera vasca se desplegó bajo los brazos en alto de los asistentes al chupinazo junto a otra bandera con el escudo de Navarra en la que podía leerse “Nafarroa decide”. Y vaya que si decide, porque los jueces pueden hablar de fraude de ley, pero en la calle estos formalismos no existen y lo que queda es la naturalidad. Así que, por segundo año consecutivo, la ikurriña convive de forma normal con el resto de las banderas propias de Navarra.
La plaza consistorial se había ido llenando poco a poco desde horas antes. Cuadrillas enteras de adolescentes pertrechados para la batalla de apreturas y lluvia de objetos líquidos varios (azafrán, vino, kétchup o harina, entre otras delicias), con calzado de suela gruesa, la ropa “blanca” más vieja posible, gafas de sol y el imprescindible pañuelo rojo anudado a la muñeca. Cuadrillas que llegan a la plaza consistorial como regueros de laboriosas hormigas rojas y blancas por las callejuelas adyacentes. Todos pasan el control: el vidrio está prohibido. Así que cada cual se las ingenia para surtirse de alcohol durante las calurosas horas de espera hasta el chupinazo. Hasta sulfatadores rellenos de vino y atados a la espalda como una mochila se han visto este año.
Hasta 12.700 personas se calcula que caben en la plaza del Ayuntamiento pamplonés durante un buen chupinazo. El resto del año, cuando los turistas llegan a la plaza para inmortalizar el escenario del comienzo de las fiestas más internacionales, la sensación más común es la de una ligera decepción con el espacio. “En la tele parece más grande”, suele ser el comentario más diplomático.
Cuatro minutos antes del lanzamiento del cohete, la masa de gente apretada en la plaza ya no se ve blanca, se ve rosa. Las autoridades salen al balcón y la gente se vuelve loca. Hay que estar muy en forma para aguantar ahí abajo, empujones, gritos, manotazos, una marea humana esperando el cohete y la biribilketa de Gainza.
Un emocionado Tuli recurre a la fórmula tradicional para inaugurar las fiestas, algo que constituye el sueño de toda su vida: “Pamploneses, pamplonesas, Viva San Fermín”. Y vacila un poco en la versión en euskera… “iruindarrak, gora San Fermín”. Un poco de ayuda para prender la mecha, el estruendo del cohete haciendo eco en las calles de Pamplona, y ya están en marcha los Sanfermines de 2016.