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Que tus hijos cumplan años es bonito hasta que empieza a ser un agobio: de un puñado de chuches a las macrofiestas

Aula de Primaria (Europa Press)

Sarah Babiker

¿Tus hijos cumplen años este año? Imagino que sí, la gente, incluso la pequeña, tiene esa costumbre. ¿Van a un colegio donde concurren otras muchas personas de su edad? Lo más probable es que también, caso contrario estarías infringiendo la ley y alguna convención de la ONU. Sucede que la intersección entre el ritual del cumpleaños y el contexto de socialización del colegio genera situaciones tirando a estresantes. Al menos eso sugieren las caras que pone la gente cuando preguntas: “¿y tú cómo llevas lo de los cumpleaños infantiles?”

He agrupado las reacciones en tres gestos comunes. A) Resoplidos de hartazgo de quienes ven la celebración de los cumples infantiles como una molesta obligación social que querrían abolir. B) Semblantes aliviados de quienes, gracias a complejos consensos, han dado con la fórmula para estandarizar el proceso y que no sea muy costoso. C) Sonrisas triunfantes de quienes pasan la prueba con excelencia y encabezan – en despliegue y recursos – el top cinco de los cumples de tercero de primaria. Tres formas de transitar un universo complejo y sorprendentemente normativizado, con sus códigos que seguir, y que a veces nos desbordan.

Que tus hijas cumplan años es bonito. Ahí hay cierto consenso. Celebras un año más de historia, de risas, de camino. Te paras a hacer balance del paso del tiempo, y sonríes por cómo esa larvilla originaria a la que llamaste hija o hijo se ha ido definiendo, por lo que va deviniendo a través de las estaciones del año, de los cursos escolares, de la red de personas niñas y adultas que van conformando su mundito y nutriendo sus recuerdos. Sí. Cumplir años es precioso. Es una expansión de la existencia. Dan ganas de celebrarlo, de rodearse de gente querida, reír y cantar, hacer fotos que miraremos con nostalgia cuando la existencia de nuestros pequeños se vaya expandiendo hacia afuera, hacia mundos cada vez más privados y ajenos a nosotras.

Que tus hijos cumplan años es bonito hasta que empieza a ser un agobio. Pues un día, de pronto, te das cuenta de que la celebración de la cosa cumpleañil cada vez tiene menos que ver con tus ganas, tu disposición de tiempo y recursos, o los gustos específicos de la cumpleañera criatura y más con expectativas externas, costumbres de origen desconocido que se establecen como normas. Te encuentras con que la lista de invitados cada vez se basa menos en las pequeñas amistades infantiles que brotan raras y hermosas en los recreos y los parques, y más en los compromisos sociales. Se expanden las posibilidades de quedar mal, de agraviar a desconocidos padres de niñas y niños con quienes tus hijos apenas se relacionan. Se amplían, en fin, los riesgos, de que tus niñas, a causa de tu falta de disposición, de tu nula expertise, o de tu mera ignorancia, infrinjan ya en primaria firmes convenciones sociales.

Un ritual social que ha cambiado

Como ritual social que es, el cumple ha ido experimentando transformaciones con el tiempo. Así pasamos de llevar un paquete de sugus a clase e invitar a cuatro amigas a sándwiches de fuagrás, a complicados códigos de reciprocidad y puesta en escena que están pidiendo a gritos un antropólogo que los haga su objeto de estudio. Y tú que llevas 15 años sin organizar tu propio cumple, tú que siempre renegaste de la música infantil y las princesas Disney, te acabas encontrando llamando a la piscina de bolas a la desesperada. O, cuando te resistes, conviertes la invitación de las cuatro o cinco amigas de tu hija que caben en tu casa en una operación semi clandestina.

Y es que en los últimos tiempos ha ido disminuyendo el número de bautizos y comuniones. Pero a un ritmo inverso se van multiplicando los macrocumpleaños. Como si hubiésemos redistribuido en laicos plazos el monto total de ritual, celebración y regalazos de los grandes ritos religiosos. A fiestón por año. En eso se han ido convirtiendo los cumpleaños infantiles. A los padres (y en particular a las madres) se nos suponen dotes para las manualidades, habilidades de peluqueras, competencias de domadoras de leones. Pero una de las habilidades más demandadas es una capacidad de organizar eventos digna de una empresa del sector.

Para suplir la distancia entre lo que se nos exige y la realidad hay ahí afuera una nutrida oferta de externalización cumpleañil. No será que el capitalismo no ofrece soluciones a nuestras necesidades creadas. Las ofrece, y muchas: desde las famosas piscinas de bolas, con todo preparado, a las más complejas ofertas personalizadas que harán del cumpleaños de tu hijo un día especial. “Si estamos decididos a darle una sorpresa por todo lo alto y que sus amiguitos se pasen semanas hablando del día de su cumpleaños, existen muchas propuestas originales y muy divertidas”, nos promete un experto desde los muchos artículos que encuentras en la red. La cosas es fácilmente solventable. Busca: ideas para celebrar cumpleaños infantiles. No olvides tener a mano la tarjeta de crédito.

También puedes entrar en Internet para buscar apoyo en torno a ese desasosiego que sientes en torno a los cumpleaños infantiles. “Odio los cumpleaños infantiles”, confiesan usuarias y usuarios en la red, desarrollan diversos autores en irónicos artículos. Otras entienden la disconformidad pero argumentan: 1. Que es lindo que la niña se sienta protagonista por un día; 2. Que si no invitas a sus compañeros le excluirán de otras fiestas; 3. Que a ver si lo vas a traumatizar. Disfrutar sin que eso dependa del protagonismo, entender la naturaleza de los vínculos, que no es obligatorio gustarle a todo el mundo, que las relaciones se forjan en el día a día y con calma y no por compromiso tampoco sería mala enseñanza. Vivir la maternidad o paternidad como un recorrido por un campo de minas en forma de potenciales traumas infantiles es un estrés para nosotros y un gran negocio para otras.

En fin, pensaba empezar este artículo con una sarcástica descripción de un cumple infantil, vívida y sobreexcitada, rebosante de gritos agudos y azúcar. Recoger la estampa de esas madres y padres mirando al móvil con estoicismo mientras esperan que saquen la piñata y se aproxime el fin de la reunión. Glosar el momento de los regalos, ese desfile de cosas y más cosas, a desenvolver frente a todos los niños para que cada cual desee con creciente intensidad el día que le tocará ser el destinatario de 25 juguetes. Pero creo que no se trata de caer en el manido juicio de qué malos padres somos, cómo estamos perjudicando a nuestras hijas, vamos a condenar a la especie a la degradación. Si no más bien de detener la inercia ritual por un momento y preguntarnos, otra vez, qué queremos hacer por el cumple de nuestras hijas e hijos. Impugnar, en definitiva, el barroquismo y el agobio. Y, ya que estamos, revolvernos ante el capitalismo de la culpa paterna (y sobre todo, materna).

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