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Manual para criar adolescentes y no quemarse en el intento

Por detrás de España, se sitúan Portugal (19,8 % de los niños-adolescentes), Irlanda (19,4 %), Suiza (18,7 %) y Austria y Noruega (18,2 %). Fotografía de archivo. EFE/Javier Etxezarreta.

Lucía M. Quiroga

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La crianza es una etapa compleja, llena de retos, inseguridades y ambivalencias. Capaz de traer a padres y madres las mayores satisfacciones pero también grandes frustraciones. Dentro de ella, una de las fases que puede resultar más problemática es la adolescencia. Ese momento en el que niños y niñas todavía necesitan a sus padres pero al mismo tiempo buscan afirmarse marcando distancia con ellos.

Para los adolescentes son años de grandes cambios, tanto a nivel físico como psicológico y hormonal. Y para padres y madres suelen ser momentos complicados, donde se sienten cuestionados por primera vez y dejan de ser referentes para sus hijos. Si a esto se le unen las cargas laborales y el estrés emocional de los adultos, especialmente con la pandemia, la situación puede llegar a ser difícil de gestionar dentro de la familia. Conflictos, peleas y desafíos pueden hacerse más presentes que en otros momentos de la crianza. Es lo que algunos han bautizado como el burnout o agotamiento extremo: padres y madres quemados con la crianza, el trabajo y la gestión diaria de lo cotidiano. Pero, al fin y al cabo, la adolescencia no deja de ser otra etapa más dentro del desarrollo de los niños y niñas, con sus retos, sus desafíos y sus particularidades.

Distintos expertos señalan que las bases para tener una buena relación con un adolescente se sientan en sus primeros años de infancia. En su libro El cerebro del niño, una de las obras de referencia en la crianza respetuosa, el neuropsicólogo Álvaro Bilbao utiliza una cita anónima para enfatizar esto: “La infancia es el jardín en que jugaremos de mayores”, señala. Y aporta algunas otras claves para entendernos bien con los adolescentes: respetarles, marcar bien los límites, valorar sus opiniones y darles amor.

“Al principio fallé mucho”

Tras una niñez “muy sencilla”, en palabras de sus padres, Lola entró en la adolescencia en plena pandemia. A sus 13 años ha marcado bastante distancia con sus progenitores, algo que ellos no llevan especialmente bien. Así lo expresa Javi, su padre: “Estamos adaptándonos a esta nueva etapa y yo creía que iba a ser más fácil, porque hemos tenido una crianza muy positiva, pero la adolescencia me ha puesto en mi sitio”, cuenta. Lo que peor lleva son las faltas de respeto por parte de su hija. Y aun así, intenta empatizar, es consciente de haber cometido errores: “Al principio fallé mucho, todos sus problemas me parecían una tontería, y ahora estoy aprendiendo a llevarlo mejor e intentando recuperar su confianza. He aprendido que no siempre tengo la razón y que tengo que perder algunas batallas”. Para él su referente a la hora de abordarlo es Raquel, su mujer.

Pero Raquel también reconoce sentirse abrumada con esta etapa: “Yo me resistía a enfocar la adolescencia de manera negativa, no quería que fuera una profecía autocumplida. Pero es verdad que no me está gustando nada, porque he disfrutado mucho de Lola cuando era pequeña y ahora me cuesta mucho más. Estoy agotada. Hay cosas que me han dolido mucho, he tenido que pasar un duelo. De repente tu niña, que quiere estar contigo, que te cuenta todo… pues de pronto esa niña no está, eres la última persona con quien quiere estar, y eso a veces duele, aunque sepas que es normal”, explica Raquel. Para ella, existen paralelismos entre esta etapa y la de las rabietas, entre los dos y tres años: “A mí me recuerda a eso que lees siempre, lo de ‘quiérelos cuando menos se lo merecen porque es cuando más lo necesitan’”, asegura.

Algunas claves

“La adolescencia suele ser, en general, una etapa bastante temida por los padres. La mala imagen que se tiene de ella nos ha acompañado desde siempre, pero yo quiero romper una lanza a su favor”, defiende Susana Fuster, periodista experta en lenguaje no verbal y autora del libro Hijos que callan, gestos que hablan. Lo que los adolescentes dicen sin palabras (Espasa, 2019). Y explica esa defensa: “Son unos años en los que están pasando por grandes cambios, tanto físicos como hormonales, emocionales y cerebrales y en ocasiones ni ellos mismos saben lo que quieren”.

Según ella, la clave fundamental en esta etapa es la comunicación: “Este es el aspecto que más debemos mimar y trabajar, ya que los adolescentes se vuelven más reservados, impulsivos e irascibles y se vuelcan más en los amigos. Es un comportamiento completamente normal, aunque preocupa a muchos progenitores. Por eso es importante que se sientan escuchados, aceptados y valorados. Y la comunicación es siempre bidireccional, a ellos también les influye lo que les decimos y cómo se lo decimos”, señala Fuster.

Una buena comunicación es, en opinión de otros muchos expertos y expertas, el eje central sobre el que debe girar la convivencia familiar con adolescentes. También pone sobre la mesa esta cuestión Fernando Alberca, maestro, pedagogo y escritor de best sellers educativos, muchos de ellos centrados en la adolescencia. “Los conflictos con ellos son previsibles y repetitivos: la falta de comunicación, de comprensión, de demostración de admiración, de gratitud, de alabanza, de optimismo, de confianza y educación”.

En su obra Adolescentes, manual de instrucciones (Espasa, 2012) pone ejemplos prácticos de cómo detectar las causas y señales de los principales conflictos, cómo comunicarse y cómo actuar de modo eficaz y práctico. Alberca defiende que la adolescencia puede ser una etapa bonita, siempre que se aborde bien: “Es la etapa más rica y de mayor cambio del ser humano, en la que se detecta lo que no se hizo o se hizo insuficientemente y se pueden rectificar o añadir aprendizajes valiosos. Una etapa muy creativa, fértil, pero también incomprendida, desaprovechada a menudo”, señala.

Pero, ¿cómo reforzar la comunicación en una fase en la que precisamente se tiende a cortar canales? Un elemento fundamental puede ser la comunicación no verbal. “A veces no es que los adolescentes no nos hablen, sino que en estas edades las palabras dejan paso a un sinfín de conductas no verbales que nos descolocan. Cuando aprendemos a descifrarlas, obtenemos mucha información para saber qué están sintiendo, cuáles son sus motivaciones, si algo les gusta o no, y de esta manera podemos conectar más y mejor con ellos, que en definitiva es lo que todo padre y madre desea”, explica la experta Susana Fuster.

Y pone ejemplos prácticos: “En la tristeza las cejas se arquean por la parte interna y las comisuras de los labios descienden. A lo mejor si le enfada o molesta un comentario, fruncirá el ceño y apretará los labios, o también puede poner cara de desprecio, elevando unilateralmente una comisura labial. Sus posturas corporales también nos hablan de cómo se encuentran y son un poderoso indicador de su estado emocional: si está atravesando una situación estresante o de baja autoestima, su corporalidad puede volverse más retraída, tenderá a encogerse, sus extremidades estarán más pegadas al cuerpo. Mientras que una postura expansiva y firme es sinónimo de satisfacción y confianza en sí mismo”, explica.

Paciencia

David tiene dos hijos adolescentes: Alex, de 15 años, y Emma, de 13. Es informático y acaba de terminar Magisterio, así que en su caso puede aplicar toda la teoría a la práctica. Para él la adolescencia no debe abordarse de entrada como una etapa problemática: “Cuando hablamos de esto siempre lo hacemos desde un punto de vista negativo, como si fuese una fase mala, y no tiene por qué serlo. Simplemente es una fase distinta, en la que tenemos que tener en cuenta que vamos a dejar de ser su referente”, explica. En su casa, los retos diarios tienen que ver con las peleas entre hermanos, el uso de las tecnologías –móviles, videojuegos, redes sociales– y el reparto de tareas.

Así que han adoptado algunas fórmulas que les facilitan la convivencia: por ejemplo, unas pequeñas asambleas semanales donde abordar todos los asuntos importantes. “Intentamos que en casa haya un clima de confianza, que podamos hablar, que haya un ambiente relajado… Pero al final a veces hay conflictos, gritos, peleas… estamos cansados y eso se nota. Intentamos hablar con ellos pero muchas veces lo que quieren es que les dejemos en paz”, reconoce.

Para Raquel y Javi, madre y padre de Lola, existen algunas herramientas para lograr un buen ambiente familiar: “Hablar mucho, respirar hondo, no abordar las cosas cuando están calientes e intentar sacar tiempo de ocio divertido que no sea solo regañar o discutir”, asegura Raquel. Aunque reconoce que no siempre es fácil y admite estar “agotada”. El experto Fernando Alberca apunta en la misma dirección al hablar de consejos concretos: “paciencia, escucha, silencio, confianza, serenidad, realismo, optimismo, verdad, espera y disponibilidad”. Eso e intentar disfrutar de esta fase, “no desaprovecharla esperando a que pase”, señala el experto.

Icía, de 12 años, está aterrizando en la adolescencia, y a su madre Teresa le está costando un poco acostumbrarse. Lo que peor lleva son los cambios de humor. “Puede estar maravillosa, súper cariñosa, diciéndome lo mucho que me quiere, y al segundo le cambia el chip y está super enfadada, contestona. Se mete en la habitación y hasta que se le pase. Eso a mí me cuesta mucho entenderlo”, explica.

Una vez más, entre ellas el entendimiento pasa por comunicarse mucho: “Yo me siento, razono, intento hablarle, busco su confianza porque quiero que me cuente cosas. Quiero saber si tiene algún problema, cómo se siente. Intento hablar mucho con ella para conocerla más y poder ayudarla mejor. También la observo mucho”, señala, y añade: “Me da un poco de pena, pero es otra etapa de la vida y quiero disfrutarla, aunque a veces sea un poco pesada”, concluye.  

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