Carta a un amigo que va a ser padre
Querido parse,
Como sé que no te gusta la notoriedad, vamos a obviar quién eres en el texto. Podría haberte llamado Bartleby, pero incluso tú me habrías criticado la elección. Es curioso que este será el primero de muchos de mis textos que no editas a cambio de nada. Mejor, quiero pillarte por sorpresa.
Tú y yo hemos tenido la suerte de hacer muchos viajes juntos. Aunque yo soy el de la memoria fotográfica, recordarás bien que en uno de esos viajes íbamos en tren de Sevilla a Madrid y sorprendentemente decidimos anular una de nuestras charlas infinitas para hacer otra cosa. Ver la peli que echaban: Big Fish.
Cuando la película acabó con la mítica escena del padre adentrándose en el agua para convertirse en un pez, cerrando así de forma genial la metáfora de vivir la vida como si de un relato de ficción se tratara, ambos permanecimos callados. En realidad nos estábamos jartando de llorar pero nuestra masculinidad de 2008 no nos permitía reconocerlo y vivirlo con alegría. Empezamos a toser, a frotarnos los ojos como si tuviéramos alergia, a mirar para otro lado. Creo uno se fue al baño y otro al bar. Qué risas.
Todo el que haya sido hijo intuye cómo es ser padre: un férreo legislador que te recuerda todo el rato lo que no es posible. “No vayas a saltar desde ahí”, “Cómetelo todo”, “Hay que irse a dormir”, “Se acabó la tele por hoy”, etc. Por eso creo que una de las cosas más importantes de ser padres está presente en Big Fish y de alguna manera lo está en tu vida ya. Con la cantidad de ‘noes’ que vamos a tener que decir ¿Qué mejor que regar de historias increíbles las semillas de la imaginación de nuestras hijas?
Tratando de recordar cómo te sientes, he rememorado cómo viví el final del embarazo de mi primera hija. Seis semanas antes de que naciera, yo estaba postrado en una cama sin poder moverme por un pinzamiento de un nervio cervical. Aún recuerdo a mi pareja, completamente acalorada y con su barrigón, en pleno julio sevillano, mirarme con desdén y decir: “se suponía que yo era la que tenía que estar de baja, perro”.
Más tarde descubriría el origen físico: me hice una resonancia y pude ver como dos o tres vértebras atrofiadas apretaban uno de los nervios que iban desde las cervicales hasta mis dedos de la mano derecha. Esa era la razón física. Pero la razón emocional detrás del pinzamiento (y tras cinco años de experimentar en determinados momentos dichos dolores) ya la sé: ESTABA CAGADO DE MIEDO.
El miedo a ser padre es parecido al de tirarse por una montaña rusa: de nada sirve que te lo cuenten o lo leas si no lo vives en primera persona. En estos meses ya habrás comprobado además que todo el que es padre te hace bromas o se jacta de saber que estás a punto de llevar a cabo un rito de iniciación que te unirá por fin al club de los padres: no te preocupes, lo hacemos para sentirnos menos mal con nuestras propias miserias.
Todo el que te haya dicho que ser padre te cambia la vida está en lo cierto: olvídate de escuchar las series con Dolby Surround, olvídate de estar disponible entre las 19:30 y 22:00 (dependiendo de cómo de europeos seáis con los horarios del bebé y sus baños) y olvídate, por supuesto, de salir de una especie de cansancio perpetuo en el que empezarás a descubrir nuevos dolores (el siguiente mío fue con el nacimiento de mi otra hija: “Dolor inespecífico en zona abdominal, posible Colon irritable” o entrar de lleno en La Era de la Finitud de los Cuerpos). Olvídate también de aquello que siempre dejas para lo último en tu ToDoList porque es probable que, salvo que apliques un régimen militar o duermas menos horas de las aconsejadas, no vas a ser capaz de hacerlo durante un tiempo.
Ahora bien, se aprenden muchas cosas. Te cuento algunas. Cuando no era padre, recuerdo con pavor ver a los adultos que se dirigían con carantoñas ininteligibles a los bebés. En mi forma de verlo era una especie de insulto a su futura inteligencia y comenzaba por establecer unas relaciones de poder basadas en quién sabe expresarse (el adulto) y quién emite sonidos absurdos (el bebé). Pues esto es BULLSHIT. Las onomatopeyas y otros sonidos no identificados son una parte esencial de la relación que yo he establecido con mis hijas. En algunos casos han aprendido antes a hacer el alarido de un león o una nave despegando que determinadas palabras. Por tanto, un sí muy fuerte a ser un papá que hace efectos especiales sonoros para comunicarse con su prole.
También he aprendido que lo más complicado de enseñar es basarlo en el decir y no en el hacer. Como te comentaba antes, ya sabemos que los padres se pasan el día dando la turra diciendo lo que debe o no debe hacerse. Vale, es importante guiar en lo que consideramos que es el bien y el mal. No veo nada malo en ello. Sin embargo en más de una ocasión me he visto a mí mismo perdiendo los nervios y la paciencia con respecto a algo que mi hija no hacía como yo consideraba que debía hacerse: curioso cuando con respecto a su propio aprendizaje no paro de repetirle “o eres paciente o no vas a aprender nada”.
¿De qué me sirve decirle “sé paciente” si yo me muestro impaciente ante su falta de paciencia? En ocasiones será el cansancio o las prisas las que te lleven a reaccionar de forma menos cuidadosa: lucha contra eso. No es que tengas que ser el padre perfecto, pero si le enseñas dando ejemplo y no solo predicando (que a ti y a mí nos encanta dar la turra) intuyo que será mejor a largo plazo.
A veces cuesta reconocerse a uno mismo
Y quizás, lo más importante de lo que he aprendido es algo que aún no he terminado de asimilar. Sinceramente, no me importa que mis hijas tengan un imaginario distinto al mío: de momento a la mayor le gustan las princesas de Disney. Obviamente intentamos introducir una mirada crítica en su educación aunque consuman productos culturales mainstream: luchar por el sibaritismo me parece absurdo en un mundo en que reciben estímulos de todas partes, especialmente de sus compañeros de clase o de otros familiares. No me importa ponerme las pilas con Shimmer&Shine, Lady Bag, Peppa Pig, etc. Tampoco niego que yo mismo la he arrastrado al lado oscuro de Star Wars o he bailado con ella Máxima FM.
Lo que ocurre es que aunque haya una parte de ti a la que no le importa abrir la puerta a todo aquello que hace disfrutar a tus hijas, hay otra que te recuerda ‘la vida que dejaste de llevar’ y te hace compararla con ‘la vida que llevas’. Y ahí sí hay pena, añoranza y nostalgia. Ojo, nunca me he arrepentido de ser padre. Pero reconozco que en ocasiones el equilibrio entre deseo y deber es complicado. Pues claro que echo de menos dormir siestas regularmente, alargar unas cañas de mediodía para terminar a las tantas de la mañana teniendo conversaciones sobre el sentido de la vida, dejarte derrotar por la intendencia de la casa porque sabías que no pasaba nada si “lo recogías mañana”, no estar preocupado más que por tu propia realidad…
En definitiva, echo de menos hacerme cargo solo de mí mismo. Ahora nos hacemos cargo mi pareja y yo de otras dos vidas que nos llenan de momentos inolvidables. Pero hay ocasiones en que cuesta reconocerse a uno mismo cuando llevas demasiado tiempo metido en la rueda de hámster en que a veces se convierte el día a día de un padre o una madre. Y es por eso que a veces parte de mí trata de luchar contra esa inercia y busco preservar espacios para ‘seguir siendo yo’. Quizás por eso es tan complicado saber si lo estás haciendo bien. Cómo ser una referencia sin ser autoritario, cómo guiar sin imponer, cómo ser tú al tiempo que ayudamos a nuestras hijas a ser ellas..
Empecé el texto hablando de llorar. Y voy a terminarlo igual. Igual te acuerdas de que hace un tiempo escribí un post en uno de mis blogs sobre deporte en el que explicaba lo que sentía cuando mi equipo de fútbol ganaba o perdía al tiempo que lo relacionaba con mi propia biografía. Alguien dejó un comentario que a ambos nos hizo llorar. Era mi padre.
“Un padre y una madre nunca tienen la sensación de acertar con la formación y la educación de sus hijos, por tanto, conviven siempre buscando la victoria y abrumados por una posible derrota. En realidad, siempre están a la busca de un buen final de un partido que sólo se termina cuando uno ya no está aquí. Un partido del que nunca se sabe a ciencia cierta el resultado del mismo. Pero hoy, por fin, después de leer tu texto me he atrevido a mirar de reojo el marcador para ver cómo iba nuestro particular partido, y con satisfacción y tranquilidad he visto que, vamos ganando…”
No sé si mi padre estaba realmente en lo cierto. Define muy bien la sensación de incertidumbre que se siente con la crianza y es que no sé si estoy haciéndolo bien como padre así que…¿por qué tendría que darte consejos? Lo que sí sé es aunque puede que ya no veamos una peli en el tren, en este viaje que ahora empiezas me vas a tener cerca para poder compartir miedos, errores, historias fantásticas y cómo no, el minuto y resultado de nuestro particular partido.
Te quiero, parse.