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EN PRIMERA PERSONA

Soy padre desde hace seis meses y no he encontrado cambiadores de bebé en el baño de hombres

Señal de cambiador de bebé

Jose A. Pérez Ledo

Mi hijo tiene seis meses y, de cuando en cuando, hace popó. En escrupuloso respeto a la ley de Murphy, tiende a hacerlo cuando peor viene: en mitad de un paseo, en el metro, en el desplazamiento hacia cualquier sitio. Para semejantes coyunturas, la civilización ha desarrollado una infraestructura sencilla pero funcional llamada 'cambiador'. Se trata de un aparato de plástico duro que, plegado contra la pared, apenas ocupa cuatro dedos, pero que, una vez extendido, se convierte en una superficie horizontal de lo más útil.

A pesar de su aparente sencillez, estos cambiadores evitan situaciones gimnásticamente exigentes tales como cambiar el niño en un banco, en el carrito, en el suelo o en la mesa del restaurante, entre la ensalada propia y una ensalada ajena. En ocasiones, estos cambiadores se ubican en baños de discapacitados, custodiados bajo una llave que el camarero esconde celosamente bajo la caja registradora, o en unas áreas mixtas denominadas 'salas de lactancia'. Así ocurre en lugares de tránsito masivo como aeropuertos, corteingleses o ikeas. Pero las más de las veces, los cambiadores se encuentran en los baños de mujeres.

En los seis meses de vida de mi hijo no he coincidido con un solo cambiador que estuviese en el baño de hombres. No es un gran problema, de acuerdo. No vamos a quemar autobuses por ello. Pero es, sin duda, un hecho reseñable que, como tal, decidí reseñar en Twitter.

Las respuestas fueron de lo más variopintas. Muchas airadas. Algunas francamente indignadas.

Hubo quien aseguró que mentía. Que el mundo (o España, por lo menos) estaba lleno de cambiadores en baños de hombres.

Hubo quien se preguntó cuál demonios era mi problema, por qué no entraba en el baño de señoras, qué me pasaba con las mujeres, si había valorado buscar ayuda profesional.

Hubo quien aseguró que los hosteleros como Dios manda colocan el cambiador en el baño más grande, que así lo dicta la ley natural del popó, y que el baño más grande es siempre el de mujeres y jamás el de hombres.

Hubo quien me acusó de sucumbir a la ideología feminazi que, por culpa de varones colaboracionistas como yo, está destrozando el país entero, desde el Tribunal Supremo hasta la configuración de los excusados en hostelería.

Hubo quien, teniendo hijos ya mayores, me recriminó pedir demasiado al Sistema. En sus tiempos, venían a decir, cambiaban a los bebés en suelos llenos de jeringuillas, apartando el SIDA con una mano mientras sacaban una toallita húmeda con la otra.

Hubo quien me mandó a Venezuela para que supiese yo lo que de verdad es la carestía y la necesidad.

Hubo, en definitiva, una generosa cantidad de personas ofendidísimas por mi aseveración, sin duda equivocada, evidentemente estúpida y caprichosa, al mismo tiempo pija y comunista.

Tantas fueron las reacciones que llegué a creer que estaba yo realmente loco por manifestar algo que, se lo juro, me parecía una clarísima rutina discriminatoria, uno de esos micromachismos tan socialmente asumidos que ni vemos hasta que nos tocan.

Luego descubrí que, en 2016, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley federal, conocida como BABIES Act, cuyo objeto era precisamente forzar la instalación de cambiadores en todos los baños de los edificios públicos, tanto en los de mujeres como en los de hombres.

Uno de los impulsores del proyecto, el senador demócrata Brad Hoylman dijo que la presencia de cambiadores exclusivamente en los baños de mujeres era “un anacronismo que refleja el sesgo hacia las mujeres como cuidadoras”. Ya ven. Otro pijo comunista.

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