Unos 21.000 niños viven en España en centros de menores: qué es acoger y por qué se necesitan familias
Al pedirle a Elvira Perona, presidenta de la Asociación de Acogedores de la Comunidad de Madrid (ADAMCAM), su colaboración en este reportaje sobre acogimiento familiar, respondió con una pregunta reveladora: “¿Para idealizarlo o para contar la realidad?”
El acogimiento familiar es una medida de protección a la infancia que permite que una familia acoja en su hogar a un niño o niña que no puede –o no debe– vivir con sus progenitores por orden de los servicios sociales. A diferencia de la adopción, los acogedores no tienen la tutela del menor, que sigue siendo de la comunidad autónoma donde residen, y es una medida de carácter temporal, aunque puede ser permanente si no se llegan a dar las condiciones adecuadas para el retorno del menor con la familia biológica.
La alternativa al acogimiento familiar para un niño que queda a cargo de la Administración es el acogimiento residencial, los centros de menores, donde actualmente se encuentran la mayoría de ellos a pesar de que, con la modificación en 2015 de la Ley de Protección a la Infancia y la Adolescencia, se introdujo la obligación de dar prioridad al acogimiento familiar frente al residencial por los beneficios que reporta en el menor.
En total, hay 40.828 niños en España en manos de la Administración. El 52% todavía vive en centros de menores. El otro 48%, con una familia, pero quienes saben leer este dato explican que es impreciso. “Existe en el acogimiento la figura de 'familia extensa', en la que son otros miembros de la propia familia biológica quienes se encargan del menor. Buena parte de ese porcentaje pertenece a este tipo y no a acogedores externos sin vínculo con él”, explica Teresa Díaz, vicepresidenta de la Asociación nacional Familias para la Acogida e investigadora del Instituto de Estudios de la Familia de la Universidad San Pablo CEU.
Estas cifras han propagado la creencia de que en España no hay cultura de acogimiento familiar, de que no hay una red de familias dispuestas a sacar a esos 21.000 menores de los centros. ¿Por qué? El desconocimiento de este método de acogida y el abandono al que se encuentran relegados los padres y madres acogedores por parte de la Administración, son las principales causas que perciben tanto las asociaciones, como las familias.
El gran desconocido
“En general, no se conoce que en España hay 21.000 niños creciendo en centros de menores”, afirma María Araúz de Robles, madre acogedora y presidenta de la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar (ASEAF). “Lo primero que tienen que hacer las administraciones es difundir esto, salir a buscar familias, ¿por qué no lo hacen?”, continúa.
El pasado mes de noviembre, con motivo del IV Congreso del Interés Superior del Menor, organizado por ASEAF, el Ministerio de Sanidad impulsó la campaña publicitaria “Tú serás mi hogar”, pero las asociaciones reclaman acciones menos costosas, pero más efectivas. “Por ejemplo –recuerda Teresa Díaz–, una campaña que se hizo en Pamplona hace unos años, con la que el Ayuntamiento llenó las zonas peatonales de cunas con el eslogan: 'Que ningún bebé tenga su cuna en una residencia'. O acercarnos a los lugares donde se mueven las familias: colegios, centros de ocio, pabellones deportivos, para contarles de cerca qué es el acogimiento y por qué se necesita tanto. Es algo que tienen que hacer las instituciones, nosotros somos padres y madres que trabajamos, cuidamos a nuestros hijos y en el tiempo que nos queda atendemos a las familias que llegan a la asociación”, asegura la presidenta de Familias de Acogida.
María de Araúz cree que desde el primer paso, el de la divulgación, “hay una manifestación de que aquí prima el sistema de protección a la infancia residencial. Hay una red muy amplia de centros y la medida preferente es institucionalizar a los niños, reclamamos que haya un cambio de paradigma”. Y apunta dos motivos por los que sería beneficioso: “Por un lado se ha demostrado que el interés superior del niño es crecer en el entorno de seguridad y afecto que le proporciona una familia, y por otro, que el sistema residencial es mucho más costoso para el Estado”.
Lo confirma Elvira Perona: “La administración destina 3.000 euros al mes por niño en un centro de menores, pero el dinero que reciben las familias acogedoras en Madrid, si lo reciben, es de 2.500 euros al año, algo mayor si es un niño con necesidades especiales”. La cuantía que perciben los acogedores varía en función de la comunidad. La horquilla de diferencia es de más de 2.000 euros anuales, según el Análisis Económico del Acogimiento Familiar en España por CCAA, dirigido por el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid Francesco Sandulli.
“Si los medios humanos y materiales empezaran a declinarse en favor de las familias, habría más dispuestas a acoger”, señala Teresa Díaz. Coincide con ella María de Araúz Robles en que “nunca puede ser la motivación económica lo que te lleve a acoger, pero tampoco debería un impedimento”. Elvira Perona añade además un elemento al que aluden también todas las familias consultadas: “No se trata tanto de dar un apoyo económico mensual, como de dar una red de servicios a los que esas familias puedan acceder: psicólogos, clases extraescolares… y que ahora tienen que pagar de sus bolsillos”.
Ser familia acogedora, un camino arduo y solitario
Las cuatro familias consultadas llegan a las mismas conclusiones: acoger conlleva una carga administrativa enorme, hay poco seguimiento de los casos por parte de los técnicos, el sistema está saturado y ellos se encuentran solos. Algunos conocieron el acogimiento por la prensa, otros, por el boca a boca. Cuando dieron el paso, se abrió ante ellos “un proceso de total incertidumbre”, tal y como lo define Sergio, padre de un niño que ahora tiene cinco años y que pasó los dos primeros de su vida en un centro de menores. “En Madrid no te aclaran nada en cuanto a tiempos, formas, condicionantes… Te apuntas, te dan cita para una charla abierta, luego lo solicitas, te asignan a un técnico, y empiezan las entrevistas, cursos de formación, etc.”.
Beatriz Souto, madre acogedora de un niño de 11 meses que ahora tiene nueve años, cree que la primera barrera para que las familias acojan empieza en los cursos de formación. “Entiendo que te tienen que poner en la peor de las situaciones, pero no hay que presuponer problemas que pueden no surgir. Por un lado buscan familias perfectas, que no existen, y por otro asustan a la gente”. Elvira Perona se pregunta: “¿Por qué la Comunidad de Madrid solo ha encontrado tres familias de acogida en todo un año? Es para reflexionar”.
¿Y cuando ya te han asignado a un niño?
“Tienes que encargarte tú de todos los trámites administrativos, tú lo gestionas, la comunidad los firma”, dice Elena Marigorta, madre acogedora desde hace 14 años. “No hay un teléfono al que llamar un sábado o un domingo si pasa algo, el niño lo tutela la comunidad, necesitamos su permiso para todo”, explica Raquel, madre acogedora, pareja de Sergio.
Además de la carga administrativa, todas las familias señalan que, en algunas comunidades, hay una gran falta de seguimiento total de los casos. “Me han cambiado de técnico en numerosas ocasiones y el actual, desde hace tres años, no conoce aún a mi hijo. Nos ha llegado a mandar un test por email para que evaluemos nosotros su desarrollo. Yo puedo decirle si sabe atarse los cordones, pero no puedo evaluar si mi hijo evoluciona según lo que le corresponde a su edad. No hablan con el colegio, no saben si le he vacunado”. Elvira Perona afirma que el principal problema es que “el técnico que lleva las visitas con la familia biológica pertenece a una empresa externa y es distinto al técnico que lleva el caso del niño por parte de la comunidad. La única relación que existe entre ambos es a través de informes”. En comunidades como Navarra y País Vasco ya han atado esta dificultad con planes de unificación de personal.
¿Qué más piden estos padres? “Ayudas fiscales, como las familias numerosas, si queremos, por ejemplo, apuntarlos a ciertas actividades o en el abono de transporte”, explica Beatriz. “Que garanticen plaza fija en una guardería o colegio público y no tengas que llevarlo a uno concertado o privado, donde hay un coste”, reclama Raquel. “O una red de psicólogos a los que poder acudir, si detecto en mi hijo alteraciones de conducta. Son niños con una mochila emocional difícil y pesada”, dice Elena Marigorta. Lola, madre acogedora, familia monomarental, sí ha tenido acceso a ese psicólogo –en la Comunidad de Madrid solo hay uno– porque la niña que acogió hace ya 15 años nació con síndrome de alcoholismo fetal, algo que “ha marcado su infancia y se está agravando ahora en la adolescencia”, causándole serios problemas. El resto de familias consultadas o no han tenido acceso a terapia, o han entrado en una lista de espera de hasta dos años.
Merece la pena
“A pesar de todo, merece la pena. El esfuerzo no es en vano, es una forma de paternidad que tiene una dimensión añadida, porque te ayuda a reconocer situaciones difíciles que viven otras familias, la desesperación de no poder criar a sus hijos”, cuenta Beatriz. Elena Marigorta cree que “una de las mejores cosas de acoger es darte cuenta de las cosas superfluas de la vida”.
Lola quiere decirle a las familias que “hay niños maravillosos que están esperando que les saquemos de los centros, aunque sea por un tiempo”. Por último, Sergio y Raquel se despiden recordando los momentos en los que han vuelto con su hijo al centro de menores donde dio, literalmente, sus primeros pasos. Dicen que le gusta visitarlo, aunque que siempre advirtiendo a los educadores: “Estoy de visita, pero me voy, eh”.