'Cántabros con Historia' es un blog en el que intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos que siguen intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el norte de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte. Este blog, patrocinado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, está escrito por el periodista Miguel Ángel Chica y tiene como única pretensión reivindicar su memoria, para que sus nombres permanezcan en el recuerdo. Los estudiantes del Ciclo Formativo de Técnico Superior en Ilustración de la Escuela de Arte número 1 de Puente San Miguel son los encargados de retratar, a través de distintas técnicas pictóricas, a todos los protagonistas.
Juan de la Cosa, de Santoña al Nuevo Mundo
Lisboa, 1488
El navegante Bartolomé Días regresa a Portugal después de haber alcanzado las Indias a través del Cabo de Buena Esperanza. Es el primer europeo que consigue semejante hazaña. Del Atlántico al Índico a través de tormentas y de aguas desconocidas, una nueva ruta entre occidente y oriente sin necesidad de atravesar el Mediterráneo y Oriente Medio, dominado por los turcos. Protegido por la multitud de curiosos que se reúnen en el puerto para ver de cerca el barco del héroe, hay un marino santoñés llamado Juan de la Cosa que estudia cada detalle con atención. Ha sido enviado a Lisboa por los Reyes Católicos con una misión que no admite errores: obtener toda la información posible del viaje portugués y regresar con ella a Castilla.
De la Cosa es un hombre experimentado en el mar. Ha navegado por el Mediterráneo y se ha adentrado en el océano Atlántico, el lugar más temido por los navegantes de la época, hasta las Islas Canarias y las costas del África Occidental. De su infancia y su juventud no sabemos prácticamente nada. Ni siquiera tenemos constancia exacta de la fecha de su nacimiento, en algún momento entre 1450 y 1460, en Santoña. Las primeras referencias históricas de su existencia son las que lo sitúan en Lisboa, en calidad de espía al servicio de la Corona, recorriendo los bares del puerto, en el estuario del Tajo, para conocer el trazado de un viaje que obsesiona a los Reyes Católicos.
Contexto: Castilla y Portugal se disputan el control de las rutas marinas, y Portugal va ganando. Castilla necesita abrir su propia ruta a las Indias. Asunto de estado. Para poner remedio a la situación, De la Cosa finge acento portugués, habla con marineros y funcionarios, anota nombres de islas y puertos remotos, aventura y esboza cartas de marear, hasta que es descubierto por las autoridades portuguesas. Pero De la Cosa, como cualquier espía que se precie, ha previsto la eventualidad y ha trazado previamente varias vías de escape. A través de una de ellas consigue salir a tiempo de Portugal y ponerse a salvo en Valladolid.
El Puerto de Santa María, 1490
Después de sus intrigas en Portugal, De la Cosa se ha instalado en la bahía de Cádiz, donde ha comprado una nao, la Gallega. Es uno de esos barcos que hace que los viejos marineros que cruzan el puerto aflojen el paso y se detengan con ojos soñadores. Veinte metros de eslora, siete de manga, tres mástiles y un bauprés. Con un buen piloto, un buen capitán y una bodega bien pertrechada, se dicen los hombres que entienden del mar, un barco así podría llegar lejos, muy lejos.
Algo parecido opinan los Hermanos Pinzón, tres armadores y marinos de Huelva, que mantienen buenas relaciones con De la Cosa y su barco. Los Pinzón -Martín, Alonso y Francisco- poseen dos carabelas, la Pinta y la Niña, tienen su base de operaciones en el puerto de Palos y una larga experiencia navegando y explorando las costas africanas. Alguien como De la Cosa, con años de mar y un barco propio, resulta un socio natural. La alianza entre De la Cosa y los Pinzón cristalizará en términos históricos dos años más tarde.
Palos de la Frontera, 1492
La Gallega ha cambiado de nombre. Ahora se llama Santa María y es la mayor de las tres naves que acaban de partir del puerto de Palos al mando del almirante Cristóbal Colón. Han sido meses de duras negociaciones entre la Corona, los hermanos Pinzón y Colón, un navegante genovés que ha terminado convenciendo a los Reyes Católicos de que es posible llegar a las Indias cruzando el Atlántico, sin necesidad de rodear África y el cabo recién descubierto por los portugueses. Colón, que ha recibido el título de almirante y jefe de la expedición, viaja en la Santa María, donde también navega, como segundo de a bordo, Juan de la Cosa, patrón y propietario del barco.
El fraile dominico Bartolomé de las Casas anotará años después que las naves zarparon del puerto de Palos el 3 de agosto. Otros autores retrasan la fecha de la partida y la sitúan en septiembre. En realidad, no tiene importancia, porque nadie olvidará nunca este viaje. Tendrán que pasar cinco siglos, hasta que el hombre ponga por primera vez los pies en la luna, para encontrar una travesía que se acerque a la trascendencia simbólica, histórica y cultural de esta expedición. Nadie a bordo de las tres embarcaciones sospecha que al otro lado del océano está América. Nadie imagina que después de este viaje el mundo cambiará para siempre.
Bahamas, 12 de octubre de 1492
Son ya varios de meses de travesía y el océano no termina nunca. Los hombres comienzan a alterarse. La tripulación barrunta un motín. Es de noche y Colón, en su camarote privado, consulta una y otra vez las cartas de marear a la luz de una vela. Hace constar en sus diarios que los hombres empiezan a mostrarse intranquilos. Según sus cálculos, hace tiempo que deberían haber llegado a las Indias.
A las dos de la madrugada, un marinero al que la historia registra con el nombre de Rodrigo de Triana, grita desde su puesto de vigía a bordo de la Pinta que hay una masa de tierra a dos leguas. Es la isla de Guanani, en el archipiélago que hoy lleva el nombre de Bahamas. La tripulación desembarca al amanecer. En agradecimiento al dios que les ha permitido tocar tierra después de meses de interminable deriva oceánica Colón bautizará a la isla como San Salvador.
A lo largo de dos meses, las naves exploran el Caribe. Los expedicionarios comercian con los indígenas, intercambian objetos de poco valor por oro, y toman posesión de todas las islas donde tocan tierra en nombre de la Corona de Castilla. Dos mundos que se desconocen mutuamente empiezan a tratarse. Juan de la Cosa, desde su puesto en la Santa María, observa con atención, apunta cada detalle, traza rutas y dibuja planos que irá completando en posteriores viajes y que años después le permitirán completar el primer mapa conocido del continente recién descubierto.
Haití, 25 de diciembre de 1492
En la noche de Nochebuena la Santa María costea las aguas de La Española, frente a las costas del actual Haití. El almirante Colón quiere reunirse con el cacique Guanancari al amanecer. Juan de la Cosa se encarga de la guardia nocturna, atento a las corrientes que pueden llevar a la nave hacia aguas peligrosas. Entonces ocurre. La Santa María encalla en un banco de arena y zozobra. El diario de Colón, completado posteriormente por Bartolomé de las Casas, culpa directamente a De la Cosa, y lo acusa de huir en lugar de intentar salvar el barco.
Por relaciones posteriores, en cambio, podemos intuir que las cosas no ocurrieron exactamente como relatan el almirante y el fraile. Sabemos que, una vez encallado el barco, el naufragio fue inevitable, y la tripulación al completo se puso a salvo en tierra ante la imposibilidad de salvar la Santa María. Sabemos que, un año después, de vuelta en Castilla, los reyes compensaron económicamente a De la Cosa por la pérdida de su barco, lo que difícilmente hubiera ocurrido si se hubiera considerado al marino el causante directo del naufragio.
Cuestiones legales aparte, aquí termina el viaje de la Santa María, la antigua Gallega que un día fondeó orgullosa en la bahía de Cádiz. Ahora, los marineros contemplan horrorizados como el mar hace pedazos la nave con la que han atravesado medio mundo y con la que pensaban regresar a casa. Juan de la Cosa ve cómo su posesión más preciada se hunde en mitad de la noche. Días después, Colón ordenará rescatar los restos para levantar con ellos el Fuerte Navidad. Y así, con la madera de la Santa María, se construirá el primer edificio europeo del Nuevo Mundo. Treinta y nueve hombres se quedarán en la isla para poblar el fuerte. Son la primera colonia española en América.
Cádiz, 1500
De la Cosa ha vuelto al menos en tres ocasiones a América desde el naufragio de la Santa María en Haití. Las dos primeras veces lo hizo con Colón, enrolado en la Niña, como marino y cartógrafo. Fue uno de los marineros a los que el almirante genovés hizo firmar una declaración jurando que Cuba no era una isla.
Por entonces, Bartolomé de las Casas definía al marino cántabro como “el mejor piloto que por aquellos mares había por haber andado en todos los viajes que había hecho el almirante”. Aunque no existe certeza documental, se cree que también participó en el tercer viaje de Colón. A sus órdenes, De la Cosa navegó durante casi una década entre España y América, entre Andalucía y Las Antillas.
En 1499, cuando los reyes quitaron a Colón la exclusiva de los viajes a América y el comercio con las nuevas colonias, De la Cosa se enroló como piloto en la expedición de Alonso de Ojeda, con la que se adentró en el Golfo de Paria y llegó hasta las costas de Venezuela. El viaje, estéril en el plano económico, le permitió cartografiar la costa del continente americano.
Ahora, a su regreso a Cádiz, De la Cosa trabaja con los apuntes realizados durante su expedición con Ojeda. Estudia la costa dibujada en los pliegos, intuye relieves y formas. Recurre a las cartas de marear y a los apuntes que tomó durante sus viajes con Cristóbal Colón. Con todo ello, con la información que ha ido obteniendo en sus conversaciones con otros marineros, y con las relaciones publicadas por exploradores españoles y portugueses, De la Cosa traza un mapamundi que incluye por primera vez en la historia al continente americano. Para diferenciarlo del Viejo Mundo, que aparece representado en un extremo del mapa en color claro, De la Cosa pinta América de un verde salvaje, como la magnitud del hallazgo.
Turbaco, 1510
La fiebre del Nuevo Mundo hace temblar a la Vieja Europa. De ambición, de impaciencia. Son diez años de viajes ininterrumpidos. De la Cosa se enroló primero en la expedición al mando de Rodrigo de Bastidas, donde coincidió con Vasco Núñez de Balboa. En 1503 volvió a Lisboa, otra vez como espía, para infiltrarse en la corte del rey Manuel I y descubrir si los portugueses estaban haciendo sus propios viajes a América. A diferencia de lo que ocurrió durante su primera misión secreta, esta vez fue capturado y devuelto a España sin información de valor.
Su fama de pionero en América y marino experimentado fue creciendo y en 1504 se le concedió el mando de una expedición al reino de Tierra Firme, que abarcaba desde la actual Panamá hasta Colombia. Se detuvo en Cartagena de Indias, recorrió Jamaica y pasó dos años en La Española. A su vuelta a España le recompensaron con 50.000 maravedíes y una misión, esta vez al cabo de San Vicente, en el sur de Portugal, con el objetivo de controlar las incursiones piratas contra los barcos que volvían cargados de oro y mercancías del Nuevo Mundo.
Y en 1509, De la Cosa navegó por última vez desde las costas de España hasta América. Lo hizo para ponerse al mando de Ojeda, su antiguo capitán, que había sido nombrado gobernador de la provincia de la Nueva Andalucía, entre Colombia y Venezuela. A De la Cosa, la Corona le otorgó el cargo de teniente gobernador y le dio una ayuda económica para instalarse como colono con su familia.
Pero los destinos de los hombres son caprichosos, y el marino cántabro no llegaría a ejercer el cargo. La expedición desembarcó en la bahía de Calamar, a pesar de que De la Cosa había aconsejado a Ojeda evitar la zona, habitada por nativos que no estaban dispuestos a recibir de buen grado en sus tierras a los europeos. El nuevo gobernador desoyó los consejos y ordenó desembarcar. En la lucha que siguió, los españoles huyeron selva adentro hasta el poblado de Tubarco, donde fueron sorprendidos nuevamente por los indígenas.
Una lluvia de flechas envenenadas cae sobre el poblado. Los hombres no tienen tiempo de ponerse a cubierto. El que cae herido no tarda en morir. De la Cosa recibe la primera flecha con una mezcla de resignación y sorpresa. Intenta refugiarse en una cabaña, pero los indios, que brotan de la selva con la violencia de todo un continente enfurecido, le cierran el paso. Como todos los marineros que mueren tierra adentro, cae con un extraño sentimiento de melancolía que no tiene tiempo de descifrar.
Ojeda es uno de los pocos que logra escapar con vida. Días después regresa con refuerzos y reduce Tubarco a cenizas. Los cadáveres de los españoles, que empiezan a descomponerse, se mezclan con los de los indígenas, todavía calientes. El relato cuenta que el cadáver de Juan de la Cosa tenía tantas flechas clavadas que los hombres lo compararon con un erizo. Hay otra versión de la historia, más simbólica, más lúgubre, que afirma que Ojeda nunca encontró el cuerpo del marinero cántabro. Se lo habían comido los indios.
Sobre este blog
'Cántabros con Historia' es un blog en el que intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos que siguen intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el norte de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte. Este blog, patrocinado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, está escrito por el periodista Miguel Ángel Chica y tiene como única pretensión reivindicar su memoria, para que sus nombres permanezcan en el recuerdo. Los estudiantes del Ciclo Formativo de Técnico Superior en Ilustración de la Escuela de Arte número 1 de Puente San Miguel son los encargados de retratar, a través de distintas técnicas pictóricas, a todos los protagonistas.