Adiós a Xabier Arzalluz, el líder más carismático y polémico del nacionalismo vasco desde la Transición
La voz más potente y reconocible del PNV desde la muerte de Francisco Franco, la de Xabier Arzalluz Antia (Azkoitia, 1932-Bilbao, 2019), se ha apagado definitivamente un 28 de febrero luego de años de tranquilo retiro. Atrás queda una azarosa biografía como sacerdote jesuita o profesor de castellano durante la dictadura y, ya en democracia, como diputado primero y presidente del principal partido vasco durante años. Dejó la política en 2004. La vida le ha llevado desde su Gipuzkoa natal hasta Alemania pasando por Gandía, Zaragoza, Cambridge o Madrid. Para el recuerdo quedarán sus titulares y arengas mitineras de orador sin parangón todavía en la política vasca.
“No se entendería la historia de Euzkadi y del PNV sin 'Javier”, cuenta Iñaki Anasagasti, otro histórico de la formación 'jeltzale' que ha compartido con el difunto años de militancia política. Arzalluz, dice su amigo, “era un nombre culto, que leía mucho, y un gran orador”. Esto nadie lo refuta, ni sus rivales políticos. Además de euskara y castellano, dominaba el alemán, conocía algo de francés y viajó a Cambridge para estudiar inglés. Hasta el final ha estado suscrito semanalmente a 'Der Spiegel'.
“Había perdido el timbre de voz, pero ha tenido la cabeza lúcida siempre”, destaca Anasagasti, que todavía recuerda su último discurso, en marzo de 2017, con motivo del cuadragésimo aniversario de la salida de la clandestinidad del PNV. Estaba casado con Begoña Loroño y tenía dos hijas y un hijo.
Arzalluz llegó a la sala de máquinas del PNV en el tramo final del franquismo. Con Luis Mari Retolaza, Sabin Zubiri, Luis Bergaretxe o Txomin Saratxaga, se convirtió en una persona de la entera confianza del líder más destacado del nacionalismo vasco en España, Juan de Ajuriagerra, un grupo que fue ganando poder frente a los históricos de la II República aún en el exilio. La enciclopedia Auñamendi recoge una amplia y detallada biografía de Arzalluz.
Desde 1975 y 1977, Xabier Agirre compartió con Arzalluz política en la clandestinidad. “Nos reuníamos en el bufete Estrade y Zamalloa de Bilbao. Allí supo hacer partido. Es una pérdida muy importante. Es la figura más importante del PNV en la segunda mitad del siglo XX”, explica Agirre, que fue secretario y portavoz del partido en su momento más crítico, la traumática escisión de 1986 de la que surgió EA, partido ahora dentro de la coalición de la izquierda abertzale EH Bildu.
“El PNV acepta la unidad de España”
En la Transición, jugó un papel relevante en el advenimiento de la democracia. Ya en 1976 inició contactos con el ministro de Adolfo Suárez Rodolfo Martín Villa para engrasar la preautonomía vasca y el pacto constitucional. En 1977 fue elegido diputado en la legislatura constituyente y enseguida se convirtió en un protagonista de los debates que alumbraron la Constitución. A diferencia del nacionalismo catalán representado por la extinta CiU, el PNV no votó 'sí' a la carta magna de 1978, pero tampoco la suya fue una oposición radical.
“El PNV -recoge una crónica de 'El País' de la época citando palabras textuales- acepta la unidad de España, la integración del País Vasco en esta unidad, pero desde las peculiaridades históricas y jurídicas que hemos mantenido durante tantos siglos”. La Constitución recogió finalmente esos “derechos históricos” vascos pero la fórmula no satisfizo de todo al nacionalismo, que en una asamblea extraordinaria celebrada en Pamplona, promovió la abstención en el referéndum constitucional. Pese a todo, Arzalluz declaró: “Admitimos que las Fuerzas Armadas tienen que ser algo propio del Estado, lo mismo que las relaciones exteriores, lo mismo que las aduanas, lo mismo que el comercio exterior y una serie de facultades organizativas que sería largo enumerar”.
Su discurso más sonado de aquella época fue, sin embargo, el que pronunció en el Congreso en 1977 para defender la amnistía y el “olvido” como pilares para la reconciliación después del final de la dictadura. “La reconciliación no debe admitir ningún protagonismo. Para nosotros la amnistía no es un acto que atañe a la justicia o a la equidad, atañe a la política, atañe a la solución de una situación difícil en la que de alguna manera hay que cortar un nudo gordiano. Es simplemente un olvido [...], una amnistía de todos y para todos, un olvido de todos y para todos, aunque hay que recordar, aunque sea, y, así lo desearía por última vez, que aquí nos hemos reunido personas que hemos militado en campos diferentes y hasta nos hemos odiado y hemos luchado unos contra otros. Esto que pasa en este hemiciclo donde se sientan gentes que han padecido largos años de cárcel y de exilio junto a otros que han detentado responsabilidad de Gobierno y de Gobiernos que causaron esos exiliados o esas cárceles, es la imagen de la realidad de nuestra sociedad”.
“Como alemanes en Mallorca”
Con la aprobación de la Constitución (y del Estatuto al año siguiente), el PNV copó el poder en las instituciones vascas y estrenó bicefalia, con un Carlos Garaikoetxea que emergió como lehendakari y un Arzalluz con poder en el partido. Poco a poco, ambas figuras fueron chocando. Las discrepancias sobre el poder foral frente al poder autonómico y, como añadido, el espionaje a Garaikoetxea desde la propia fontanería del partido, hicieron reventar las costuras del nacionalismo vasco. Era 1986 y surgió EA como un gran contrapoder. “Sin duda fue el peor momento”, razona Agirre.
Cuentan los históricos que en los años posteriores las fotografías conjuntas dejaban bien a las claras la tensión entre ambos, pero, según Anasagasti, “se hizo de la necesidad virtud” y el PNV acabó consolidándose en el poder pactando con su propia escisión. “Rama que se desgaja, se seca”, recuerda Anasagasti que le contó Arzalluz sobre aquellos años.
Arzalluz fue reelegido como presidente del Euzkadi Buru Batzar en 1988, 1992, 1996 y 2000. Llegó a ser idolatrado por las bases. Durante esas dos décadas, el PNV pasó del moderantismo heredado de la Transición a un soberanismo que devino en el 'plan Ibarretxe' y una nueva crisis interna que alumbró un relevo en el que emergió la figura del hoy lehendakari, Iñigo Urkullu, uno de los primeros en glosar la figura del exlíder peneuvista fallecido.
Un 30 de abril de 1996, Arzalluz cenó en Génova con José María Aznar. En una imagen impensable en 2019, ambos mandatarios cerraron el apoyo de los diputados nacionalistas al Gobierno que desalojaría al Felipe González de los GAL y la corrupción. Aznar prometió a la delegación vasca transferencias estatutarias que hoy harían enfurecer a un Pablo Casado que promovió hace solamente una semana una moción en el Senado para evitar desmantelar el Estado con cesiones a Euskadi. “Aznar hizo más por nosotros que el PSOE en 13 años”, llegó a felicitarse.
Pero en pocos años todo cambió. Arzalluz, siempre una fábrica de titulares, mandó “a la mierda” en 2000 al presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz. Eran tiempos del pacto de Lizarra, de marcado acento soberanista y que aglutinó al PNV con la izquierda abertzale en tiempos de amenaza fortísima de ETA al constitucionalismo. Surgió así una Euskadi de bloques. Precisamente en 'Der Spiegel', Arzalluz regaló una de sus grandes frases: en una Euskadi independiente, los españoles serían acogidos “como se trata hoy a los alemanes en Mallorca”. Atrás quedaba la versión con sentido de Estado del líder del PNV: “¿Para qué queremos la autodeterminación? ¿Para plantar berzas? La autodeterminación es una virguería marxista”.
Hay más frases para la historia: “Yo no soy racista. Yo prefiero a un negro, negro, que hable euskara que a un blanco que lo ignore” (1994). O sus teorías sobre la pureza de sangre: “La cuestión de la sangre con el RH negativo confirma sólo que este pueblo antiguo tiene raíces propias, identificables desde la prehistoria como sostienen investigaciones de célebres genetistas”.
La mística sobre la financiación ilegal del PNV siempre ha perseguido a Arzalluz por otra reflexión nunca aclarada. “Empiezas a tener la posibilidad de que te den dinero. Ante lo cual se te abren dos posibilidades. La primera es exigir que te paguen un porcentaje sobre el precio total del encargo: te concedo esta obra, o te recalifico este terreno, o te encargo la fabricación y estos uniformes, o te asigno la contrata de tal o de cual, si tú pagas a mi partido el 4, el 5, el 8 ó el 10%. La segunda es: tú atribuyes estos trabajos conforme a la ley, por las vías de adjudicación establecidas, pero no ocultas a los empresarios que tu partido tiene necesidades que cubre con mucha dificultad”, se puede leer en sus memorias.
Arzalluz dejó la política en 2004, cuando Josu Jon Imaz fue designado como presidente del PNV. Por expreso deseo personal, en estos tres últimos lustros se ha mantenido apartado de la vida pública a excepción de apariciones esporádicas como la de 2017, todavía recordada por sus críticas al sindicato ELA. En 2018, se estrenó en el Teatro Principal de Donostia una obra sobre su vida. El protagonista acudió con un lazo amarillo en el abrigo. En el PNV, todavía en 2019, echan de menos sus discursos enardecidos en la inauguración de los batzokis, en los Aberri Eguna de la Plaza Nueva de Bilbao y en las fiestas del Alderdi Eguna.