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Alivio, reflexión y esperanza

El primer ministro holandés, Mark Rutte.

Gaspar Llamazares / Pedro Chaves Giraldo

Coportavoz y fundador de Izquierda Abierta / Asesor de Izquierda Abierta en el Parlemento Europeo —

Después del suspiro de alivio al constatar que el Partido de la Libertad del racista Wilders no ganó las elecciones celebradas esta semana en los Países Bajos, no conviene despreocuparse ante la evidencia de que la derecha avanza y la izquierda retrocede.

La lectura de los resultados electorales holandeses no es sencilla ya que su sistema de partidos es muy fragmentado; hasta 13 formaciones políticas han logrado representación parlamentaria y la complejidad aumenta si observamos su diversidad: conviven partidos de carácter religioso con otros que representan a los mayores de 55 años o un partido multicultural de perfil socialdemócrata.

Esta cohabitación de clivajes políticos de diferentes épocas en la historia del país es comprensible en el contexto de un sistema electoral proporcional. La novedad del escenario que han dibujado los resultados de estos comicios es la recomposición en el bloque de la derecha (que aumenta tres diputados) frente a una pérdida neta de diputados en el bloque de la izquierda.

Hablamos, fundamentalmente, de una debacle sin precedentes de la socialdemocracia holandesa, consecuencia del compromiso de una parte de lo que era el socialismo reformista europeo con las políticas de austeridad, los recortes sociales y el endurecimiento de las condiciones de acceso e integración de refugiados e inmigrantes.

Cabe recordar aquí el caso del neerlandés Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo y ministro de Finanzas en el segundo gobierno Rutte, quien se caracterizó por su posición inflexible y agresiva contra el gobierno griego de Syriza en la negociación del tercer paquete de ayuda a Grecia. Sus comentarios superaban en exigencias a cualquiera de las instituciones de la Troika y Junker, mientras el Comisario Moscovici se quejaba amargamente del papel jugado por esta institución.

Este ejemplo explica en parte por qué, en modo de crítica y desafecto, el electorado socialdemócrata se ha fragmentado y los apoyos se han repartido entre ecosocialistas, el nuevo partido Denk y el partido liberal, laico y de centro-izquierda D66. Y esta deriva de parte de la socialdemocracia holandesa refleja una tendencia europea.

Lo que en cualquier análisis es evidente es que la izquierda alternativa no ha recogido ni la desafección ni el descontento del electorado socialista. Ha perdido terreno social y representación política. Algo pasa cuando el descontento y la rabia se traducen en un reparto de votos entre los partidos de derechas. Antes de las elecciones, un dato ya revelaba ese alejamiento entre la sociedad y nuestras izquierdas, la caída del voto joven a las organizaciones progresistas, que en ocho años había pasado de un 44% a un 16%.

El partido xenófobo de Geert Wilders, si bien no ha conseguido su objetivo de ser el primero del país, sí ha condicionado poderosamente la agenda política. Los temas de la identidad y la integración se han convertido en los auténticos ejes de campaña, orillando y subordinando otros conflictos y malestares. Aunque el tema europeo no ha sido elemento central de la campaña, no puede obviarse que el Partido de la Libertad aparecía hermanado con el francés Front National de Marine Le Pen en su reivindicación de la salida del euro y, en la práctica, del desmantelamiento de la Unión Europea.

Por tanto, la desafección y el abierto rechazo hacia la UE sí han crecido en los Países Bajos como en el resto de Europa. Y España es un claro ejemplo del posible tránsito de un país abiertamente europeísta hacia esa zona de euroescepticismo.

La conclusión de este breve repaso es que el malestar continúa. Las políticas y las razones que han hecho crecer la rabia sorda contra el sistema siguen presentes y es la extrema derecha quien aparece representando en casi todos los países esa voluntad de “patear el culo” a los de arriba. El crecimiento del malestar está asociado a un incremento de la incertidumbre y la inseguridad; a una quiebra de la idea de progreso que ha sido el gran estímulo para las políticas reformistas y de cambio gradual. La pérdida de la esperanza en sectores cada vez más significativos de la población se expresa a través de propuestas que prometen recuperar viejas seguridades. Incluso el eslogan trumpista, “volver a hacer grande a América de nuevo”, tiene ese aroma revival tan propio de las propuestas reaccionarias.

El proyecto europeo agoniza entre las manos de quienes dicen estar guardándolo. Las instituciones europeas no parecen conscientes de que la UE corre el riesgo de convertirse en un proyecto sin ciudadanía y sin pueblo. Una suerte de despotismo ilustrado al servicio de un mercado irresponsable social y políticamente. Una UE cada vez más parecida a aquel reino francés cuyo Estado nunca había sido tan rico y poderoso y cuyo pueblo nunca había vivido peor.

No es fácil en este contexto dar con las teclas adecuadas para reposicionar en el escenario político a la izquierda en condiciones de alternativa creíble. No habrá estrategias de cambio si no contamos como aliado con un partido reformista fuerte. Necesitamos dar cuenta de la pluralidad intrínseca a la izquierda y evitar tanto las estrategias de “casa común” como las de confrontación competitiva, ambas sabemos que acaban por dar mayor gloria a la derecha social y política. Sobre todo, necesitamos trascender las propuestas que buscan competir con la extrema derecha en el griterío contra la UE y en la reivindicación de una inexistente soberanía nacional que nos haría, supuestamente, recuperar el control sobre nuestras vidas. Ese es un discurso vacío y peligroso.

La marea negra que ha ido creciendo en Europa durante los últimos años ha tenido menor empuje del previsto en los Países Bajos, pero no ha detenido su marcha ni ha sido derrotada. Por ello es una exigencia reflexionar sobre la situación actual del proyecto europeo y proponer alternativas que superen el actual impasse para, simplemente, tener futuro. Es imprescindible volver a situar temas en la agenda que reinterpreten la cotidianeidad desde otros presupuestos, volver a dotar de significado la realidad. Y la esperanza juega un papel esencial. Sin esperanza no hay proyecto de izquierdas que valga.

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