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Biden ha renunciado. Viva Harris

La vicepresidenta de EEUU, Kamala Harris, con el predidente, Joe Biden.

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Finalmente, tal como se esperaba, el presidente Joe Biden ha renunciado a la carrera por la reelección y resignado su candidatura, siguiendo los consejos cada vez más numerosos de sus compañeros del partido demócrata, algunos tan importantes como los presidentes de los grupos demócratas en el Congreso o el expresidente Barack Obama. Su estado de salud, mental y físico, y las encuestas crecientemente negativas ante sus posibilidades de vencer, le han obligado a ello. Antes que él, siete presidentes en ejercicio habían renunciado a la reelección, aunque varios de ellos, como el último –Lyndon Johnson en 1968 –, habían ocupado la presidencia en parte del mandato precedente por fallecimiento de su titular.

El presidente Biden deja un legado importante, especialmente en materia económica y social. Hace décadas que la economía estadounidense no mostraba tanta fortaleza, solo ensombrecida por altas tasas de inflación, ni unas cifras tan altas de empleo. Las prestaciones sociales han aumentado, la enorme deuda estudiantil ha sido aliviada, la sanidad pública se ha extendido cuantitativa y cualitativamente –especialmente para los veteranos de guerra y los mayores–, se han mejorado las infraestructuras y se ha aprobado una importante legislación climática. Tal vez su único punto negativo, al menos para parte de sus seguidores, haya sido su tibieza en relación con la matanza indiscriminada que está llevando a cabo el ejército israelí en Gaza, que ha sido incapaz de detener o moderar.

Hace tiempo que Biden venía mostrando signos de desorientación, lapsus muy llamativos de memoria, descoordinación motora, que habían intentado ocultar o minimizar sus seguidores más próximos. Pero la desastrosa actuación en el debate del 27 de junio con el expresidente y candidato republicano Donald Trump, en el que estuvo despistado y dubitativo, e incluso ausente por momentos, ante una audiencia nacional, fue un punto de no retorno, ratificado por otros llamativos errores posteriores. Sus problemas cognitivos eran ya demasiado evidentes y así lo reflejaron las caídas espectaculares en intención de voto en todas las encuestas posteriores al debate. Para la mayoría de los estadounidenses, una de las responsabilidades más importantes del presidente es la de comandante en jefe de las fuerzas armadas y responsable último (aunque no único) del botón nuclear. No parece que Biden, tal como está ahora, pudiera estar capacitado para asumir esas responsabilidades cuatro años más. La situación era realmente insostenible y la decisión de Biden ha sido un alivio para todos –dentro y fuera de EEUU– excepto para los republicanos, que preveían una victoria fácil sobre el actual presidente.

Ahora, la cuestión más importante es qué va a pasar, porque los demócratas han entrado en pánico al menos desde el debate del 27 de junio (muchos de ellos antes), y en especial en las últimas semanas. Tienen que buscar una solución de urgencia que les permita enfrentar con mínimas garantías de éxito el huracán Trump que parece avanzar arrollador hacia la victoria, en especial después del extraño atentado que sufrió el 14 de julio en Pensilvania, que le ha consagrado como héroe americano con el soporte de una fotografía icónica. No lo tendrán fácil. Es cierto que la mayoría de los analistas ha sostenido que Trump perdería contra cualquiera que no fuera Biden. Pero el relevo en la presidencia debería haberse hecho mucho antes; ahora tal vez sea demasiado tarde. El entorno del actual presidente, que le ha sostenido o incluso animado en su voluntad de continuar a pesar de sus signos evidentes de incapacidad, tal vez por intereses propios, es responsable ante el Partido Demócrata, ante todos los demócratas de EEUU, y también del mundo, de todo el tiempo perdido que puede ser irrecuperable.

La situación que se presenta es realmente compleja. Biden ganó las primarias del Partido Demócrata, y esto tiene ciertas repercusiones legales, aunque la amenaza de algunos republicanos de impugnar a un nuevo candidato demócrata no tiene mucho recorrido, puesto que el actual presidente aún no había sido designado oficialmente candidato. Como consecuencia de esas primarias, la gran mayoría de los que tienen derecho a voto en la Convención nacional demócrata que tendrá lugar el 19 de agosto en Chicago (aunque podría haber una votación telemática antes) está comprometida con el actual presidente, y por tanto él está en condiciones de pedirle que vote como candidato para sustituirle a quien él proponga. Y de hecho ya ha declarado que su propuesta es en favor de su vicepresidenta, Kamala Harris, su sucesora natural, puesto que es la que le sustituiría en caso de muerte o incapacidad durante su mandato. Además, ella es la única que puede disponer de los fondos de la campaña porque ya formaba parte de la candidatura que los recabó.

No obstante, no todos los inscritos o posibles votantes demócratas están de acuerdo con que ella sea la mejor candidata. Según una encuesta del Centro de Investigación de Asuntos Públicos AP-NORC publicada la semana pasada, el 58% de los demócratas opina que Harris sería una buena presidenta, pero el 22% no cree que lo sea, y el 20% dice que no sabe lo suficiente sobre ella. Tampoco hay unanimidad entre los cargos demócratas. Cuando un grupo de 24 ex demócratas de la Cámara de Representantes envió a Biden una carta la semana pasada para presionar a favor de una Convención abierta en agosto, no se mencionó a Harris. En su carta de elogio a Biden, Obama tampoco menciona a Harris, y la influyente expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi ha abogado públicamente por designar al nuevo candidato mediante unas primarias simplificadas. Aún cabe la posibilidad de que, si los financiadores de la campaña demócrata lo piden, y las encuestas no apoyan la candidatura de Harris, la decisión cambie, aunque no parece probable.

Kamala Harris fue nombrada por Biden candidata a la vicepresidencia, con tan solo dos años de experiencia en el Senado, después de que ella abandonara su propia postulación a la candidatura presidencial, en 2020, prácticamente en sus inicios, ante la falta de expectativas y de financiación suficiente. Probablemente se trató de completar el ticket electoral con una persona que pudiera atraer el voto racializado y progresista, ante la proverbial moderación de Biden. Antes de la decisión de Biden de retirarse, las encuestas oscilaban entre dar a Harris desde tres puntos menos hasta un punto más que al actual presidente en su pugna con Trump, pero ninguna le daba más de un 40% de posibilidades de victoria. Es de suponer que, una vez nombrada candidata del partido demócrata, con el apoyo de Biden, del expresidente Clinton y de muchos altos cargos demócratas –incluyendo algunos que tenían posibilidades de ser candidatos–, las encuestan mejoren a su favor, al menos en un primer momento. Habrá que ver cómo se posiciona finalmente Obama, que todavía tiene mucha influencia en el partido.

Harris es hija de una madre nacida en la India y de un padre jamaicano de raza negra, que se divorciaron cuando ella era pequeña. Tiene una sólida formación jurídica –fue fiscal general de California– que podría emplear en contra de Trump en los procesos que aún tiene pendientes, y en la campaña. Es una persona muy inteligente, tenaz y combativa. Y buena polemista; en un debate cara a cara con Trump probablemente saldría victoriosa. Pero su actividad política como vicepresidenta no ha sido especialmente brillante, sobre todo en la primera parte del mandato cuando Biden le encargó estudiar el asunto migratorio, que es uno de los puntos débiles de la presidencia demócrata y tal vez de su próxima candidatura, sea quien sea el candidato. En la última etapa brilló más, como defensora del derecho al aborto, manifestándose en contra de la decisión de la Corte Suprema de eliminar la protección constitucional a este derecho. También en otros asuntos, como poner en cuestión el derecho a portar armas o a prohibir ciertos libros como hacen algunas legislaturas estatales. Y lo que es más inusual en un político en activo en EEUU, como severa crítica de la actuación militar de Israel en Gaza y defensora de la población palestina, a pesar de estar casada con un judío.

Kamala tiene gran predicamento entre las mujeres de raza negra y en los sectores más jóvenes del partido demócrata, pero esto por sí solo no es garantía de una victoria en la elección presidencial, especialmente en estados del “cinturón de hierro” como Michigan, Ohio, o Wisconsin, que pueden ser decisivos, en los que son mayoritarios los trabajadores blancos de ingresos reducidos, poco proclives a las políticas liberales. Pero sobre todo se enfrenta a la realidad de que la sociedad estadounidense en su conjunto –como la mayoría de las sociedades europeas– está todavía lejos de haber superado el racismo y el sexismo, y esos son dos obstáculos adicionales que Harris tendría que superar en caso de ser finalmente la candidata demócrata a la presidencia, además de la ventaja que Trump ha adquirido en estos últimos meses. La pregunta clave es si EEUU está preparado para tener en la presidencia del país a una mujer de raza negra y ascendencia asiática, y la respuesta no parece hoy por hoy muy positiva, aunque solo se sabrá, si finalmente Harris es la candidata, el 4 de noviembre.

Tampoco un candidato diferente, en el caso de que esto fuera todavía posible, lo tendría muy claro. Partir de cero ahora, a tres meses de la elección, sin una proyección nacional previa, sin un apoyo electoral previsible, sin una imagen o un programa consolidados, y teniendo que recabar una nueva financiación, puesto que ya no serían aplicables automáticamente las donaciones actuales, harían su campaña muy difícil y su victoria muy improbable. Aparte de que Biden tendría que cambiar de opinión, porque entrar ahora en un nuevo proceso de primarias, por muy simplificado que fuera, o ir a una Convención abierta, crearía más confusión en el electorado demócrata y retrasaría aún más el lanzamiento del nuevo candidato o candidata.

No obstante, lo que es seguro es que Biden no estaba en condiciones de derrotar a Trump, menos aún después del debate del 27 de junio. Kamala Harris no lo tiene nada fácil, pero tiene alguna posibilidad de ganar si consigue realmente unir a todo el partido demócrata detrás de su candidatura. Gran parte de los estadounidenses –tal vez la mayoría– saben que Donald Trump es un ególatra sin escrúpulos perfectamente capaz de dividir al país y de vulnerar la ley, e incluso la democracia, si es necesario para salvaguardar sus intereses, y si ven alguna alternativa sufrientemente sólida la votarán. El resto del mundo sabe también que con Trump en la presidencia no podrá contar con el liderazgo de EEUU ni con su apoyo para las instituciones multinacionales y el multilateralismo integrador, una preocupación que es particularmente aguda en Europa ante su posición abandonista en la guerra de Ucrania y su tibieza en el apoyo a la OTAN.

Esperemos que Kamala Harris, si finalmente es ella la candidata como parece, sea capaz de unir a todos los demócratas, vencer los prejuicios sexistas y racistas que todavía subsisten y alzarse con la victoria en la elección del 4 de noviembre, porque de ello depende no solo el futuro de EEUU –que podría enfrentar serios problemas internos con una nueva presidencia de Trump–, sino probablemente también el de la Unión Europea, e incluso el de un mundo más justo, más cooperativo y más estable.

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