La ciencia no entiende de Brexit
El Reino Unido posee el sistema de producción científica más antiguo y consolidado de toda Europa. Su potencia científica y académica es una referencia sin apenas contestación en el continente. Aunque esto podría cambiar una vez el Brexit se materialice el próximo 31 de enero.
Cuando abandone finalmente la UE, Reino Unido tendrá que renegociar completamente sus condiciones de acceso a los fondos europeos destinados a I+D. Hoy por hoy, nada le asegura poder participar en el nuevo programa-marco europeo, Horizonte Europa, que comenzará en 2021. Y en caso de que lograse un buen acuerdo de participación, como al que aspiran también Suiza e Israel, Reino Unido pasará de ser un socio central a pagar por colaborar como un país tercero, con acceso restringido e influencia periférica.
El impacto directo que esto tendrá sobre el sistema científico británico será difícil de amortiguar, y otras posibles coyunturas derivadas del Brexit (recesión, crisis territorial, etc) podrían recrudecer el golpe. Sam Gyimah, quien fuera Ministro de Universidades, Ciencia e Innovación durante el malogrado Gobierno de Theresa May, primer gabinete encargado de materializar el Brexit, resumió así la situación: “En lo respectivo a la ciencia, estamos mejor dentro de la UE”.
Conscientes de ello, los Tories se han comprometido durante la pasada campaña electoral a aumentar la inversión en I+D del 1,7% al 2,4% del PIB. También se plantean crear agencias y programas de financiación patrios para reemplazar el papel que cumplía el Consejo Europeo de Investigación en el sistema científico británico. No obstante, los científicos que trabajan en Reino Unido se mantienen escépticos, cuando no pesimistas. Otras promesas aparentemente más firmes, como las relacionadas con el NHS (la sanidad pública británica), ya han sido postergadas, diluidas o sencillamente abandonadas.
“Intentar reemplazar los canales de financiación europeos por otros domésticos de montante similar, en el mejor de los casos, nos mantendrá como estamos ahora, pero con una merma significativa de las colaboraciones con nuestros vecinos europeos”, afirma Venki Ramakrishnan, presidente de la Royal Society, una suerte de CSIC que los científicos británicos fundaron en 1660. “El éxito científico no está basado exclusivamente en el dinero. Necesitamos asegurar nuestra completa participación en las estructuras europeas de financiación y en las redes de colaboración que éstas promueven, en lugar de tratar de reemplazarlas”.
Esa “merma” ya asoma tras años sin visos de un acuerdo entre Londres y Bruselas. Los grupos de investigación instalados en la UE van dejando de contar con sus análogos británicos a la hora de formar consorcios científicos internacionales, al no saber si éstos podrán acceder a esa financiación europea, o cuándo podrán y en qué condiciones. Por el mismo motivo, las solicitudes de proyectos europeos originarias de Reino Unido se han desplomado casi un 40%. “Se siente casi catastrófico”, afirmaba Norman Lamb, Presidente del Comité Científico de la Royal Society.
La Royal Society también ha detectado que, desde que se anunciase oficialmente el referéndum en 2015, un 35% menos de jóvenes investigadores europeos beneficiarios de Acciones Marie Skłodowska-Curie y programas del Consejo Europeo de Investigación eligen Reino Unido como destino. Estos programas son los más competitivos y prestigiosos que ofrece la UE para iniciar y consolidar una carrera científica profesional de alto nivel. Reino Unido siempre había sido el mayor receptor de ese talento científico joven, pero la falta de acuerdos definitivos con la UE pone en una situación de incertidumbre absoluta a quien decida a arriesgar sus fondos europeos instalándose en las islas ahora. En el peor caso, podrían a verse en la tesitura de tener trasladar sus investigaciones o perder su financiación tras el Brexit. Además, “la gente no quiere jugarse su carrera si duda de que Reino Unido tenga la voluntad y la capacidad de mantener su liderazgo científico global”, añade Ramakrishnan.
Influye también que los investigadores europeos instalados en suelo británico dejarán pronto de gozar de los mismos derechos que los nacionales. La noche del 31 se acostarán como ciudadanos comunitarios, pero amanecerán como inmigrantes en un país donde los discursos con poso xenófobo han marcado fuertemente la deriva sociopolítica del último lustro. Una imagen antipática que otros países europeos aprovechan para importar los talentos comunitarios que Reino Unido centrifuga. Los Países Bajos, por ejemplo, cuentan con instituciones de referencia mundial que mantienen una fuerte apuesta por el uso del inglés en sus programas académicos y espacios de investigación. “Nuestra competencia no se quedará sentada y esperando”, advertía Gyimah, quien aboga por una remodelación profunda y urgente de los controles migratorios británicos, considerando “de vital importancia asegurar la libertad de circulación. Las cuotas no tienen sentido porque es difícil predecir qué joven podría ganar el Premio Nobel”.
Entre unas cosas y otras, la Royal Society estima que la ciencia británica se ha dejado ya un total de 500 millones de euro por camino del Brexit. Reino Unido captaba en 2015 un 16% del total de los fondos europeos que reparte el vigente programa-marco Horizonte 2020, sólo superado por Alemania. En 2018, esa capacidad de financiación había caído al 11%. Todo debido a un problema de percepción, ya que el Brexit aún no ha tenido lugar. Pero 3 años y medio de caos post-referéndum han infligido al Reino Unido un “enorme daño reputacional”, según Ramakrishnan.
Ante esta gravosa situación, las propias universidades e instituciones científicas británicas están buscando fórmulas creativas para conservar los vínculos con sus análogos europeos, cerrando acuerdos por su cuenta para mantener el acceso a las vastas redes de financiación y colaboración de la UE. Durante los Días Europeos de la Investigación y la Innovación, Jeremy Farrar, Director de la británica Welcome Trust, la segunda organización benéfica que más invierte en investigación biomédica del mundo, resumía así su estrategia frente al Brexit: “Somos una organización europea: hemos abierto una oficina en Berlín”. A fin de cuentas, la única frontera que la ciencia contempla es la frontera del conocimiento. E incluso esa tiene por objetivo rebasarla.