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Cultura, yo escribo tu nombre

Banderolas anunciando el Bono Cultural Joven en la puerta del Ministerio de Cultura, en Madrid

Miquel Iceta

Ministro de Cultura y Deporte —

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Parafraseando el poema de Paul Eluard “Libertad, yo escribo tu nombre” hoy debemos escribir “Cultura, yo escribo tu nombre”. Porque las cosas existen cuando las nombramos: libertad, amor o cultura. Las cosas existen cuando les damos un nombre: las casas, antiguamente, llevaban el nombre de sus habitantes y es un gesto fundacional de muchas relaciones amorosas inventar nombres propios, privados, para el ser amado.

Si asumimos por tanto que las cosas existen solamente cuando las nombramos, podemos preguntarnos si puede existir la cultura como parte de las políticas de un gobierno, de cualquier gobierno, si no tiene nombre, voz, presencia. Eliminar el Ministerio de Cultura, como proponen ahora algunos en una pretendida, y falsa, agenda de austeridad, es mucho más que un gesto estético: es la mejor definición de una ética empobrecida de lo público, lo político y lo social que considera la cultura como un capricho, en el mejor de los casos, y un estorbo, en el más común de ellos. 

Renunciar al Ministerio de Cultura implica una triste y chata visión de la sociedad y la ciudadanía: una sociedad sin aspiraciones, sin esperanza, sin visión colectiva, sin una identidad compartida, sin espacios de libertad, debate, crecimiento e inclusión. Renunciar al Ministerio de Cultura supone renunciar a uno de los principales activos éticos y económicos de todo el país y, digámoslo abiertamente, implica un desprecio monumental a todo un sector de la ciudadanía: a quienes luchan por hacer de la cultura su medio de vida, y a quienes de una forma u otra han integrado la cultura en su vida cotidiana. A quienes leen, a quienes acuden al cine, a quienes disfrutan con el teatro, a quienes visitan los museos, a quienes crean la banda sonora de nuestro día a día, a quienes nos publican los libros que nos acompañan, a quienes producen las historias que nos explican y nos proyectan en el mundo. Renunciar al Ministerio de Cultura supone despreciar a los casi 700.000 trabajadores y trabajadoras del sector cultural, que aportan el 3,4% del Producto Interior Bruto de todo el país. Renunciar al Ministerio de Cultura implica considerar la cultura como algo accesorio y no como lo que es: el aire que respiramos, la historia que nos explica, el patrimonio compartido que nos permite afrontar los retos del futuro con la sabiduría acumulada. 

La existencia de un Ministerio de Cultura con voz propia, y no como una Secretaría de Estado subsumida y diluida en un Ministerio más amplio, supone una declaración de intenciones: la asunción de que la cultura es parte esencial de la identidad, la economía y el futuro de un país. Defender la existencia de un Ministerio de Cultura implica entender que la cultura como parte esencial de la construcción democrática necesita instituciones que la representen allá donde se toman las decisiones: en el Consejo de Ministros, pero también en la Unión Europea y en otras instancias internacionales. Instituciones donde la cultura ha sido asumida, tal y como propusieron a la UNESCO 150 países en la declaración de Mondiacult el pasado mes de septiembre, como un “bien público esencial”. Aquella declaración, suscrita también por España, reconoce el valor intrínseco de la cultura como un elemento fundamental de la identidad de las sociedades. 

Ha sido precisamente la existencia de un Ministerio de Cultura y Deporte, en los gobiernos socialistas, lo que ha posibilitado un cambio fundamental en la consideración social de la cultural en España: el reconocimiento de la excepción cultural. Esto es: entender que la cultura y sus condiciones de trabajo y creación requieren de un régimen legislativo adecuado a sus particularidades. Porque reconocer las especiales necesidades de quienes crean la cultura es el primer paso para garantizar una creación sostenible, digna y justa. Ha sido la existencia de un Ministerio de Cultura, y de un Gobierno comprometido íntegramente con la creación artística, como el presidido por Pedro Sánchez, lo que ha promovido los mayores presupuestos de la historia en materia cultural, lo que ha puesto en marcha el Estatuto del Artista, el Bono Cultural Joven, lo que ha aumentado como nunca las ayudas a toda la cadena de valor de la cultura, apoyando además la internacionalización de la cultura en toda su diversidad. Mantener el Ministerio de Cultura supone apostar por un futuro de libertad, convivencia, democracia, igualdad e inclusión. Porque las sociedades que valoran la cultura, que defienden a sus artistas, a sus creadores, a las y los trabajadores de la cultura, son siempre sociedades más felices, y sin duda, mejores. 

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