Siempre he creído que hay algo muy peligroso en ese discurso según el cual toda persona que asume una responsabilidad política lo haría por intereses propios y perversos, para enriquecerse, para aferrarse. Me parece un discurso injusto en la exacta medida en que es falso. La política, o al menos la concepción que yo tengo de ella, no es un juego: es la inmensa responsabilidad de hacerse cargo de la transformación social, la producción de un horizonte. Y de ella deriva más dolor que enriquecimiento.
Son varias las circunstancias que para mí representaban requisitos a la hora de decidir implicarme como portavoz de Feminismo, Igualdad y Derechos y Libertades LGTBI+ de Sumar. La primera: se trata de una posición en la que sigo siendo independiente. No represento a un partido, sino a una coalición en la que se unen más de quince fuerzas; no adquiero un carnet.
La segunda: es una responsabilidad transitoria. El 24 de julio, con la campaña finalizada, mis responsabilidades cesarán. Podré volver a mis labores habituales, leer, escribir, también redactar mi columna preciada de cada miércoles. Insisto en esto, porque es una promesa, igual que afirmé que no iría en listas y no voy, o no ocuparía cargos orgánicos en un futuro. No voy a afirmar que nunca lo haga. Pero no será después de estas elecciones, como tampoco lo sería si hubiera repetición electoral. Mi responsabilidad se ciñe a la campaña, en la campaña empieza y en la campaña acaba, y cuando mi labor como comunicadora de esta se termine quiero volver para seguir formándome y aprendiendo, disfrutando.
La tercera es de un carácter distinto al de las otras dos: la consideración ética. No sería consecuente con mi empeño en la transformación y mi insistencia en abrir debates de otro modo si no abrazara la oportunidad de hacerlo cuando se me ofrece tan claramente. No sería responsable con mi país si no ofreciera lo mejor de mí en un momento tan urgente. Y no sería genuinamente independiente si no asumiera, durante esta campaña, la necesidad de cesar mis intervenciones en medios y dedicarme en cuerpo y alma a mis labores de portavocía, con la vista siempre puesta en regresar.
No sobra nadie a la hora de ofrecer un horizonte de certezas para nuestro país. Movimientos políticos tan transformadores y que nutren de forma tan profunda nuestro pensamiento como el feminismo no pueden convertirse en la fractura fantasmáticamente convocada por algunos. Si creo en algo, es en el poder de la palabra; si creo en las palabras, es por el debate; aspiro a un feminismo firme y de mayorías, capaz de convencer a través de esas palabras y transformar todas las vidas. Si no creyera que puedo aportar con mis formas, humildemente, empujando tan sólo un poco ese horizonte de esperanza, nunca me habría implicado en Sumar.
Es difícil no hacerlo cuando alguien de la talla de Yolanda Díaz –la mejor vicepresidenta de la historia de este país; la mejor ministra de Trabajo de la historia de este país– te lo pide y te convoca a esa tarea. Para mí hubiera sido mucho más cómodo criticar la campaña en lugar de buscar influir en ella, pero prefiero lo incómodo, la duda, el intento. Prefiero coger una pequeña parte de la responsabilidad en construir el futuro que queremos y mostrar que la juventud también puede hacerse cargo de la historia de su país, querer otra España distinta, convencer con un feminismo que sume. Son mis motivos para dar un paso adelante. Y les aseguro, lectoras y lectores de elDiario.es, que tan pronto como cese en mis funciones volverán a leerme en estas páginas.