El (d)efecto Almeida llega al Retiro
Almeida ha vuelto a superarse. Esta vez anunciando la construcción de un mega-parking subterráneo junto al parque del Retiro. Si creíamos que ya lo habíamos visto todo, ahora se saca de la chistera este disparate. Sabe que la única forma de llevar adelante sus políticas es someternos a una doctrina del shock permanente. Así hace con todo. El mismo día que conocíamos la imputación de Esperanza Aguirre por la financiación irregular de su partido, presumía en un programa de radio de ser “amigo personal” de la lideresa. Cuando arreciaban las críticas sobre su figura por haber intentado suprimir Madrid Central de todas las formas posibles, se presentó en la Cumbre del Clima alardeando de ser “el único que había hecho aplicar la medida íntegramente”. Si la Unión Europea amenaza con sanciones a nuestro país por superar los niveles máximos permitidos de contaminación en el aire en ciudades como la nuestra, él anuncia que quiere fomentar la entrada de vehículos al centro. Su última boutade ha sido acusar de “antisemitismo” a quienes le reprochan haber incumplido su palabra de implantar un centro de salud y una biblioteca en el edificio que ocupaba La Ingobernable para albergar allí el museo judío. Tal desfachatez causa perplejidad en sus oponentes.
Almeida representa esa derecha sin complejos. La que durante mucho tiempo ha estado agazapada dentro del PP esperando que llegara su momento. La que añoraba a Aznar y criticaba a Rajoy por ser “demasiado blando”. Esa que representa como nadie La Presidenta. Una derecha que solo teme, precisamente, no parecer suficientemente de derechas. “A mí, mirándome a la cara, nadie me habla de derechita cobarde porque no me aguantan la mirada” pregonaba hace unos meses en un mitin el tercero de las Azores con tono desafiante.
Almeida no oculta lo que es y lo que quiere. Quiere más coches moviéndose por Madrid. Quiere traer centenares de miles de toneladas de basura extra al vertedero Valdemingómez. Quiere censurar a los músicos que no le gustan. Quiere privatizar Bicimad y, si le dejaran, la Empresa Municipal de Transporte (EMT). Quiere suprimir los carriles bici para que por ellos puedan volver a circular vehículos motorizados. Quiere los atascos de las tres de la mañana, como Ayuso. Quiere abrir nuevamente la Gran Vía al tráfico de paso.
Almeida es muy consciente de que estas políticas van en contra de las nociones más elementales de sostenibilidad. Sabe que este tipo de medidas solo contribuirán a aumentar el tráfico y la contaminación, a hacer de Madrid una ciudad menos saludable. Conoce perfectamente los efectos nocivos que sus decisiones van a tener en la calidad de vida de sus ciudadanos y en el medioambiente pero le importa exactamente lo mismo que la corrupción de su partido. Porque su batalla es ideológica. Todas las actuaciones que ha puesto en marcha el actual gobierno municipal responden únicamente a la voluntad de borrar el legado de su antecesora.
Almeida va sin frenos. Ahora quiere construir ese parking subterráneo bajo la calle Menéndez Pelayo. La propuesta, que parece haber surgido de los empresarios de esta pujante zona de ocio y restauración de Madrid, ha puesto en pie de guerra al vecindario y en alerta a toda una ciudad que no concibe semejante despropósito. La polémica generada ha forzado al propio alcalde a reorientar su discurso hacia la “mejora ambiental” de la zona, que contempla ensanchamiento de aceras, creación de carriles reservados a bicicletas y autobuses, ampliación del arbolado y, ya de paso, el famoso aparcamiento con capacidad para mil coches. ¿A qué viene tanto revuelo?
Almeida sigue defendiendo el proyecto porque, según sus palabras, “abunda en la sostenibilidad de la ciudad” (hay que tener cuajo para decir algo así), pero parece que empieza a darse cuenta de que no ha sido una buena idea. Se muestra menos arrogante que de costumbre. En sus últimas declaraciones ha señalado que las plazas serán para residentes y solo dejará «de rotación» aquellas que queden vacantes. Unas 800 según nuestros cálculos. Parece que incluso se está planteando reducir el número. Pero no fue esto lo que anunció hace apenas un mes, cuando en un desayuno informativo presentó orgulloso el proyecto. Para alguien que presume de ser amigo personal de Aguirre el día de su imputación, esto es una rectificación en toda regla.
Almeida puede correr la misma suerte que aquel alcalde de Burgos que pretendía remodelar una de las calles principales del barrio de Gamonal, construyendo también un aparcamiento subterráneo. La movilización vecinal obligó al imprudente mandatario primero a parar las obras y finalmente a renunciar a su ejecución. Gamonal se convirtió en un ejemplo de resistencia ciudadana ante una decisión impopular, incívica e injusta.
Almeida sigue haciendo méritos para convertirse en un supervillano de película. Siempre flanqueado por su fiel escudero Borja Carabante, concejal de Medio Ambiente y vicealcalde en la sombra de esta ciudad. Ambos construirían un túnel bajo la Gran Vía si pudieran. Pero para que circularan por él los peatones y no interrumpir así la marcha de los vehículos. En Madrid ya se conoce como efecto Almeida ese fenómeno por el cual mientras las grandes ciudades avanzan hacia soluciones de movilidad sostenible, la nuestra retrocede al siglo XX o al XIX. Más que un efecto, es un defecto. Término que, en su primera acepción de la RAE, se define como la “carencia de alguna cualidad propia de algo”. Eso es precisamente lo que le sucede a nuestro alcalde, que carece de la capacidad de reconocer las necesidades de su tiempo. Incapaz de entender que la mayoría de los madrileños no queremos más tráfico en nuestras calles ni más humo en nuestros pulmones. Ni más coches debajo de un parque tan emblemático y querido como El Retiro. Por eso, no vamos a permitir que se salga con la suya.
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