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La desolación del pacifista

Dos manifestantes propalestinos con una pancarta por la paz
24 de agosto de 2024 21:34 h

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Mucha gente que siente una enorme preocupación por la actual situación internacional, con el auge de los populismos y por los conflictos interminables como los de Ucrania o Gaza, se siente desolada e impotente ante la ausencia de perspectivas de cambio o por las escasas iniciativas que se producen para cambiar el rumbo de los conflictos y orientarlos hacia caminos de salida. Semanas antes de iniciarse la invasión de Ucrania, surgieron varias propuestas, algunas bastante elaboradas, para prevenir y evitar lo que luego sería una ocupación en toda regla. Han pasado muchos meses desde entonces, y lo cierto es que ahora hay una ausencia tremenda en cuanto a iniciativas para resolver de manera pacífica la guerra. Ni siquiera está en la mente de ninguna de las dos partes, y menos de sus aliados, que mayormente apuestan por una salida militar, cosa que me parece inviable al día de hoy. Estas guerras no las gana nadie.

Pronto hará un año de la ocupación de Gaza por parte de las fuerzas armadas de Israel, que ha provocado una crisis humanitaria de enormes dimensiones y la muerte de 40.000 palestinos, sin que se vea en el horizonte una perspectiva de alto el fuego y retirada de las tropas, así como la liberación de los rehenes que quedan con vida. A diario, asistimos a la visión de imágenes terribles que afectan en particular a menores, víctimas de una sinrazón que por la fuerza generará unos odios que, en su día, se manifestarán en forma de violencias físicas, en una espiral sin fin.

En el mundo hay también otros conflictos armados o crisis humanitarias de enorme importancia, como la del Sudan, que apenas merecen espacio en los medios de comunicación, por estar muy centrados en lo que ocurre en los dos conflictos antes mencionados. En conjunto, pues, se ha generado un ambiente de desolación, inquietud, desánimo, o incluso de pasividad, en cuanto a la elaboración de propuestas alternativas. Estamos prisioneros de un entorno que produce impotencia, y eso ni es bueno ni puede permitirse, pues siempre hay que estar dispuestos a imaginar caminos de salida, especialmente cuando sabemos que muchos conflictos calificados como intratables, algún día han encontrado su vía de pacificación. Salir de este pesimismo es un imperativo, ni que sea para exigir movimientos positivos de los centros de decisión política con capacidad de influencia sobre dichos conflictos. Incluyo, por supuesto, los gobiernos de China y Estados Unidos, y, con sus limitaciones, a la Unión Europea.

Estamos inmersos en una nueva guerra fría, esta vez no solo y principalmente entre Estados Unidos y Rusia en el terreno militar, sino también entre dos maneras de entender la política como cosa pública. Evito simplificarlo como una pugna entre democracias y autocracias, pues si bien la lista de Estados autocráticos es clara y extensa, la de los países realmente democráticos es mucho menor de que se aparenta, por el simple hecho de realizar elecciones. Los indicadores sobre la calidad democrática están a la baja, y eso repercute directamente en la forma de enfocar los conflictos internos y externos, y, por supuesto, en la disposición de buscar alternativas a las guerras. Como siempre, habrá quienes den toda la culpa a los dirigentes políticos, pero es evidente que las sociedades pueden tener mecanismos y estrategias para influir decisivamente sobre los gobiernos. Para ello, no obstante, primero es menester tener confianza en las propias fuerzas, y estas son derivaciones de la suma de actitudes personales. Instalarse de forma permanente en el pesimismo y la desolación, es un objetivo buscado justamente por las mentes más belicistas y militaristas, para actuar sin resistencias sociales y populares. De ahí que lo contrario, esto es, la esperanza derivada por la elaboración de propuestas alternativas, resulte urgente como revulsivo del desaliento. Urge imaginar nuevos escenarios sobre paz, democracia y derechos humanos, y rehuir la tentación de la rendición ante una realidad internacional que, no hay que negar, es sumamente compleja y está en declive, pero posiblemente por habernos dejado arrastrar por dinámicas perversas y paralizadoras, nada inocentes, sino bien planificadas por quienes quieren sacar rédito del caos y la incertidumbre.

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