A estas alturas del debate no parece responsable diferenciar entre crecimiento y bienestar. La prosperidad no es una cuestión de producción o ingresos. Es necesario acelerar las actuaciones y poner rumbo hacia un futuro más sostenible, apostando por un patrón de crecimiento que aúne el desarrollo económico, social y ambiental en el marco de la economía productiva y competitiva, que favorezca el empleo de calidad, la cohesión social, garantice el respeto ambiental y el uso racional de los recursos.
Las empresas somos conscientes de que debemos avanzar hacia un crecimiento sostenible, comprometido con las personas y el entorno, y ético. Estamos tomando medidas, invirtiendo recursos y promoviendo compromisos voluntarios para contribuir a alcanzar una economía más sostenible.
“Europa sostenible, futuro sostenible” fue la frase elegida por la presidencia finlandesa de la Unión Europea (UE) para englobar su mandato. Las empresas debemos anticiparnos, responder al contexto actual, con responsabilidad y compromisos firmes. Y así lo estamos haciendo, porque en ello nos jugamos nuestra reputación y el futuro.
Es necesario evolucionar hacia una economía basada en un patrón de crecimiento que vaya más allá del PIB, ya que se viene demostrando que es un criterio que puede resultar engañoso, dado que no tiene en cuenta elementos importantes para el bienestar individual y social, y no integra adecuadamente las consideraciones ambientales. En el Comité Económico y Social Europeo (CESE), hemos presentado el Dictamen “La economía sostenible que necesitamos”, del que he sido presidente. En él pedimos avanzar hacia una “economía del bienestar”, que incluya nuevos indicadores del progreso, como los criterios ambientales y sociales. Una reorientación que responda a los retos actuales y que permita alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 de las Naciones Unidas.
Las empresas avanzan hacia ese cambio de modelo y son una pieza clave para alcanzar un desarrollo más sostenible. ¿Cómo se podría frenar el cambio climático, transformar el modelo energético, promover una producción y un consumo responsable, favorecer el empleo de calidad, la igualdad o la inclusión social sin la implicación activa de las empresas? En este sentido, hay que destacar que muchas, y muy especialmente las del sector de alimentación, gran consumo y servicios, tienen muy asumidos esos compromisos y llevan años trabajando en planes estratégicos que aúnan el desarrollo económico con el impacto social y medioambiental. Más allá de proveer de productos y servicios, las empresas debemos tener “un propósito” y contribuir a la prosperidad de la sociedad. Para ello, es fundamental afianzar aún más la colaboración entre el sector privado y las Administraciones públicas, de forma que se establezcan alianzas que aceleren el desarrollo sostenible.
Conviene echar la vista atrás para ver cómo, desde la segunda mitad del siglo XX, se ha producido un crecimiento económico sin precedentes, medido en cada país por el Producto Interior Bruto (PIB), magnitud que indica el valor económico de la producción de bienes y servicios, y que se usa como una medida del bienestar material de una sociedad. Es justo reconocer que este crecimiento ha hecho posible importantes avances sociales, como el aumento de la esperanza de vida media, las mejoras en la alimentación, la educación y un largo etcétera. Sin embargo, éstas y otras mejoras no han alcanzado a la mayoría de la población.
En paralelo, y mientras que los indicadores de una economía extractiva y con poco aprovechamiento circular crecían en positivo, los ambientales resultaban cada vez más negativos, lo que supone una amenaza para la sociedad y el planeta. Todo ello agravado con la crisis financiera de 2008, que dejó una profunda huella social y un cambio drástico en la economía, con un aumento de la inestabilidad financiera y de las desigualdades. Además, en Europa, la migración o las diferencias económicas entre los distintos Estados, han generado una pérdida de confianza de los ciudadanos que pueden minar los pilares que sustentan el proyecto europeo.
Ante esta situación, la Unión Europea (UE) parece tenerlo claro con la aprobación la Agenda 2030 y el compromiso de avanzar para alcanzar los ODS y una economía circular que maximice el aprovechamiento de los recursos. En este sentido, celebramos el “Green Deal” (Pacto Verde) que ha presentado la presidenta de la CU, Ursula von der Leyen. Desde el CESE pedimos a la nueva Comisión y al Parlamento que ese proceso se convierta en una oportunidad única para que la UE renueve su visión del progreso social, revitalice su economía y refuerce su liderazgo en todo el mundo.