Ante una Europa rota y a la deriva
El último ejemplo de cómo Europa ha perdido su alma lo tenemos en la actitud silente de casi todos los Estados ante el drama humanitario que se ha vivido en el Open Arms. Europa está rota y el fascismo aprovecha la oportunidad. Por eso la UE no tiene una política común sobre migración y refugiados.
Quien fuera un modelo en valores y en dotarse de una sociedad del bienestar ha perdido su plena identidad democrática y la cohesión política que tanto tiempo y esfuerzo costó construir tras las guerras mundiales y en medio del telón de acero. Cuando parece que el mundo se viene abajo, ¿qué nos queda de aquella Europa, más allá de la nostalgia?
El último ejemplo de la desfiguración del rostro europeo lo tenemos en los comportamientos silentes de la gran mayoría de los Estados ante el drama humanitario sucedido en el barco Open Arms, repleto de migrantes y refugiados, que podrían haber muerto olvidados en la fosa común del Mediterráneo, de no ser por la intervención de un fiscal italiano.
Estamos ante un caso que se volverá a repetir “mañana”. Y seguiremos viendo el descontrol de los acontecimientos hasta que la Comisión Europea -hoy en proceso de recomposición y pendiente de la entrada de Borrell- , junto a los Estados de la UE, acuerden una política propia y continuada ante el desafío global de las migraciones y, en particular, ante las demandas de asilo. Mientras, no se entenderían sanciones a las ONG.
Algunos grupos políticos han aprovechado la situación para atacar con argumentos contrapuestos las posiciones de Pedro Sánchez a lo largo de estas semanas. Para la pluralidad de la oposición es fácil criticar y pasar por alto la crisis europea y la soledad de Pedro Sánchez. Los datos objetivos evidencian que la actitud y las decisiones del Gobierno de España en materia de salvamento marítimo de pateras en el área del mar de Alborán, así como en iniciativas políticas para la acogida de migrantes ante los otros Estados en reuniones del Consejo de Europa, van muy por delante de cualquier otro líder.
El problema es que la UE no dispone de una política propia sobre migraciones y asilo. De ahí que los Estados no respondan solidariamente: sólo una minoría y sin inmediatez. Una política unitaria de solidaridad y en defensa de los derechos humanos ha de seguir y aplicar la línea de los objetivos señalados en el Acuerdo de Marrakech, promovido por la ONU y no firmado por USA e Italia.
La actitud de los Estados y de la propia Comisión Europea de la UE, muestra, una vez más, que Europa ha perdido su alma solidaria ante el avance del fascismo, con Salvini como uno de sus líderes y a quien no ha importado llevar al Gobierno italiano a la crisis. Lo malo es que tiene discípulos repartidos por diferentes países, también en España. Además, combatimos a los nacionalismos populistas y nos enfrentamos a los miedos de los Estados y de la opinión pública ante el fenómeno global de las migraciones, muy complejo y que ha venido para quedarse, pero que deberemos explicar, ordenar, regular y asegurar.
Se avecinan malos tiempos para esta Europa nuestra con una gobernabilidad muy inestable y plagada de incertidumbres. Más aún si se consolidan los riesgos de la recesión que ha asomado en Italia y Alemania -la locomotora europea- y si se cumplen las negras previsiones para el conjunto de la economía europea que ofrece el planteamiento suicida del Brexit, otra expresión de la ruptura europea. Un Brexit que llega ahora desde el nuevo Gobierno británico del populista Boris Johnson.
En ese contexto, asustan las continuas provocaciones de Trump en todos los frentes: comercial, ecológico, político y en el del desarme. Sin olvidar otros factores, como los conflictos regionales en distintos países de África (incluida Libia), los problemas internos de Irán o Turquía, los efectos del colonialismo ruso y las acciones del terrorismo yihadista en distintos continentes.
Este puzzle suicida debería llevar a todas las fuerzas de progreso a una convergencia ante la necesidad de recuperar las señas de identidad de la Unión Europea para tratar de revitalizar su papel, aportando estabilidad a sus instituciones y activando su economía. Por tantas razones, la formación de un gobierno de progreso en España que sea capaz, en los foros internacionales, de formular respuestas y defender soluciones a tantos retos, no admite dilación.