Feminismo iraní: premios Nobel y Sájarov
En el aniversario del estallido de la revolución feminista de Irán, una adolescente, Armita Geravand, ha sido una nueva víctima de la opresión del velo islámico, al tiempo que la comunidad internacional ha conferido un doble reconocimiento crucial a este movimiento: el Premio Nobel de la Paz y el Premio Sájarov.
La reciente nobel, Narges Mohammadi, es una de las insignes representantes de esta lucha pacífica por la equidad de género y los derechos humanos en Irán. Habiendo documentado prácticas como la tortura blanca por parte del régimen dictatorial de Irán, ha honrado ahora a su país convirtiéndolo en el único del mundo que cuenta con dos mujeres galardonadas con este influyente premio.
El corto espacio de tiempo en el que dos mujeres iraníes han recibido este decisivo respaldo internacional por la misma causa, así como el reciente premio Sájarov, constituyen una justa denuncia de la flagrante lesión de los derechos humanos que se perpetra en ese país. Es necesario destacar, sin embargo, las principales causas de este reconocimiento, a pesar de que el actual contexto geopolítico internacional parezca haber animado al régimen a endurecer su represión.
En primer lugar, la principal baza del movimiento ha sido emplear el inmenso poder que libera toda resistencia no violenta. Las protestas que han tenido lugar en estos meses denunciando las políticas de discriminación de género, la imposición injusta del velo obligatorio, la opresión de las minorías y la falta de libertades han sido de naturaleza pacífica. En lugar de la confrontación, se ha usado la palabra, los argumentos, las artes y los símbolos para presionar a los estamentos gubernamentales y atraer el apoyo de la opinión pública internacional.
Una segunda estrategia del movimiento ha sido unir a la sociedad, no sólo recabando el apoyo de los varones (que son buena parte de los muertos y represaliados), sino uniendo, en este clamor por la igualdad, a los distintos sectores y formas de pensar que hay en la sociedad iraní, dentro y fuera del país. Tal cohesión social sin precedentes en estos 45 años es especialmente relevante por el hecho de que esta dictadura religiosa llegó al poder precisamente porque la sociedad narcotizada del momento así lo quiso. La unidad ha sido y seguirá siendo una herramienta poderosa para esta revolución feminista, pues le ha conferido resiliencia para afrontar las adversidades, ha incrementado el apoyo mutuo entre una población que, castigada por la penuria económica, estaba perdiendo la empatía, y ha generado en la sociedad el sentido de pertenencia a una misma causa que reclama un bien común: democracia. Ha sido, fundamentalmente, su unidad la que ha amplificado el mensaje de esta pacífica revolución –seguramente, la primera de la historia liderada por mujeres– y la que le ha dado una voz colectiva: #MujerVidaLibertad.
El movimiento, además, se ha cimentado sobre la autenticidad. Ha sabido usar el poder de la verdad para combatir el engaño, la desinformación, la manipulación y la coerción. Al basarse en la fuerza inquebrantable de la verdad, ha tenido la capacidad de empoderar y transformar las mentalidades de las masas en cuestión de meses. La verdad libera del miedo, une e infunde confianza al contar con una arma imbatible: la fe en que las mentiras son efímeras y se desmoronan con el tiempo.
Otro puntal de esta causa ha sido el poder del ejemplo. Las personas que han participado en estas protestas pacíficas han estado dispuestas a sufrir consecuencias personales y poner en peligro su integridad física y la de su familia. Al contar con el poder del sacrificio personal, han ejercido una influencia e impacto que ahora se materializa en el Nobel de la Paz. El ejemplo de personas como Narges y otros miles de sacrificados ha inspirado a las masas que no encontraban la manera de encauzar su anhelo de justicia.
La heroicidad de miles de mujeres iraníes, como Armita, dejando de usar –apoyadas por miles de hombres– el velo obligatorio es un ejemplo que se estudiará como desobediencia civil legítima por ser pacífica y por emanar de una genuina objeción de conciencia. Como ha declarado recientemente el marido de Narges, el hecho de que el Nobel se haya otorgado a una mujer que resiste entre rejas, junto con otras conspicuas resistentes como Mahvash Sabet, Fariba Kamalabadi o Nasrin Sotudeh, respalda el hecho y la idea de la resistencia misma. El coste es haber incrementado de nuevo la virulencia del régimen, aumentando la violencia contra las mujeres y las minorías étnicas y religiosas como los bahá’ís (los no musulmanes más numerosos del país), así como el incremento de crímenes de lesa humanidad como ahorcamientos públicos, desapariciones forzadas, negaciones deliberadas de atención médica a los encarcelados, flagelaciones, amputaciones y cegueras, etc.
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