G-20: El Sur, de objeto a sujeto
El Sur Global es una expresión atractiva, pero no refleja una realidad, aunque sí más que la anterior del Tercer Mundo o de los países en vías de desarrollo. No es una unidad y carece de estructura, pero cada vez los países del Sur, es decir, los no occidentales, ni China ni Rusia, se hacen más presentes e importantes, parte del cambio de mundo que estamos viviendo. Han conseguido abrirse paso, gracias al empuje de India, que quiere erigirse en su líder, en las estructuras internacionales. Pesan en una Asamblea General de la ONU que ha ganado importancia ante el relativo bloqueo del Consejo de Seguridad. Ven en el G7 de las economías occidentales más avanzadas un desafío. Es lo que se ha reflejado en el G20, que ha celebrado su cumbre en Nueva Delhi, incorporando a la Unión Africana como miembro permanente, algo muy significativo, dado el olvido de África (salvo por Suráfrica) hasta ahora en este proceso.
El G20 no es un organismo ni una estructura. Ni siquiera cuenta con un secretariado permanente. Llegó a ser, con la crisis de 2008, en que nacieron sus cumbres (antes sólo se reunían los ministros), un marco de coordinación de políticas económicas y financieras. Eso era cuando sus miembros compartían intereses. Es, sin embargo, un foro muy importante de contactos, de diplomacia, de debates, de ideas. Pues el G20 no son solo sus cumbres de jefes de Estado y de Gobierno, sino reuniones de ministros especializados, y, a su alrededor, de círculos de las sociedades civiles (empresas, centros de pensamiento, organizaciones de mujeres, ciudades, etc.). Hace tiempo que no resuelve problemas, pero sí permite, sin tomar decisiones que se toman en otros marcos, avanzar en sus soluciones. Después de la Gran Recesión de 2008 y los años siguientes, el G20 ha tenido más éxito cuando se ha centrado en impulsar los bienes globales colectivos (y luchar contra los males y las desigualdades globales, incluidas las “distancias”, como los impuestos (especialmente ante la eclosión de los bienes digitales) o la la corrupción. De ahí puede salen impulsos que interesan a todos.
“No es la plataforma para resolver cuestiones geopolíticas y de seguridad”, afirma el comunicado o declaración final de la Cumbre de Nueva Delhi, reconociendo, sin embargo, el impacto de estas cuestiones en la economía, en la alimentación de partes enteras de las sociedades, y en otros aspectos. Por eso lo más importante que ha salido de la reunión de Delhi no ha sido la falta de condena a Rusia por la guerra de Ucrania. Aunque India sí ha reclamado la importancia de que tres países del Sur –ella misma, Brasil y Suráfrica, tres presidencias consecutivas del G20–, busquen impulsar una paz y una solución al transporte de grano, o la abierta condena –“inadmisible”–, al uso o amenaza de uso de las armas nucleares, mensaje en el que insiste China ante la guerra de Ucrania.
Más allá de la ausencia de Xi Jinping y de Putin (pero no de China ni de Rusia) lo más significativo de este G20 ha sido el reforzamiento de la presencia del Sur y sus temas, como se refleja en la Declaración a la que hay que sumar otros documentos de la presidencia, aunque el lema de la cumbre, “una tierra, una familia, un futuro”, diste mucho de la realidad. Que se hayan mencionado áreas de crecimiento sostenible, fuerte, equilibrado e integrador, la necesidad de acelerar el progreso de los objetivos de desarrollo sostenible –que habían caído en un cierto abandono global–, la transición climática y la necesidad de financiar a los que no disponen de los medios para poder acometerla, la deuda de algunos países, las reformas de las instituciones multilaterales de desarrollo y la revitalización del multilateralismo, es un paso en la buena dirección, tras el frenazo que supusieron los Trump y Bolsonaro.
Y están las infraestructuras, claro, que tapan otros intereses (como las materias estratégicas). El programa de la Nueva Ruta de la Seda o la Franja y la Ruta (BRI, en inglés), que impulsa China en 150 países acaba de cumplir 10 años. Se está focalizando más, entre otras por razones financieras. Occidente tiene sus propias iniciativas, como la estadounidense Build Back Better World (B3W, por sus siglas en inglés), la europea Global Gateway, y la occidental –decidida por sus socios al margen del G20 de Delhi–, el Partenariado para Infraestructura e Inversión Globales (PGII), que aún ha de demostrar su alcance y valía, especialmente entre el Pacífico y el Golfo. En el G20 India ha impulsado la Alianza Futura Única (OFA). Todos, sin olvidar a Rusia, parecen espabilarse para atraerse a un Sur en una era postcolonial o postimperial.
Las dos últimas presidencias anuales del G20 han sido de países del Sur, Indonesia e India, que han abierto más participación de estos países, como invitados en este foro. En Nueva Delhi, significativamente, se ha acordado la iniciativa india de invitar a la Unión Africana como miembro permanente. Las siguientes, Brasil y Suráfrica (después, en 2026 Estados Unidos ¿con quién a su frente?). Mientras, se cuestiona la excesiva presencia europea (cuidado para España que asiste como invitado especial permanente) y, en general, occidental. Esta apertura al Sur es también una contrapartida a un nuevo papel de los BRICS (acrónimo en de Brasil, Rusia, India y China, acuñado en 2001 por un economista de Goldman Sachs, al que luego se añadió Suráfrica), cuya reciente cumbre de Johannesburgo resultó vistosa, pero inconsecuente.
El Sur está pasando de objeto a sujeto. Pero tampoco conviene engañarse. En buena parte lo es por la competencia entre otras potencias (China-EE UU, Occidente y Rusia, deseo de la India de Modi de afirmarse, y una Europa algo perdida), no tanto por el territorio sino por lo que contiene, materiales absolutamente necesarios para la revolución industrial en curso, es decir, como objeto. Es una oportunidad para ser sujeto. Lo logrará haciéndose valer a sí mismo y coordinándose más. También en el G20.
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