“Me gusta ser una zorra” (feminista)
Hoy Barbijaputa escribe un artículo sobre el polémico spot Patria, de Amarna Miller, y sobre algunas declaraciones de la actriz porno feminista en una entrevista como estas, que Barbijaputa cita y comenta: “Si a mí me pone la figura masculina en un rol de poder, ¿he de modificar mi deseo porque esta fantasía no concuerda con mis ideales feministas? (...) Yo pienso que intentar modificar tu deseo sólo lleva a frustraciones y a un castramiento de tu identidad. Como yo no quiero modificarlo y creo que no es labor del feminismo modificar los deseos de nadie, lo que intento es asumir mis fantasías de una forma responsable y ética, saber de dónde vienen y disfrutarlo”. Barbijaputa concluye que “esto puede tacharse de lo que queramos, pero definitivamente no de feminista”.
Hay un problema que aparece cada vez que debatimos sobre un tema complejo, y está claro que el porno lo es. Como no podemos hablar hasta el infinito, siempre nos toca dejar algo sin decir y probablemente dejemos sin hacer todos los matices que un tema así merece. Consciente de eso voy a decir las cosas que creo habría que decir en primer lugar, sabiendo que dejo otras muchas sin comentar.
En primer lugar, creo que es contraproducente y negativo que, en el seno de un legítimo debate de ideas en el que es normal que se planteen diferencias, nos acusemos entre nosotras mismas de no ser feministas o de ser menos feministas. Que haya diferencias y debate es la condición de que pensemos en común.
Voy a tratar de explicar esto para que no parezca una frase hecha. El otro día decía Ana de Miguel que el feminismo parece ser el único terreno en el que A y no-A son verdaderas al mismo tiempo, es decir, en el que la defensa de los feminismos, en la medida en que lo son en plural, acaba haciendo ilegítimo quitarnos la razón unas a otras. Estoy plenamente de acuerdo con ella: unas y otras tenemos que tratar de convencernos y exponernos a ser convencidas de que algo es compatible o incompatible con los principios que defendemos.
Quiero dejar claro que creo que el principio de no contradicción rige en todas partes y también en el feminismo y que, por eso, es legítimo pedir coherencia a una misma y a las demás. Muchas veces nos parece que una compañera está diciendo algo incoherente o incompatible con el feminismo, pero en esos momentos tienes dos opciones: seguir razonando (con la convicción de fondo de que cabe la posibilidad de que una misma esté equivocada) o arrojarle la acusación, siempre a la mano, de que no es feminista. Una opción posibilita más seguir con el debate y la otra lo entorpece. La herramienta de decir a nuestras compañeras de debate (sin las que creo que pensaríamos peor las cosas) que no son feministas es, ojo, un arma que podríamos usar todas en cuanto apareciera una discrepancia. Creo que se mide nuestra capacidad y disposición de pensar en común en la medida en la que nos guardamos ese recurso. Estoy convencida de que si todas hacemos uso de él perdemos todas.
En segundo lugar diría que la industria del porno es criticable y atacable por estar monopolizando la producción de pornografía y, con ello, estar homogeneizando contenidos y dejando fuera muchas otras formas de sexualidad que como feministas queremos que se representen. Es una tarea feminista defender la pluralidad en la sexualidad y sus representaciones, y en esa tarea la industria del porno de hombres blancos heterosexuales montados en el dólar es algo a combatir. Pensemos qué condiciones materiales harían posible la aparición y divulgación de otros tipos de porno no hecho por hombres y para hombres, que pudieran ampliar el campo de la sexualidad más allá de sus normas imperantes.
En tercer lugar, afirmo que reconocer el origen patriarcal de los deseos de una misma y, a la vez, la voluntad de profundizar en ellos como vía de empoderamiento no es “no feminista”. No es no feminista decir “me gusta ser una zorra” como dicen las Vulpes. No es no feminista reconocer las fantasías de violación como hace Virginie Despentés en Teoría King Kong. Y no es no feminista tratar de explorar las posibilidades de emancipación que existen cuando se exageran y se tensionan las identidades que te han venido dadas, como hace Itziar Ziga en Devenir perra. He intentado problematizar con algo más de detenimiento este asunto utilizando el ejemplo de 50 sombras de Grey en Hegemonía y deseo.
Tal y como entiende Judith Butler la configuración de la subjetividad, por ejemplo, es más que discutible que la vía para combatir al poder sea la deconstrucción decidida de nuestros deseos, más que nada porque es más que dudoso que tal cosa sea acaso posible. Es ingenuo pensar que combatimos al patriarcado quitándonos de encima sus construcciones, desnudándonos de él. Butler no cree que tal cosa sea posible y propone lo contrario, vestirnos de él, es más, disfrazarnos de él. Una mujer trans, por ejemplo, puede ser antisistema no porque destruya la feminidad sino porque puede exagerarla, no porque impugne la feminidad sino que la tensiona, la evidencia y la muestra como disfraz. Creo que Itziar Ziga ha hecho una interesante investigación sobre cómo también una mujer heterosexual configurada por un mundo patriarcal que nos dibuja como zorras puede, profundizando en ello y apropiándose de esa categoría (es decir, disfrutando de ser una zorra y llevándolo hasta la exageración), resquebrajar el poder y mostrar sus fallas.
Una cuarta cuestión es la de hasta qué punto pensamos que la ficción produce la realidad. En mi opinión sobreestimamos a veces la capacidad de la pornografía para producir el mundo. Obviamente la pornografía reproduce roles e imaginarios, pero en mi opinión el deseo sexual no se configura viendo películas. Más bien tanto el porno como nuestros deseos son ambos productos del patriarcado, y por eso el porno satisface esos deseos y se produce una coincidencia. Esto me lleva a pensar que la tarea feminista ha de ser poner al mundo, a la realidad, a las relaciones económicas y sociales entre hombres y mujeres y al patriarcado en el centro de nuestra diana.
Pero me pregunto si es útil políticamente poner en esa diana también los deseos y las fantasías que el mundo ha producido, me pregunto si es emancipador que en nombre del feminismo nos quedemos sin nuestros deseos, los impugnemos o nos dediquemos –creo que en vano– a cambiarlos o deconstruirlos. Quizás es más feminista hacerle la guerra sin descanso al patriarcado en el mundo real y tratar de jugársela en el terreno de la fantasía. Sabernos constituidas por el enemigo no es la aceptación de la derrota, ni es pensar acríticamente el problema del deseo; a veces es la condición para conocernos a nosotras mismas y hacernos dueñas de nuestro placer. Y creo que hay algo que el patriarcado nunca ha tolerado y es que las mujeres accedan a su placer sexual y a la afirmación de sus deseos como sujetos activos. Quizás impugnar los deseos que nos producen placer sea la peor de las maneras de hacerle la cama al enemigo.
En último lugar, diría, sabiendo que queda mucho por decir, que la falta de una buena educación sexual no debería ser en ningún momento el argumento para exigir a las mujeres que solo consuman o participen en productos eróticos o pornográficos que sean educativos. Si hace falta educación sexual, exijámosla, como hacemos las feministas cada vez que reclamamos a las políticas públicas que den a los y las adolescentes herramientas para decidir y estar informados. La pornografía debe ser para mayores de edad, y es el deber de todos garantizar que las personas llegan a la mayoría de edad con herramientas suficientes para ser críticos. Si esa tarea social falla, no es culpa de las mujeres adultas, que tienen todo el derecho del mundo a leer al marqués de Sade sin pretender que eso sea lo más educativo. Sinceramente, como feministas, deberíamos negarnos a que caiga sobre nosotras la responsabilidad de ese fallo colectivo.