Hablar de Carmen Alborch
Un día soleado y caluroso, quizá demasiado para ser 24 de octubre. Estábamos conmemorando que el Instituto de la Mujer cumplía 35 años y, precisamente por ello, para celebrarlo, nos habíamos trasladado por unas horas a la Plaza de Isabel II de Madrid. La mañana había transcurrido rápida, entre la sorpresa de las personas que pasaban y se encontraban con las oficinas a pie de calle y la alegría del reencuentro de mujeres que habían formado parte del Instituto, de un modo u otro, a lo largo de todos estos años. Nada hacía presagiar que apenas una hora después nos darían la noticia de que nuestra querida amiga se había marchado.
Hablar de Carmen. Escribir sobre Carmen. ¿Por dónde empezar? No lo sé, me faltan las palabras y, a la vez, me asaltan multitud de recuerdos que la definen y que explican, con total claridad, porque era única e irrepetible.
La primera vez que la vi fue en televisión. Ha pasado mucho tiempo y sin embargo tengo grabada en mi memoria la imagen de aquella elegante mujer, de melena roja, rojísima, andando con paso decidido sobre una larga alfombra, ataviada con un vaporoso vestido y pertrechada con esa maravillosa sonrisa tan suya que, ahora lo sé, la ha acompañado siempre. Esa mujer potente, decidida, segura de sí misma era la ministra de Cultura del Gobierno de Felipe González y para muchas mujeres de mi generación se convirtió en un referente.
Ser mujer, dedicarse a la política y definirse como feminista, no es necesario que lo explique, es un asunto complicado pero, coincidirán conmigo, en que lo era mucho más hace 25 años. En un momento en el que las mujeres eran las asistentes no invitadas a una exclusiva obra teatral en la que los varones eran los protagonistas, Carmen supo, desde la coherencia y la convicción, ocupar el escenario principal sin perder de vista lo que ocurría entre bambalinas. Demostró que las mujeres habían llegado para quedarse y que estaban allí por derecho propio teniendo claro que las conquistas no eran permanentes y que había que trabajar, junto a otras, para que nadie las obligase a retroceder.
De ahí que su compromiso con el Feminismo y las mujeres fuera la verdadera constante de su vida. Esta tarde me recuerdan muchas amigas comunes las palabras que pronunció el pasado 9 de octubre cuando le fue otorgada la Alta Distinción de la Generalitat: “El Feminismo debería ser declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”. Desde el Gobierno, desde el Congreso, desde el Senado, como escritora, siempre fue capaz de ver las oportunidades que los diferentes espacios le brindaban para seguir incidiendo en lo que consideraba el mayor logro a conseguir: la igualdad entre mujeres y hombres.
Pero quizá lo más importante de alguien como Carmen haya sido su capacidad de disfrutar de lo pequeño, de lo cotidiano, de todas las cosas a las que no solemos dar importancia pero que, si paramos y nos dejarnos sentir, son un regalo. Siempre se ocupó de seguir aprendiendo, de continuar una formación que, como nos decía, no debía finalizar nunca, de mirar la vida con ojos repletos de curiosidad y de encontrar tiempo para compartir con sus amistades, su mayor tesoro.
“El secreto de la alegría está en la resistencia”. Termino con esta cita de Alice Walker que resume a la perfección el legado que hoy nos deja Carmen. La vida sucede y la actitud con la que nos enfrentemos a los avatares diarios es lo que va a marcar la diferencia. Ella decidió ser una persona alegre, vital, optimista y positiva. Y libre, sobre todo y ante todo libre.