Irak, hace 20 años...
El 20 de marzo de 2003, fuerzas militares de Estados Unidos y Reino Unido, apoyadas por pequeños contingentes de Australia y Polonia, invadieron Irak, con el propósito declarado de acabar con el régimen hostil de Sadam Hussein. El argumento principal para lanzar el ataque fue el supuesto desarrollo de armas de destrucción masiva por el régimen iraquí, que amenazarían gravemente la paz de la región y del mundo.
No obstante, los inspectores de Naciones Unidas no habían encontrado evidencias del desarrollo de estas armas y las pruebas que se presentaron eran muy débiles o manipuladas. Todos los que estaban mínimamente informados sabían que ese argumento era falso, solo una excusa, como se demostró después de la invasión, cuando ninguna de esas armas fue hallada.
La administración de George W. Bush nunca ocultó su deseo de acabar con Sadam, pero después de los atentados de las Torres Gemelas en septiembre de 2001, y la subsiguiente invasión de Afganistán, encontró la forma de convencer a la opinión pública estadounidense de que el régimen iraquí estaba relacionado con el terrorismo yihadista, lo que añadía un nuevo y poderoso argumento para el ataque, aunque no era cierto. Sadam Hussein gobernaba con el partido Baaz, declaradamente laico y muy lejano del integrismo wahabí —de origen saudí— que animaba a los terroristas que habían atentado en EEUU. El único grupo yihadista que existía en ese momento en Irak era Ansar al Islam, de apenas dos centenares de militantes, ubicado en el extremo noroccidental del país, fuera del control de Bagdad.
La invasión
Cuatro días antes del comienzo de la invasión se había producido la famosa cumbre de las Azores en las que el presidente de EEUU, George W. Bush, el premier británico, Tony Blair, el presidente del Gobierno español, José María Aznar, con el primer ministro portugués, José Manuel Durao Barroso como anfitrión, escenificaron su acuerdo en iniciar la guerra en Irak, aunque la decisión no se tomó allí, sino mucho antes. De hecho, desde el final de la primera Guerra del Golfo, en 1991, cuando una coalición bajo el amparo de Naciones Unidas expulsó al ejército iraquí de Kuwait —que había invadido poco antes—, nunca hubo paz en Irak. EEUU y Reino Unido establecieron por decisión propia —sin cobertura legal ni decisión del Consejo de Seguridad (CSNU)— dos zonas de exclusión aérea, en el norte y en el sur del país, que llevaron a frecuentes enfrentamientos con las fuerzas iraquíes, y a bombardeos de instalaciones militares por parte de la aviación estadounidense y británica, que se hicieron masivos a partir de 1998, y sobre todo en 2002. Por otra parte, en julio de 2002, fuerzas de operaciones especiales de la CIA y del Ejército de EEUU ya habían penetrado en la zona norte de Irak para coordinarse con los peshmergas kurdos y preparar la invasión.
Ésta comenzó en realidad en la noche del día 19 con el ataque selectivo a los puestos de observación fronterizos iraquíes. Cuando las fuerzas aliadas—unos 300.000 efectivos, de los que un 80% eran estadounidenses— entraron en fuerza desde Kuwait y Jordania —y después con paracaidistas desde el norte apoyados por los kurdos—, la resistencia iraquí fue muy débil. Muchas de sus fuerzas ni siquiera presentaron batalla. Inmediatamente se aseguraron los campos petrolíferos alrededor de Basora y Bagdad cayó el 9 de abril. En tres semanas las defensas iraquíes habían sido prácticamente barridas. El 1 de mayo, el presidente Bush declaró desde el portaaviones Abraham Lincoln el final de la invasión: “Misión cumplida”.
La ocupación
No obstante, ese éxito inicial no trajo la paz, sino el comienzo de la insurgencia. Los ocupantes crearon la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA) para dirigir el país en tanto no se estableciera un nuevo gobierno local. Otros países —hasta un total de 20— enviaron tropas y se ocupó militarmente el país, sin que eso sirviese tampoco para estabilizarlo. EEUU impuso el despido de todos los que habían pertenecido al partido Baaz, lo que dejó a más de 200.000 militares y policías sin empleo y en su mayoría armados. Los enfrentamientos entre las confesiones chií y suní —minoritaria pero dominante hasta ese momento— incrementaron los atentados, aumentaron los ataques a las fuerzas ocupantes, el terrorismo tuvo un enorme impulso y, en resumen, comenzó otra guerra más larvada, asimétrica e híbrida, con episodios muy sangrientos, que los ocupantes tuvieron enormes dificultades para controlar.
En los primeros años de ocupación, la gestión política y administrativa de la CPA, bajo la dirección de Paul Bremer, fue desastrosa. Los funcionarios enviados por EEUU como gobernadores de las provincias no conocían en absoluto la cultura local ni tenían, en su mayoría, ningún interés en conocerla. No fueron capaces de establecer lazos de cooperación a nivel local ni de evitar los enfrentamientos entre chiíes y suníes. Creían que podían implantar una democracia liberal como en Suiza en un país que funciona por lazos tribales y familiares. El ejército estadounidense, muy eficaz en operaciones con objetivos claros, se encontraba perdido en un ambiente hostil, pero en el que no había frentes ni nada que conquistar, y a menudo reaccionaba de modo desproporcionado a pequeños hostigamientos. Todo ello condujo a que la insurgencia y el enfrentamiento civil resistieran más de lo previsto, y a que las fuerzas ocupantes tuvieran que permanecer en el país ocho años, hasta que fueron retiradas en 2011 por el presidente Barack Obama, aunque algunas tuvieron que volver en 2014 —hasta 2021— por un agravamiento de la situación.
En realidad, los problemas de la ocupación no se debieron sólo a una gestión muy mejorable, sino a un error estratégico básico, que sucedió también en Afganistán y en Libia: primero destruimos lo que hay y luego ya veremos qué hacemos. Es decir, no había un plan claro para después de la victoria militar, que contemplara la realidad de las fuerzas en presencia, la composición sociológica del país, sus costumbres, sus relaciones, las posibilidades de adoptar un sistema político adaptado a sus necesidades. Sin tener una idea clara de un Estado final deseado que sea factible, es casi imposible tener éxito.
Consecuencias
Sadam Hussein era un dictador suní que tenía el país sometido y reprimido, a través del partido único Baaz. Bombardeó a los chiíes, y gaseó a los kurdos, incluidos en ambos casos población civil, para mantener su dominio. La única ventaja de la guerra que obtuvo la población iraquí fue su desaparición. Pero, a cambio, el país perdió de hecho su independencia, vio destruidas muchas de sus infraestructuras y sus instituciones, casi todos los funcionarios perdieron su puesto con el consiguiente deterioro de la administración, y retrocedió varias décadas económicamente. La unidad de Irak fue puesta en cuestión, incluso hubo instancias en EEUU que estudiaron seriamente la partición del país, Hoy, el Kurdistán iraquí es prácticamente independiente de facto, y el enfrentamiento entre chiíes —que tienen relaciones con Irán— y suníes está lejos de estar resuelto. La inestabilidad política sigue siendo muy preocupante. Pasarán décadas antes de que el país se recupere y vuelva a la normalidad, si es que esa normalidad es todavía posible.
En lo que respecta a la amenaza terrorista, su volumen y sus acciones crecieron muchísimo durante la ocupación, aprovechando la connivencia de sectores de la población suní, antes baazista, preterida y hostigada por la coalición internacional. Irak se convirtió en un lugar de peregrinación para diversos radicales islamistas, conocidos como combatientes extranjeros (foreign figthers) que reforzaban a la insurgencia. Muchas organizaciones terroristas de carácter salafista o wahabí coincidieron en el país en su lucha, tanto contra los ocupantes como contra la mayoría chií. El pequeño grupo Tawhid se convirtió —bajo la dirección del Musab Al- Zarkawi— en Al Qaeda en Irak, del que surgiría a su vez el llamado Estado Islámico (ISIS), que llegó a controlar una amplia parte del territorio iraquí y sirio.
Las cifras de víctimas mortales durante la invasión y los ocho años de ocupación posteriores varían enormemente según las fuentes, entre 150.000 y cerca de un millón. Según estimaciones moderadas —y bien documentadas— habría habido unas 70.000 bajas militares entre ambos bandos (2/3 iraquíes) y más de 100.000 civiles, casi todos iraquíes. El coste total de la operación ascendería a cerca de un billón (europeo) de dólares, que en su mayor parte fue compensado por el petróleo y las reservas de divisas iraquíes.
La región de Oriente Medio está en general más tranquila con la desaparición del régimen de Sadam, en especial Israel, que es el principal beneficiado, ya que Irak era un rival peligroso. Ahora está neutralizado y ya solo queda Irán. EEUU ha ampliado su presencia en una zona en la que también va a competir con China. El petróleo está controlado por empresas afines, y —sobre todo— se paga en dólares y no en euros como pretendía implantar el dictador iraquí.
En la Unión Europea la guerra de Irak supuso una dolorosa fractura política entre los países que apoyaron y participaron en la guerra —llamados por Washington la “nueva” Europa—: Reino Unido, España, Polonia, Hungría, y —con más reticencias— Italia, y la “vieja” Europa: Alemania, Francia, Bélgica, que se opusieron a ella. Esa división, que corresponde a distintas visiones geopolíticas, se ha mantenido de alguna manera hasta ahora entre los países del este y del norte —más orientados hacia EEUU— y el núcleo de la Unión —más europeísta—, aunque la salida del Reino Unido ha debilitado considerablemente el peso de los primeros.
La participación española
A pesar de la enorme oposición de la población española, el Gobierno del presidente Aznar envió, en julio de 2003, una Brigada —denominada Plus Ultra— para integrarse en la fuerza multinacional dirigida por EEUU que debía gestionar el período posterior a la invasión y pacificar el país. La Brigada constaba de unos 1.300 efectivos, a los que se unieron otros 1.200 procedentes de El Salvador, Honduras, Nicaragua, y República Dominicana, convirtiéndola en multinacional, y se encuadró en la División Multinacional Centro-Sur (MND CS), junto con fuerzas ucranianas y polacas, bajo la dirección de este último país.
Se ha debatido mucho si el envío de tropas españolas tenía cobertura jurídica internacional. La resolución 1483, de mayo de 2003, hizo un llamamiento —un tanto ambiguo— a los Estados Miembros para que ayudaran al pueblo de Iraq en la labor de reformar sus instituciones y reconstruir su país y contribuyeran a que existiesen condiciones de estabilidad y seguridad, formulación que parece que para el Gobierno español fue suficiente. Pero realmente fue en la resolución 1511, de octubre, cuando el CSNU autorizó una fuerza multinacional bajo mando unificado que tomara todas las medidas necesarias para contribuir al mantenimiento de la seguridad y la estabilidad en el Iraq, e instó a los Estados Miembros a que prestasen asistencia, incluso fuerzas militares, a esa fuerza multinacional. Esa resolución se aprobó tres meses después de que España enviara sus unidades militares, y es razonable pensar que solo a partir de esa fecha la participación militar española fue legal.
Pero el problema principal es que se pretendió enviar una fuerza de paz a un país que estaba en guerra, como lo testifican las once víctimas españolas que se produjeron. La misión de la Brigada Plus Ultra era la formulación clásica de una operación de mantenimiento de la paz: “Proporcionará seguridad al pueblo iraquí, facilitando las acciones de estabilidad y reconstrucción en el Área de Operaciones asignada, atendiendo de forma prioritaria a la protección de la fuerza”. Encajaba perfectamente con la de la de la MND CS que decía: “Conduce operaciones de estabilidad para crear un entorno seguro y estable…”. Pero no con la de la fuerza conjunta combinada (CJTF 7), dirigida por EEUU, en la que se encuadraba, cuya misión empezaba diciendo: “Conducir operaciones ofensivas para derrotar a las fuerzas de oposición restantes” …, formulación que se trasladaba como orden a la MND CS. Esta discrepancia —inaceptable en cualquier estructura militar— fue origen de fricciones continuas con el mando de la fuerza multinacional, que exigía a las fuerzas de la División —entre las que estaban las españolas— que realizaran operaciones que no estaban autorizadas por las reglas de enfrentamiento decididas por sus gobiernos. La estrategia, la misión, y las operaciones, se decidían en Washington sin consultar con los países cuyos militares debían llevarlas a cabo, excepto con el Reino Unido, que también era potencia ocupante.
El incidente más importante se produjo en Nayaf, ciudad sagrada para los chiíes, situada dentro de la zona de responsabilidad española. El jefe de la CJTF, el teniente general estadounidense Ricardo Sánchez, pidió a las fuerzas españolas que atacaran la ciudad vieja para desmantelar el tribunal islámico que venía funcionando allí ilegalmente desde el punto de vista de los ocupantes, para lo que deberían enfrentarse al llamado ejército del Mahdi, una milicia chiita dirigida por el clérigo Muqtada al-Sadr, que hasta ese momento se había mostrado hostil, pero no agresivo. Como las fuerzas españolas no podían hacerlo de acuerdo con su misión, y las fuerzas de policía iraquíes se negaron a intervenir, el día 1 de abril las fuerzas de EEUU cerraron el periódico de esta milicia, Hawza, y el día 3 detuvieron a Mustafá Al Yacubi, lugarteniente de al-Sadr, sin consultar ni informar previamente ni a la MND CS ni a la Brigada Plus Ultra, a pesar de llevarse a cabo en su zona de responsabilidad, y sin desmentir los rumores de que la detención había sido obra de las fuerzas españolas. Al día siguiente la milicia de al-Sadr atacó la base española de Al Ándalus, con un resultado de tres muertos por la coalición (ninguno español) y más de 200 por parte de la milicia.
Desde entonces, el hostigamiento a las fuerzas españolas fue en aumento, teniendo que entrar en combate varias patrullas para defenderse, mientras las unidades estadounidenses optaron por intervenir en la zona de responsabilidad española cuando lo consideraran oportuno. Cuando el recién elegido presidente Rodríguez Zapatero anunció, dos semanas después, la retirada de la Brigada Plus Ultra, de acuerdo con sus promesas electorales, la situación del contingente español en Irak se había hecho insostenible.
Una invasión ilegal
EEUU y Reino Unido —con el apoyo de otros países— invadieron en marzo de 2003 un país soberano que no estaba agrediendo en aquel momento a nadie, ni tenía realmente capacidad de hacerlo, después de años de campaña aérea contra él, ni poseía o estaba desarrollando armas de destrucción masiva, es decir, que no suponía una amenaza inminente para nadie, solo basándose en informaciones falsas y en una teoría de guerra preventiva , unilateral y subjetiva, que de ser aceptada podría aplicarse casi en cualquier lugar y tiempo, convirtiendo el mundo en un caos violento. Lo hicieron sin el respaldo del CSNU, que en la resolución 1441 de noviembre de 2002 (aprobada unos días después de que el Congreso de EEUU autorizase el uso de la fuerza militar contra Irak) advertía a Irak que se expondría a graves consecuencias si no cumplía los requisitos de transparencia que se le exigían, pero no autorizaba el empleo de la fuerza, sino que decidía seguir examinando el asunto. Solo en la resolución 1483, de mayo de 2003 —dos meses después de la invasión— el CSNU reconocía el hecho consumado y declaraba a ambos países como potencias ocupantes, designándoles como “la Autoridad” que dirigiría el país hacia una recuperación de su soberanía. La invasión fue, por tanto, completamente ilegal desde el punto de vista del derecho internacional y de la propia Carta de Naciones Unidas.
A pesar de ello, nadie intentó llevar al Tribunal Penal Internacional a los responsables de aquella invasión, origen también de la guerra asimétrica y el enfrentamiento civil posteriores, que causaron en su conjunto centenares de miles de víctimas, militares y civiles. Millones de personas se manifestaron en contra de la guerra en todo el mundo, sobre todo en Europa, pero ni las organizaciones internacionales, ni los gobiernos europeos que se negaron a participar en la invasión y posterior ocupación, osaron condenarla. La comparación con la actual guerra en Ucrania es inevitable, porque parece que algunos piensan que ésta es la primera invasión de la historia. Entonces los buenos eran los invasores, los malos eran los invadidos, aunque su maldad no era mayor que la de sus vecinos, y nadie los apoyó ni les envió armas para defenderse. Ahora los malos son los invasores, y casi nadie se manifiesta en contra de la agresión rusa, tan ilegal como la de Irak, pero la gran mayoría apoya que se ayude y se arme al país invadido. Los malos cambian, pero los buenos, al parecer, son siempre los mismos.
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