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Linchamientos digitales: ¿Al pueblo le gusta la sangre?

Algeciras, 1989. Española pero no mucho. Autora, novelista gráfica, ilustradora, divulgadora, entre otras cosas. Adora la siesta, los gatos y odia el apio.
El apedreamiento moderno
5 de enero de 2022 22:29 h

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La twittera Perra de Satán acaba de cerrar sus redes, porque tras aparecer en un especial de Nochevieja, unas personas habían rebuscado en su cuenta, habían expuesto unos tuits racistas (y de odio) de hace 7 años y estaba siendo linchada en redes.

Hace unos meses, Elsa Ruiz era trending topic, había decidido ingresar en una institución psiquiátrica porque necesitaba parar, sufría depresión, ansiedad y hace unos meses se había intentado suicidar. Tras el gran acoso recibido en redes, no podía más.

Verónica Forqué fue encontrada muerta en su casa, se había suicidado. En Masterchef expresaba que no estaba bien, además, también había sufrido acoso en redes. Tras su muerte, en los comentarios de odio que había en sus redes había respuestas tales como: “Esto lo has provocado tú”, como castigando a los previos acosadores (¿la rueda del castigo?).

En una entrevista, Inés (@Antirracismo Asiático) me comentaba que por sus publicaciones educativas antirracistas, hay mensajes de amenaza de muerte, que por supuesto, la han asustado muchísimo y le hacen plantearse si seguir en redes merece la pena.

Estos son solo unos pocos ejemplos recientes de lo que ya sabemos, las redes sociales vacilan entre el postureo y la hostilidad. ¿Qué está pasando?, ¿Nos quitamos las máscaras en internet y somos más valientes en mostrar quiénes somos?, ¿Nos gusta la sangre? o ¿Como no vemos sangre no pasa nada por unos cuantos comentarios?

Linchamiento. Acoso. Castigo. Yo te castigo. Te castigo porque has hecho algo mal. Te castigo porque te lo mereces. Te castigo porque puedo. Te castigo, porque en cierta manera ¿eso me hace mejor que tú? En un famoso pasaje de la biblia, Jesús dice: El que esté libre de pecado que tire la primera piedra (Spoiler: Él, que estaba libre de pecado decidió no tirar piedras). Y pongo la mano en el fuego porque absolutamente ninguna de las personas que linchan está libre de nada, por el simple hecho de haber nacido y crecido en la sociedad en la que vivimos. El acosar o castigar a alguien no nos hace mejores que ese alguien. Ni menos racistas, ni menos machistas, ni nada de nada. Pero sí que nos pone en una posición de superioridad moral que no tenemos (es más, creo que las personas que sí tienen una moral intachable no necesitan demostrarlo en forma de acoso ni castigo digital).

La psicóloga En Wai me comentaba que en el acoso en redes, el emisor del mensaje pierde el cómo lo recibe la otra persona y eso hace que pierda empatía. Por eso, puede que “les cueste menos” que en persona, pero no lo hace menos violento a quien lo recibe. Recordemos que una persona, solo una, es la que lee cientos y cientos de comentarios en un corto espacio de tiempo, en los que, con suerte, no te amenazan de muerte.

En la parte que me toca, muchas veces me he cagado todo lo cagable (permitidme la obscenidad, es para enseñaros mi nivel de enfado) de gente que hacía vídeos y contenidos racistas. Pero una cosa es que yo sienta enfado y rabia, y otra cosa muy distinta es qué puedo hacer con ese enfado y rabia. Y mientras había una línea muy clara en la que sabía que no debía intervenir, por ejemplo, señalando a gente de a pie que de repente empezaba a hacer contenidos, había otra línea no tan clara: los personajes públicos. Y, mientras antes me sentía muy cómoda señalando a cierto presentador de un programa de máxima audiencia, ahora, ya no tanto. Porque por mucho que yo esté en un camino de la deconstrucción antirracista, como me dijo Perra de Satán en su podcast un día, no puedo pedir ni exigir que todo el mundo esté en el mismo nivel. Y esto merece más reflexión, y menos dejarse llevar por la corriente…

En noviembre, colaboraba en Albacete con el centro de menores Arcoíris y en las cervecitas de después, José Ricardo Navarro, el jefe de infancia y familia me dijo: “Hemos creado una sociedad en la que hemos aceptado ciertos niveles de violencia como sanos, cuando la cantidad de violencia sana es igual a cero”. Y desde entonces llevo pensando en esa frase. La violencia digital es violencia. Y si la asumimos, en cierta manera, también la consentimos.

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