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Madrid 2023, ¿una aldea gala inexpugnable para la izquierda?

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
1 de enero de 2021 22:35 h

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En el último pleno de Cibeles, celebrado el pasado 23 de diciembre con motivo de la aprobación del presupuesto municipal, las tres derechas (PP, Ciudadanos y Vox) dejaron a un lado sus constantes discrepancias y conflictos para cerrar filas en torno a un objetivo común: “defender Madrid de las fuerzas izquierdistas”. Aquellas que solo tienen ojos para Cataluña y cuyo único empeño es poner fin al “paraíso” capitalino.

Con eso bastó para que Vox regalara nuevamente su apoyo a los presupuestos presentados por Almeida -pese a que ni siquiera han arrancado el compromiso de pago de las horas extras que el Ayuntamiento adeuda a la Policía Municipal, uno de los caballos de batalla del partido de Abascal a lo largo de todo este año- y para que Ciudadanos aceptara, ya sin disimulo, ir de la mano con la ultraderecha. Almeida, ejerciendo de maestro de ceremonias, recurrió al viejo dogma aguirrista que Ayuso, y su spin doctor de cabecera (Miguel Ángel Rodríguez), han reavivado y que pasa por presentar a Madrid como la “aldea gala” que resiste la ofensiva del Gobierno social-comunista-separatista-proetarra de la nación. “De aquí no nos van a sacar ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias”, sentenció el alcalde en una de sus intervenciones.

Cuando Ayuso dijo aquello de “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?”, estaba verbalizando la idea sobre la que el Partido Popular ha cimentado su hegemonía. Y esto no se debe tanto a que la sociología madrileña sea mayoritariamente conservadora, un argumento utilizado con demasiada ligereza, sino sobre todo a que la derecha ha logrado identificar a Madrid con una serie de banderas que concitan un consenso social muy amplio y que en el imaginario colectivo le pertenecen: libertad, emprendimiento, prosperidad, España. Eso que podríamos denominar “Madrilenian way of life”, una forma de entender la vida y la sociedad que se han ocupado de modelar a lo largo de sus casi tres décadas de gobierno en Ayuntamiento y Comunidad, interrumpidas únicamente por el mandato de Manuela Carmena.

La derecha, cada vez más desdibujada a nivel nacional y manteniendo algunos gobiernos autonómicos solo gracias al apoyo de su escisión más ultra, ha decidido atrincherarse en Madrid, erigiéndola como símbolo de resistencia. Dado que no entiende la riqueza, pluralidad y complejidad de nuestro país, ha encontrado refugio en la capital de Reino y pretende convertirla en el reverso (tenebroso) de todo aquello que detesta: justicia social y fiscal, protección de los más vulnerables, equidad, regulación, respeto a la diversidad, lucha contra la contaminación, y cualquier política pública orientada a reducir las crecientes desigualdades que amenazan el bienestar de toda la sociedad. Pero como no pueden oponerse abiertamente a estos principios, revisten su discurso reaccionario de una concepción de libertad muy primitiva. “Madrid es un lugar con baja presión regulatoria y fiscal. Una ciudad donde cada cual es dueño de su destino”, llegó a escucharse en el referido pleno municipal. Aquí cualquiera puede hacer lo que le dé la gana, vinieron a decir. Sobre todo, olvidaron añadir, si cuentas con los recursos y contactos necesarios para no tener que preocuparte de las restricciones materiales, económicas y normativas que afectan irremediablemente a quien no dispone de ellos.

Ese repliegue de la derecha hacia Madrid tiene una consecuencia positiva y otra negativa. La positiva es que hoy resulta prácticamente imposible imaginársela gobernando a nivel estatal, de manera que, si el actual ejecutivo no comete grandes errores, tiene cuerda para rato. La negativa es que parece igualmente inconcebible un gobierno progresista tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad de Madrid.

En este contexto, la situación de la izquierda madrileña resulta más que preocupante. Los desencuentros que precedieron a los comicios de 2019 y desembocaron en aquel fatídico resultado han dejado un panorama desolador. Una izquierda rota y perpleja, que aún no se ha recuperado del shock producido por no haber conseguido revalidar el gobierno municipal y recuperar el autonómico, tras un cuarto de siglo fuera del poder, aun habiendo ganado las elecciones. Una izquierda que todavía no ha tenido la valentía de reconocer los errores que nos han traído hasta aquí ni, mucho menos, manifestar una voluntad de acercamiento y reconciliación para llegar a las siguientes elecciones con opciones de plantar cara al “trumpismo” autóctono, que avanza sin complejos.

Ayuso y Almeida han puesto en marcha un exitoso “procés” madrileño que no estamos siendo capaces de contrarrestar. Ellos se ocupan de cultivar un sentimiento nacionalista que no ofrece nada más que una vuelta al pasado -en lo cultural, en lo socioeconómico y en nuestro modelo de convivencia-, pero que les proporciona enormes réditos electorales. Mientras, nosotros nos limitamos a criticar sus dislates y su falta de proyecto (como si alguna vez lo hubieran necesitado para mantenerse en el poder). Denunciamos, con razón, la insuficiencia de las tarjetas familia, la estupidez de los aparcamientos disuasorios o el dispendio del Zendal, pero no ofrecemos una alternativa atractiva y respaldada por una experiencia de gestión. Y ello por no hablar de la izquierda extra-parlamentaria, la que presumía de tener un pie en las instituciones y mil en las calles. Esa que, paradójicamente, en cuanto perdió el institucional, desapareció de la vida pública. 

Almeida y Ayuso campan por su aldea gala ante la pasividad de una izquierda ensimismada, desmoralizada y carente de ambición. Las fuerzas progresistas parecen preocupadas sobre todo por “consolidar” su espacio político (esto es, su nicho electoral), lo que hace que pongan mucho más empeño en agradar a los suyos que en atraer a quienes hoy no nos votan pero deben hacerlo para cambiar el signo del gobierno. Así, todas ellas van retrocediendo hacia su zona de confort ideológico, precisamente donde la derecha sabe que no vamos a poner en cuestión su hegemonía.

Si queremos recuperar Madrid, es imprescindible superar esta lógica y trabajar desde ya en reconstruir los puentes rotos y restablecer las confianzas perdidas. También, abrirse a todas esas personas y sectores que miran con desconfianza la política pero que apuestan por un Madrid de vanguardia y de progreso.

Solo conformando esa gran alianza progresista podremos desarrollar conjuntamente una alternativa al proyecto de la derecha que sea, a la vez, ilusionante y creíble. Ilusionante, porque genere expectativas de victoria. Creíble, porque cuente con el aval de todas las fuerzas con vocación y experiencia de gobierno que estén comprometidas con el avance social. Si no somos capaces de hacerlo, la siguiente vicealcaldía no será de Ciudadanos sino de Vox. Y si alguien considera que no hace falta conquistar esta aldea gala porque, mientras exista, garantiza la cohesión de las propias filas, que piense en las consecuencias que ese mismo cálculo ha tenido para el PP con la “cuestión catalana”. La aldea madrileña puede convertirse en el germen de la enésima contrarrevolución conservadora que nos devuelva a lo peor de nuestra historia. Por eso, la izquierda debe despertar de su indolencia. Queda poco tiempo, pero todavía el suficiente para evitarlo.

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