Memoria de Alfredo Pérez Rubalcaba
Este domingo hace un año que murió Alfredo. Durante todo el largo tiempo de nuestra profunda amistad y relación cotidiana, jamás pensé que pudiera morirse. A pesar de su aspecto frágil y de sus achaques, Alfredo era muy fuerte y en los momentos difíciles se crecía. Ha pasado un año y, sin embargo, su ausencia se hace cada día más grande. Vivir sin su palabra, sus largas explicaciones y análisis agudos, su sentido del humor y también su cariño, resulta muy duro para todos los que le quisimos.
Alfredo Pérez Rubalcaba pertenece a una estirpe de políticos difícil de repetir. Son aquellos que se hicieron militantes de la izquierda cuando aquella era una decisión peligrosa, cuando nadie imaginaba que el PSOE pudiera gobernar España, cuando el compromiso con el socialismo comprometía carreras profesionales –la de Alfredo hubiera sido brillante en el campo de la investigación científica-. Ser militante de izquierdas, por aquel entonces, ponía en riesgo las relaciones familiares y se pagaba muchas veces con la represión e incluso con la vida. En los años 70 nadie se hacía del PSOE pensando en el poder y sus oropeles.
“He aprendido – decía refiriéndose a González y a Zapatero- que cuando hay dificultades, no hay que arrugarse. Les he visto dejarse la piel y dar la cara cuando otros se escondían, sacar la cabeza cuando otros intentaban sacar ventaja”. Rubalcaba fue leal a los dos Presidentes en los buenos y en los malos momentos y tanto González como Zapatero tuvieron en Alfredo un colaborador insustituible.
Pero, además, Alfredo era una persona muy inteligente, radicalmente honrado, exigente y lleno de pasión. Todo lo que hizo en su vida, lo hizo a fondo; no soportaba la frivolidad, ni la falta de rigor, y mucho menos la mentira. Trabajar a su lado no era fácil, todos los que lo hicimos lo sabemos bien. Siempre había que ir más lejos, pensarlo mejor, hacerlo otra vez hasta que fuera casi perfecto y volver a preguntarse si aquella era la mejor solución posible, el mejor discurso posible, la iniciativa mejor desarrollada. Ningún ángulo, por pequeño que fuera, se dejaba de analizar hasta la extenuación. Honradez intelectual por todos los poros.
En estos meses de incertidumbre y miedo, muchos de nosotros hemos pensado qué estaría haciendo y diciendo Rubalcaba. Su figura como político de Estado ha ido creciendo con su ausencia, mucho más en tiempos de crisis, cuando necesitamos a los grandes.
Hoy, hace un año, miles de ciudadanos y ciudadanas de todos los colores políticos, extractos sociales, distintas procedencias y sensibilidades, en su capilla ardiente abierta en el Congreso de los Diputados, rindieron a Alfredo el homenaje que, seguramente, nunca imaginó. Saltando por encima de prejuicios y etiquetas malintencionadas sobre su personalidad, los españoles entendieron muy bien quién era Rubalcaba y cuánto le debían. Es así. Hay políticos que tienen la capacidad de cambiar el rumbo de muchas vidas, el destino de millones de personas que merecen algo mejor. Alfredo fue uno de ellos. Desde la Educación hasta la seguridad de todos, pasando por acuerdos trascendentales para el país, nada escapó a su enorme capacidad de trabajo y de pacto y a su compromiso público como única guía de su acción política. Mejorar la vida de la gente “siendo ambiciosos en nuestras aspiraciones y realistas en nuestras propuestas”.
Alfredo también cambió la vida de quienes tuvimos el privilegio de trabajar con él. Aprendimos lo que sólo alguien de su talla humana puede enseñarte. Abrió espacios de pensamiento y acción que, sin su mano, seguramente no hubiéramos alcanzado. Era un excelente profesor y, por eso, fue siempre generoso con todos nosotros. Disfrutaba como nadie con las discusiones interminables, incluso con aquellas que se salían de tono y le gustaba ganar.
Alfredo no creía en la trascendencia. Cuando, tras dejar la política activa, le insistíamos en que debíamos ordenar sus papeles, discursos, conferencias y entrevistas, siempre contestaba que no tendrían demasiado interés para nadie y siempre rechazó las ofertas de múltiples editoriales para que escribiera su biografía o unas memorias. “Cuando te mueres, te mueres, ya no hay nada, no importa nada, desengáñate”. Se equivocaba. Estamos trabajando con su legado, vamos a mantener viva su memoria, todavía tiene mucho que enseñar. Rubalcaba seguirá importando y su tarea será conocida por muchas generaciones.
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