Carme Chacón nos acaba de dejar. Es una noticia que nos deja sumidos en el profundo pesar por la muerte de una compañera que ha escrito algunas de las mejores páginas de la historia del socialismo español.
Carme era una luchadora nata. Y esta no es una frase hecha. Porque ella conocía, desde siempre, la fragilidad mecánica de su corazón y la necesidad de dosificar los esfuerzos. Pero nadie que la haya tratado a lo largo de su vida puede decir que haya percibido en ella la más mínima reserva o cautela a la hora de implicarse a fondo en todo lo que hacía y, especialmente para los que la tratamos en la vida política, en la defensa de sus ideales: la justicia, la igualdad y la solidaridad.
Era una mujer apasionada y luchadora que, como aprendió jugando al baloncesto, nunca dejó de luchar por ninguna pelota. Nunca se dio por vencida y aceptó todos los retos que la vida le puso por delante. Si ser la Ministra de Defensa les pudo parecer una muestra de su coraje, los que la conocieron bien saben que eso no fue nada comparado con el que demostró al cumplir con su deseo de ser madre pese al riesgo que ello suponía para su corazón. Pero su carácter luchador, su determinación y su corazón emocional se impusieron, esa vez, a su músculo cardíaco.
Y cuando a lo largo de su trayectoria política las fuerzas en su contra fueron más poderosas que ella y la tumbaron, siempre se repuso y volvió a la pelea, a luchar porque no soportaba la sensación de darse por vencida cuando luchaba por algo en lo que creía.
Por eso, su prematuro fallecimiento es una noticia especialmente triste para la familia socialista porque, aunque momentáneamente se había alejado de la primera fila de la actividad política, todos sabíamos que su corazón y su mente no dejaban de sentir y pensar en clave socialista y en cómo ayudar a su partido a construir una vida mejor para los españoles.