La OPA hostil del trumpismo español
El próximo domingo se celebran elecciones en Catalunya y las encuestas apuntan a una recta final de infarto en la que podría haber un triple empate entre ERC, PSC y JxC. Sin embargo, como tantas veces ocurre en los sistemas parlamentarios, la línea que separará a vencedores y derrotados en la noche del domingo no dependerá de un único factor sino de la combinación de los resultados en el seno de cada uno de los bloques. Del mismo modo, como siempre sucede en un Estado compuesto, los resultados desplegarán sus efectos mucho más allá de Catalunya, particularmente en Madrid, donde la estabilidad del Gobierno de Ayuso dependerá en gran medida del equilibrio entre las derechas resultante de las elecciones del domingo. Esta semana, más que nunca, el difícil equilibrio entre los actores políticos madrileños estará determinado por el resultado de las elecciones catalanas.
En estos momentos en Catalunya coexisten tres horizontes políticos superpuestos entre sí: independentistas, progresistas y el bloque conservador de la foto de Colón. La suma para formar gobierno podría estar garantizada para los dos primeros bloques, teniendo ERC la capacidad de decantar la balanza hacia el lado progresista o hacia el lado independentista incluso aunque Aragonès fuera superado por Illa. El tercer bloque no sumaría en ningún caso. Sin embargo, las implicaciones políticas del resultado que obtengan PP, Cs y Vox podrían ser incalculables en Madrid o Andalucía, de desatarse el terremoto que algunas encuestas adelantaban hace unas horas. Vox lideraría el bloque, ligeramente por encima de Cs y duplicando en escaños al PP.
Al PP le crecen los enanos. El caso de los papeles de Bárcenas se ha convertido, en medio de la contienda electoral, en el caso de los 30 años de corrupción. La frustración de Génova fue expresada de manera magistral por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que afirmaba sin titubeos: “Está todo perfectamente orquestado para dañarnos”. Una estrategia popularizada en los últimos años por Donald Trump, pero fuertemente arraigada en la cultura política de la derecha española. Fue la misma que siguieron en su momento con el Prestige, el 11M o el Yak-42: “si la verdad no te conviene, no sufras; construye tu propia verdad”.
El PP convive con la contradicción de ser uno de los grandes partidos nacionales y al mismo tiempo haber renunciado a entender España. Los 4 diputados con los que cuenta, de los 135 que componen el Parlament, y los 67 concejales de los más de 9.000 que hay repartidos entre las cuatro provincias catalanas, en cualquier organización sensata habrían dado lugar a una profunda reflexión. Un partido que aspira a gobernar España no puede permitirse estar próximo a la desaparición en una de las comunidades más determinantes del país. Y por eso solo pueden entenderse como un grito de impotencia las palabras con las que lacónicamente cerró Ayuso su discurso: “somos alternativa”. Si la posición del PP respecto de Catalunya no ha cambiado y siguen utilizándola como un espacio político para la confrontación al servicio de sus intereses electorales en otras regiones, por qué iba a aumentar la confianza que los catalanes depositan en ellos. En política nadie regala nada.
Sin embargo, los problemas para Casado pueden no terminar aquí. Si Vox se impone finalmente en Catalunya como primera fuerza política de la derecha española, los equilibrios del bloque se alterarían drásticamente y con ello, inevitablemente, el liderazgo de Casado. Se incumpliría así el compromiso del líder del PP de reconstruir el centro derecha bajo el auspicio de su partido. Una misión que se antojaría imposible para un dirigente que ya carga sobre sus espaldas el éxito electoral en Galicia de un Feijoó que hace tiempo que vuela libre de las consignas de Génova y la influencia pública de una Ayuso que ya acumula más minutos televisivos que el líder de su propio partido.
Las coaliciones de gobierno en Madrid o Andalucía podrían tensionarse a niveles desconocidos hasta la fecha. No es ningún misterio que Ayuso se siente cómoda con Monasterio, hay plena sintonía política y si esa relación no ha fructificado antes solamente ha sido por el temor al desencuentro con Cs. Sin embargo, la influencia de Aguado en el gobierno autonómico está en caída libre desde hace meses. Todas las batallas que el vicepresidente ha decidido librar se han saldado con un golpe en la mesa de Ayuso que ha reforzado su autoridad y condenado al ostracismo a sus socios. Ayuso ya ha pactado los presupuestos con Vox y un batacazo electoral de Cs en Catalunya podría animarla a ofrecer a Monasterio un puesto en el consejo de gobierno y lograr así el colapso definitivo de su socio. Se cumpliría de esta manera uno de sus objetivos de legislatura: maniatar a Cs para llegar a 2023 con dos candidaturas conservadoras en vez de tres.
De confirmarse los pronósticos, Cs podría sufrir una caída histórica en Catalunya que agudizaría la crisis que arrastran desde las pasadas elecciones generales que provocaron la dimisión de Albert Rivera. Posiblemente el PSC recogería una buena parte de este voto liberal y moderado que huiría de unas siglas manchadas por los acuerdos de gobierno con la extrema derecha trumpista en Madrid o Andalucía. El golpe sería grande toda vez que Cs ha construido su relato de campaña sobre la ensoñación de que existe una posibilidad de gobierno constitucionalista bajo su liderazgo. La realidad, que es tozuda, constataría que ello no sería posible ni siquiera bajo la presidencia de Illa, contando con que el PSC se atreviera a una aventura de tal envergadura y que probablemente sería rechazada de pleno por Pedro Sánchez.
El previsible bajón de Cs no puede sorprender. El lunes le preguntaba Àngels Barceló a Inés Arrimadas por el caso Bárcenas y Arrimadas contestaba con los ERE y el 3%. Un razonamiento que recuerda a la época en la que el bipartidismo ocultaba sus miserias echándole en cara al adversario las mismas conductas que uno practicaba. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, pensarían seguramente muchos al escuchar las palabras de la líder de Cs. Pero la cuestión de fondo es que si tienes el mismo proyecto que el PP, si gobiernas con el PP siempre que tienes la oportunidad y si reproduces el mismo argumentario que el PP, lo raro sería que Cs no fuera a tener unos resultados parecidos a los del PP. Dicen las encuestas que el PSC le va a robar el 30% de los votos a Cs. Quizás hasta se queden cortas.
Catalunya vuelve a centrar el debate político en España en un clima enrarecido por la pandemia y por los líderes independentistas que seguirán la jornada desde la prisión o el exilio. Más allá de comparaciones, es incuestionable que estas elecciones no se celebran en un clima de normalidad y eso nunca es bueno para la democracia. Es posible que las derechas españolas ocupen una posición subalterna en el escenario catalán, pero su batalla particular por hegemonizar el espacio del centro derecha marcará el devenir de varios gobiernos y el futuro de un bloque ideológico que desde la Transición nunca ha estado tan fragmentado. Paradójicamente, el fracaso electoral de PP y Cs puede hacer de la noche del domingo un caramelo para el trumpismo de Ayuso y Monasterio.
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