¿Pero qué les pasa a los ricos?

Marina Rodríguez Martínez

Profesora de Filosofía —

0

Primero fue el aumento del salario mínimo interprofesional (SMI); ahora el ingreso mínimo vital. El caso es que a quienes no les falta de nada, les sienta mal que los pobres (sí, los nuevos pobres de nuestra opulenta sociedad, sin trabajo y con trabajo) puedan sacar un poco la cabeza para respirar en estos tiempos de crisis y pandemias. Instituciones a las que se les supone una dedicación de servicio público, como el Banco de España, cuya principal función es supervisar el sistema bancario español; o sectores como el financiero y las grandes corporaciones con sus trucos de magia en la macroeconomía; o como muchos políticos neoliberales que simulan representar a la ciudadanía para la administración de lo público; o como la jerarquía de la Iglesia Católica con su mal llevado voto de pobreza y su desafección hacia el sector de población que la padece. Ven con suspicacia, cuando no con rechazo, cualquier mejora económica de las clases más desfavorecidas, precisamente, por el modelo económico que más favorece a los citados inmisericordes.

Los dos últimos gobernadores del Banco de España, con uno de los sueldos más altos de la administración pública española, han demonizado las últimas subidas del SMI con las que se ha conseguido dignificar una retribución que nos colocaba a la cola de los países europeos. El argumento principal de su rechazo fue la excusa fetiche de la economía: los empleos. Esa subida salarial traería como consecuencia la pérdida de muchos puestos de trabajo al no poder ser asumida por los empresarios, argumento que fue rebatido por la realidad.

Ya que intervienen con la intención de influir en cuestiones ajenas a su gestión, quizás deberían estimar si se puede llamar empleos a la precariedad ocupacional que no permite vivir con dignidad: falsos autónomos esclavizados por un solo empleador; maltrato del sector turístico a sus empleados siendo, paradójicamente, motor de nuestra economía; investigadores científicos malviviendo o haciendo las maletas por falta de oportunidades. Son solo ejemplos emblemáticos, en general, el trabajo en nuestro país es de baja calidad. Y, en general, la patronal de nuestro país se sienta, incómoda, a la mesa del diálogo social, le van las formas de tiempos pasados del ordeno y mando, persigue el lucro a cualquier precio y su moral es cuestionable. Tenemos muchos ejemplos, pero baste el del expresidente de la CEOE, Díaz Ferrán , que encadena actualmente su cuarta condena por distintos delitos en el ejercicio de su actividad empresarial. En 2010, siendo aún presidente de los empresarios y antes de su primera causa penal, nos dejó este estimulante mensaje: “para salir de la crisis hay que trabajar más y ganar menos”. Y en esas estamos.

Por su parte, el sistema financiero rescatado con el dinero y las privaciones de todos los españoles, gana cuando tiene beneficios y gana cuando tiene pérdidas, buen negocio. Pero de devolver la deuda contraída, nada, sabiendo lo que nos debe y siendo el responsable de la crisis, de la que nos ha quedado la mayor brecha de desigualdad de nuestra historia en tiempos de paz y el mayor aumento de la pobreza en tiempos de riqueza. Pero lamentablemente no se siente concernido.

La ideología mayormente neoliberal es reacia a cualquier medida de mejora salarial, sea el SIM o el ingreso mínimo vital. Comparten el argumento del Banco de España respecto a la primera medida, y consideran que no hay dinero para poder afrontar la segunda. La visión de que el mundo, esta tierra de provisión y oportunidades, está hecho para los corajudos que tiran p'alante sin remilgos hasta llegar a la cima, descarta al que se queda atrás por pringao y tilda de antisistema a quien en conciencia rechaza intentarlo… y ¿estos son a los que hay que darles una paga por nada? Definitivamente les repugna la propuesta. Una renta de apenas 500€ es un despilfarro a costa de los trabajadores de verdad que con su esfuerzo y la bendita libertad de mercado, siguen intentando hacerse un sitio en las filas de los bienaventurados.

Y hablando de bienaventurados… la jerarquía católica con su falta de empatía hacia quienes dan sentido a su existencia según la enseñanza cristiana, que le compete más que a nadie hacerse cargo de la pobreza desprendiéndose de tanta riqueza acumulada, aterriza para bendecir tímidamente la renta mínima vital y, a continuación, advertir que esta no debe ser permanente porque “grupos amplios de ciudadanos” acabarían viviendo “de forma subsidiada”, colaborando a “retirar del horizonte de las personas (…) la realización de un trabajo”, en declaraciones del Secretario General de la Conferencia Episcopal.

No sé si los jerarcas católicos tienen autoridad para hablar de trabajo, pero lo cierto es que deben saber mucho de subsidios que son, en gran medida, su medio de subsistencia. La más longeva institución que conocemos no ha conseguido, en tantos siglos, autofinanciarse, y depende de las ayudas y subvenciones del Estado. A lo mejor es hora ya de emanciparse de esta tutela y poner en su horizonte el objetivo de una financiación propia, a la par de vivir más humildemente. Sean más cristianos.

¿Qué les pasa a los ricos?, ¿a qué viene esa inquina contra los pobres? Este nuevo siglo nos ha traído dos grandes crisis: una económica, de donde proceden los actuales pobres de nuestro mundo rico y el incremento de las ya grandes fortunas, para las que la crisis fue un buen negocio; otra sanitaria, que evidencia quiénes son los protagonistas que desempeñan funciones esenciales, donde no están los mega ricos de la banca, ni los de las multinacionales, ni los de los oligopolios de los grandes sectores estratégicos, ni los de las innovadoras y sofisticadas empresas tecnológicas.

Para entroncar ambas crisis, podemos traer a la reflexión la mayor pandemia que lleva asolando a la humanidad desde hace milenios, a la que ya nos hemos acostumbrado y no la vemos, con la que convivimos sin mascarillas ni vergüenza, pero sí con enormes dosis de distancia social, aunque no contagia. Se trata de la pandemia del hambre, de una permanente crisis alimentaria que va creciendo con los nuevos pobres de nuestro mundo rico. Esta pandemia, “el primero de los conocimientos”, dice Miguel Hernández, tiene una sola causa: la codicia de riqueza. Para acabar con la pobreza en el mundo hay que acabar con el deseo de riqueza. Piénsenlo.