Las pensiones privadas son una ruina y un peligro
No son solo algunas experiencias personales que quizás han llegado a nuestros oídos: que los fondos privados de pensiones son una ruina económica es una evidencia que recogen todos los datos y estudios disponibles al respecto —una ruina económica para el cliente, claro, para la entidad bancaria es una mina de oro—. Por ejemplo, el último informe publicado por una serie de investigadores independientes que lleva años estudiando el tema revela que la rentabilidad media de los 408 fondos de pensiones españoles con más de 15 años de historia es menos de la mitad de la rentabilidad que ofrece el bono del Estado español a ese mismo plazo. Es decir, que si una persona quiere tener un complemento a su pensión pública cuando se jubile, es mucho mejor que invierta su dinero en deuda pública española a que lo invierta en fondos privados de pensiones. Y ojo, porque comprar bonos públicos es considerada la inversión financiera menos rentable (y más segura) de todas las que se pueden hacer.
Esto puede ser fácilmente considerado un timo porque las entidades bancarias, sacando pecho de su experiencia, profesionalidad y profundo conocimiento del mercado, aseguran ofrecer un servicio específico y muy rentable por el que merece la pena pagar unas determinadas comisiones de forma periódica. Pero lo único cierto es que en la mayoría de los casos resulta mucho más rentable que cada uno, sin ningún tipo de asesoramiento, invierta en deuda pública, que es el activo financiero más simple y básico de todos y para el que no hace falta ningún tipo de formación económica.
Pero atención porque la cosa no queda ahí: no es solo que con los fondos privados de pensiones se gane menos dinero que con otras opciones de inversión menos sofisticadas y más fáciles de realizar, ¡sino que incluso se puede llegar a perder dinero! El citado estudio revela que hay 20 fondos que tuvieron rentabilidad negativa, es decir, que quienes depositaron ahí una cantidad determinada de dinero, ahora tienen menos, en vez de más. Esto se debe, obviamente, a que los bancos le cobran al cliente más comisiones de la rentabilidad que le consiguen ofrecer gracias a su operativa financiera. Denominarlo timo ya se queda corto, porque en estos ya es que no hace falta invertir en deuda pública para rentabilizar mejor los ahorros, sino que basta con guardarlos debajo de un colchón.
De todas formas, la baja —o negativa— rentabilidad no es el único problema asociado a estos productos financieros. Resulta que una reciente investigación llevada a cabo por la organización Light House Reports señala que en Europa al menos hay 15 fondos privados de pensiones que especulan con alimentos y productos energéticos, lo que empuja sus precios al alza, contribuyendo al actual episodio inflacionario que estamos sufriendo. Por ejemplo, el mayor fondo de pensiones holandés, ABP, invierte el 30% de su cartera en materias primas alimentarias. En España desgraciadamente no hay información transparente para saber en qué se utiliza exactamente el dinero de los fondos de pensiones, pero la investigación ha descubierto que al menos el fondo CaixaBank Destino 2026, con más de 31,400 de partícipes, invierte parte de su patrimonio de 857 millones de euros en alimentos. Es decir, que parte de la rentabilidad que estos fondos de pensiones le otorgarán a sus clientes cuando se jubilen provendrá indirectamente del mayor precio que se paga nacional e internacionalmente por los productos alimentarios y energéticos, lo que a su vez también contribuye a elevar sus precios. Y ni qué decir tiene que esos productos son también consumidos por los propietarios de los fondos de pensiones, así que el círculo queda cerrado: lo que se paga hoy por alimentos y energía más cara servirá para pagar pensiones privadas, y para tener pensiones privadas más generosas en el futuro habrá que pagar más por los productos básicos en la actualidad; un sinsentido enorme que solo sirve para que las entidades bancarias ingresen un buen pellizco. Se trata de una práctica detestable tanto social como económicamente que todavía se conoce poco y que debería ser totalmente erradicada.
Por último, los fondos privados de pensiones tienen otro problema: su rentabilidad depende del humor del mercado financiero, no de consideraciones políticas o sociales, especialmente si los bancos que los ofrecen recurren a prácticas tan arriesgadas e irresponsables como las empleadas recientemente por muchas entidades británicas, que han tenido que ser rescatas hasta en tres ocasiones en menos de tres semanas durante la crisis originada por el mini-budget del gobierno de Liz Truss. Esto ha sido así porque muchos de estos fondos británicos utilizaron parte del dinero de sus clientes en inversiones financieras atípicas y arriesgadas para lograr mayor rentabilidad de lo habitual. Pero la desestabilización del mercado financiero del pasado mes de octubre les ocasionó una necesidad imperiosa de liquidez que hubiese provocado su bancarrota si no llega a ser por la intervención del Banco Central de Inglaterra (algo reconocido incluso por su propio vicegobernador Jon Cunliffe).
Esta es la enésima prueba de lo arriesgado y peligroso que es hacer depender tu pensión futura de lo que los bancos hagan con tu dinero en el casino financiero. Es mucho más seguro el sistema público de pensiones, porque así la pensión nunca va a depender de las apuestas que los bancos hagan en el mercado financiero, sino de la solidez y estabilidad de un Estado, una institución que no solo es mil veces más solvente que los bancos, sino que, con todas sus deficiencias, es mil veces más democrática.
En definitiva, los fondos privados de pensiones suponen un suculento negocio para la banca, pero también una ruina económica para la mayoría de los clientes; son de dudosa moralidad en muchos casos, y ciertamente peligrosos en otros. Desde luego, no parecen el mejor destino para rentabilizar los ahorros.
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